Epílogo: Derrotar

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Habían pasado ya doce años desde aquel día en las puertas de la ciudad del Norte, aquel día donde Edgar pudo por fin quedarse definitivamente con los suyos...

Yo observaba el pequeño surco que se iba formando en la alfombra de mi tienda causado por los pies de Suyan, la cual no paraba de dar vueltas por ella.

—Suyan, cálmate, por favor —le pedí por décima vez, viéndola frotarse las manos con nerviosismo.

—Pero... ay, no me lo puedo creer aún. —Sonrió emocionada con sus grandes ojos negros brillando con ansias.

—Recuerda que...

—Tenga cuidado, no me separe de Ailin, no me acerque a extraños, observar bien a mi alrededor y quedarme con el rostro de los informadores de confianza —me interrumpió, recitando de memoria mis advertencias a la vez que las enumeraba con los dedos. Me miró con las cejas alzadas sin borrar su sonrisa —. Ya tengo veinte años, no soy una niña, Amaru.

—Lo sé —suspiré con cansancio, frotándome las sienes por el continuo rozar de telas que ella provocaba —. Y también sé que sabrás manejarte bien con Ailin. Pero eso no significa que pueda evitar preocuparme.

—Estaré bien... —Sonrió, acercándose a mí y abrazándome; su rostro se encontraba a la altura de mi pecho. Le devolví el gesto, acariciando su cabeza, notando que mi preocupación disminuía.

—Este es tu primer viaje fuera del campamento, vas a aprender a ser nuestra informadora —le dije una vez se separó de mí, mirándola con seriedad —. Ten mucho cuidado.

Tenía mis manos colocadas sobre sus hombros, viéndola asentir con energía, prometiéndome que lo haría. Entonces, se escucharon unos pasos acercarse a la tienda, llamando nuestra atención.

—¿Sigues con lo mismo, Amaru? —rio Edgar entrando a la tienda con su agradable sonrisa de siempre y con unas pequeñas arrugas alrededor de sus ojos verdes que empezaban a aparecer por la edad —. No te preocupes tanto, te va a dar algo.

Suyan no tardó en imitarle a la hora de carcajearse, recordándome el eterno parecido entre ellos. Él se acercó a nosotros y le dio un abrazo a ella, siendo correspondido con entusiasmo.

—Buen viaje —le deseó al separarse. Se giró hacia mí, ampliando su sonrisa —. Lo hará bien, se parece mucho a ti.

Arqueé una ceja ante aquello, pensando que ella se parecía más a él. En aquel momento, Ailin se asomó a la tienda con una gran sonrisa emocionada en su rostro, anunciando que era la hora de partir. Salimos afuera detrás de ella, viendo los caballos ya preparados para el viaje.

Suyan se acercó a nosotros, dándonos un abrazo antes de subirse a su montura y mirarnos desde ahí. No pude evitar recordar al bebé envuelto en mantas que pusieron entre mis brazos nada más nacer, comparándola mentalmente con la mujer que era hoy en día.

—Hasta pronto —se despidió sin dejar su entusiasmo de lado en ningún momento.

—Cuídate —dijo Edgar agitando la mano.

—Cuídamela, Ailin —le hablé a mi vieja amiga, sacándole una media sonrisa pícara.

—¿Acaso lo dudas? —respondió con un brillo burlón en sus ojos. Se giró hacia la muchacha, haciéndole una señal para que la siguiese —. Vayámonos.

Y así, ambas se fueron a lomos de sus caballos, perdiéndose en el horizonte donde el sol ya estaba casi oculto, rumbo a la ciudad del oeste. Los demás de la tribu se despidieron de ellas algo más alejados, algunos gritando sus despedidas para que las oyesen y otros simplemente agitando sus manos.

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