¿Por qué...?

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Desperté antes de que Edgar y Suyan lo hiciesen, levantándome en silencio y dejándoles bien arropados con la manta. Tras ello, volví a mi caballo y seguí guiando a la tribu hasta el oasis más cercano.

— Deberías haber dormido más —me reprendió Ailin cuando volví.

— Ya te hice caso, deja de insistir —respondí sin dejar de mirar al frente. No debía dormir demasiado, sería bajar la guardia...

Desde que todo aquello comenzó no había dejado de pensar en la última pesadilla que había tenido, pudiendo decir que había sido la peor hasta ahora. Podía ver con una horrible lucidez a Edgar y a mi tribu siendo asesinados por los enemigos, todo el campamento bañado con su sangre, y mis gritos nunca siendo respondidos por nadie. ¿Cuáles enemigos? Cualquiera de todos los que teníamos, otra tribu, los extranjeros de las ciudades...

No podía permitir que aquello se hiciese realidad, aunque eso supusiese dejar mi descanso personal a un lado.

— No debes cargar con todo tú solo. Yo también estoy aquí para lo que necesites. — Volvió a hablar Ailin. Apreté las riendas que tenía entre mis manos, teniendo en mente aquella pesadilla.

— Lo sé, Ailin.

Por fin llegamos al oasis, pudiendo parar para estirar las piernas y pasar un día en él. A pesar de que yo podía y debía mantenerme el máximo tiempo posible en vela protegiendo a los míos, ellos no podían hacer aquello a tal nivel, por lo que debían tener al menos una parada de vez en cuando.

Vi a Edgar bajar del carro con Suyan de su mano, ambos frotándose un ojo con aire somnoliento, recordándome la gran similitud que había entre ellos y aligerando un poco aquel peso que sentía sobre los hombros. No seguía enfadado con él, ni mucho menos. Pero prefería mantener un poco las distancias para que dejase de intentar que cambiase de parecer respecto a mi decisión.

Le pequeñe se soltó de la mano de él y se acercó a mí con una sonrisa. Posando entonces mi mano sobre su cabeza con cariño, notando la calidez que aquello me proporcionaba.

— Buenos días —saludó Edgar acercándose a nosotros con una expresión agradable.

— Igualmente —respondí con mi rostro serio de siempre, aunque sin usar un tono frío.

No hubo más intercambio de palabras entre nosotros. Suyan se fue con él hasta donde se encontraba Ituma intentando montar una tienda, yendo a ayudarle. Les seguí con la mirada hasta que decidí ir a ayudar con otras tareas para montar el campamento.

Una vez todo estuvo listo todos se fueron a descansar. Algunos se metieron en sus tiendas a dormir en condiciones, mientras que otros se encontraban bajo la sombra de algún árbol del oasis. Yo era de los segundos junto con Ailin, disfrutando del ambiente calmado del lugar.

— Amaru, ¿podemos hablar? —preguntó Edgar acercándose a donde estábamos.

— De acuerdo —accedí, levantándome y siguiéndole. Fuimos hasta mi tienda, entrando yo primero.

— ¿Por qué no quieres dejarme ir? —inquirió nada más entrar. Suspiré antes de responder.

— Porque morirás.

— ¿Y por qué no quieres dejarme morir? — Aquella pregunta retumbó en mi cabeza, casi enfureciéndome.

— ¿Qué por qué? No digas estupideces, Edgar —respondí de forma cortante.

— De verdad. Cuando llegué aquí no era más que algo prescindible, ¿por qué ahora tengo que poner a los demás en peligro solo por no morir? —replicó, hiriéndome por aquello que pensaba, aunque no quisiese reconocerlo.

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