Diferentes

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Después de un tiempo, el llanto de Edgar se redujo hasta ser solo un poco de hipo que se quedaba después de llorar demasiado. Se separó de mí, frotándose los ojos con una pequeña sonrisa. Cuando me volvió a mirar, ya no tenía esa mirada perdida.

— Me alegra que hayas vuelto —habló en voz baja, mirándome con sus ojos verdes como el musgo como siempre.

Incliné la cabeza hacia un lado sin dejar de observarle, contemplando esa sonrisa que había extrañado. Le volví a tomar de la mano y le acerqué a mí otra vez, juntando mis labios con los suyos después de tanto tiempo. Una sensación cálida descendió por mi garganta hasta mi pecho, haciéndome profundizar más el beso, agarrando su ropa y atrayéndole más hacia mí.

No sabía bien cómo sucedió, quién llevó a quién hasta detrás de las cortinas de seda, ni si en algún momento dejamos de besarnos. De lo único que era consciente era de la añoranza que había sentido durante todo ese tiempo y de la textura de toda la piel que tocaba con mis dedos.

Una vez llegamos hasta mi lecho dejé que se tumbara, sentándome yo encima de su cadera. Tenía la respiración agitada y podía notar la piel de mi hombro izquierdo un poco tirante, allí donde se encontraba la herida, pero lo ignoré y me incliné hacia delante para volver a sentir sus labios mientras que él paseaba sus manos por mi espalda por debajo de la ropa. Me separé de Edgar para quitarme la parte de arriba de mi atuendo, a lo que él deslizó las yemas de sus dedos por mi torso herido.

— Amaru, no creo que sea bueno que... —empezó a decir preocupado, observando mi pecho con el ceño fruncido. Podía notar que sus ojos aún estaban con un color rojizo por las lágrimas de antes. Yo le interrumpí con un beso casto, quedándome a una mínima distancia entre nuestros rostros.

— ¿Eres consciente de que puede que esta sea nuestra última noche? —le pregunté sin dejar de mirarle a los ojos.

— S-sí... —susurró, sabiendo que acababa de darse cuenta de ello. Mi tribu debía irse lo antes posible y él debía marcharse a la ciudad a encontrarse con los que estaban buscándole, tan solo se había quedado una noche más por mi regreso —. Pero no quiero lastimarte más.

— Sé que no lo harás. Además, las heridas se curan, pero el tiempo nunca se recupera.

Él suspiró, dejando caer sus manos sobre los cojines al lado de su cabeza, mirándome mientras me erguía y ladeaba la cabeza en señal interrogativa.

— ¿Cómo voy a negarme a ti? —dijo sin dejar de quitarme la vista de encima con una sonrisa. Yo arqueé una ceja ante sus palabras, acercándome nuevamente a su rostro, dejándome llevar como tanto ansiaba.

No sabía que podía echarle en falta de esa forma...

No nos lo habíamos dicho con palabras. Sin embargo, nuestros besos, la forma en la que nos abrazábamos y cómo nos buscábamos con desespero, hablaban por sí solos de lo mucho que nos habíamos extrañado, de lo mucho que nos habíamos dado cuenta de que nos necesitábamos.

Éramos conscientes de que aquella podría ser nuestra última noche, por lo que la vivimos como si fuera la última de nuestras vidas, cubriéndonos de ese afecto que nos profesábamos en el silencio que solo era quebrado por el sonido de nuestras respiraciones irregulares y nuestros suspiros al compás. Había anhelado con toda mi alma aquellas dulces caricias que solo Edgar era capaz de darme, perderme entre las curvas de su cuerpo de piel morena y embriagarme con su aroma al besar su cuello...

Solo cuando nuestros cuerpos no pudieron más nos detuvimos, cayendo rendidos sobre los cojines. Aunque como siempre fui el primero en levantarse para asearse y vestirse, tumbándome de nuevo una vez ya estuve listo, girando mi cuerpo hacia mi derecha mientras que Edgar lo hacía hacia la izquierda en cuando se recostó a mi lado de nuevo, quedando cara a cara conmigo. Entrelazó sus dedos con los míos, los cuales se posaban sobre los cojines entre nosotros. Los observé con detenimiento, sintiendo su calor traspasar mi piel.

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