Hacía ya una semana de aquel ataque en donde Amaru se sacrificó. No he podido derramar una sola lágrima en todo este tiempo, a pesar que lo único que deseaba era dejar salir esta tristeza que me estaba asfixiando. Suyan tampoco paró de preguntarme dónde se encontraba él sin que yo pudiese darle una respuesta. Me negaba a irme del campamento, y al parecer, los hombres de mi ciudad que me buscaban no eran demasiado buenos en la orientación por el desierto, por lo que en este tiempo primero se habían dedicado a ir por las ciudades a las lindes de La Tierra de Fuego. Ailin no me pudo negar el que me quisiese quedar un tiempo más por respeto a mi luto, además de verlo como un apoyo para Suyan y para una buena parte de la tribu. De alguna manera, había personas a las que les tranquilizaba mi presencia. No lo entendía.
Habíamos parado en un nuevo oasis, y el campamento ya estaba montado, así que ahora estábamos descansando.
— No lo entiendo... ¿Por qué no puedo llorar? A pesar de que lo que más deseo es llorar su muerte —le pregunté a Ailin cuando estábamos sentados bajo un árbol del oasis. Suyan se encontraba jugando con el agua del lago, haciendo que apareciesen ondas en ella a su contacto.
— Recuerdo una leyenda que me contaron de pequeña... decía que, cuando uno de los dos amantes muere, el otro se ve incapaz de derramar lágrimas porque su corazón se secó en el desierto junto a él —respondió mirando al cielo, notando las lágrimas intentando escapar de sus ojos. Ella ya me contó que sabía la clase de relación teníamos antes de que yo pudiese confesárselo —. Él me pidió que te salvase a cambio de su vida... Yo se lo debía, y aún así me pregunto qué hubiese pasado si le hubiese dejado mi caballo y yo fuese la que se sacrificase.
— Tú no tienes la culpa, solo obedeciste lo que él te pidió. El único que tiene aquí la culpa soy yo por el mero hecho de no haberme muerto antes de llegar a vuestro campamento —le contradije sintiendo que aquella sequedad en mi pecho se extendía.
— ¿Acaso te arrepientes de haber conocido a Amaru?
— ¿Qué? No. Quiero decir, sí... eh... —Me revolví el cabello, agarrándomelo por unos instantes sin llegar a hacerme daño —. Las experiencias que viví con él no las cambiaría por nada del mundo, 'pero si no conocerle hubiese evitado aquello...
—Tal vez, pero ya ha pasado, no puedes hacer nada contra eso, Edgar. —De algún modo, aún se me hacía extraño el hablar de esto con Ailin cuando nunca lo había hecho con nadie.
Ella me dijo que los de la tribu enemiga le matarían sin dudarlo. El jefe era su enemigo y también asesinó a su padre. Además, Amaru nunca se doblegaría ante él sabiendo que eso significaría traicionar a su tribu. La única salida que el poseía era la muerte. ¿Por qué yo no podía llorarla? Quería hacerlo, lo deseaba, pero no podía. ¿Acaso mi corazón se había secado junto a su cuerpo en algún lugar del desierto?
Me levanté y me dirigí a mi tienda. Necesitaba dormir, dejar de pensar en Amaru aún si eso era imposible. Suyan me siguió y entró conmigo. Me tumbé sobre la alfombra y elle me imitó, seguidamente se abrazó a mi torso. Posé mi mano sobre su cabeza, teniendo su rostro oculto contra mi pecho.
— ¿Dónde está Amaru? —preguntó con su aguda voz de infante, escuchando un pequeño sollozo de su parte.
— No lo sé... —respondí teniendo esas terribles ganas de romper a llorar de nuevo sin poder hacerlo.
— Quiero... quiero que vuelva Amaru... —balbuceó con voz lastimosa, aumentando su llanto. Le abracé con fuerza, intentando consolarle como podía. Yo también quería que volviera...
Mis ojos seguían secos.
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— Verdaderamente me sorprendes, Amaru —rio Wamán antes de volver a golpearme —. Tienes mucha resistencia al dolor. Aunque sabiendo que eres hijo de tu padre, no me extraña tanto.
Escupí la sangre que se me había acumulado en la boca, siguiendo con mi misma expresión seria, clavando mis ojos en él con odio. Me encontraba atado de pies y manos de rodillas en una tienda demasiado oscura.
— Oh vamos, no me mires así. —Se volvió a burlar agarrando un cuchillo que le tendía uno de sus esbirros —. La verdad es que me decepcionaste. Tantas batallas libré con tu padre... y tú parecías incluso ser mejor que él. Pero te sacrificaste de esa forma tan tonta. ¿Acaso el frío y despiadado Amaru conoció el amor? — Rio entre dientes, colocando el cuchillo bajo mi mentón, mirándome fijamente —. Me pareció que aquel hombre no era de tu tribu. ¿Un extranjero? Qué sorpresa, te volviste una buena persona y le diste asilo a un pobre y perdido extranjero.
Reía como si aquello le hiciese mucha gracia, una broma que solo él entendía. Aunque cambió bruscamente su expresión, volviéndola en una despiadada mientras clavaba el cuchillo en mi hombro izquierdo volviendo a abrir la herida que allí tenía otra vez, haciendo que tuviese que apretar los dientes para contener los quejidos de dolor.
— Fue demasiado fácil el secuestrarte, esperaba más de ti. ¿De verdad has firmado tu sentencia de muerte por un extranjero cualquiera? ¿Acaso tenía un culo muy bueno para el sexo? O... ¿eras tú el que se ofrecía? —Volvió a carcajearse, soltando el cuchillo en alguna parte antes de coger una cuchilla más fina y afilada —. No te imagino así, Amaru.
Hizo un corte vertical en mi pecho, dejando que la sangre emanase con suavidad. Esta vez consiguió sacarme una mueca por la extrema lentitud con la que lo hacía.
— Llevas una semana aguantando esto. Eres muy terco. Aunque creo que ya me aburrí de ti. — Me agarró del cabello con fuerza, obligándome a mirarle a la cara —. Es una pena, eres realmente hermoso, Amaru. Pero tengo la certeza de que si intento meterte la polla conseguirás arrancármela de algún modo.
Me hizo un corte en la pierna, cortando mis pantalones ya bastante destrozados. Sentí que esta vez lo hacía con más fuerza que las otras veces, no pudiendo evitar dejar escapar un quejido de mis labios.
— No es nada personal. O... tal vez sí. —Se levantó, tirando la cuchilla llena de sangre con desprecio sin mirar siquiera —. Matadle.
Aquella orden, siendo a su vez una sentencia, hizo que los esbirros que allí se encontraban desenvainasen sus espadas para ejecutarme.
— Todo esto por las antiguas guerras entre mi padre y tú —escupí con rabia, observando a los hombres que se acercaban a mí con un brillo mortecino en sus armas bajo la escasa luz que conseguí colarse en la tienda.
— Sangre de su sangre, mientras más consiga derramar, mejor —dijo antes de marcharse de la tienda, dejándome solo ante sus verdugos.
Al parecer era la hora... Cerré los ojos y agaché la cabeza, solo teniendo en mente a Edgar. En mi imaginación me estaba dirigiendo una de esas sonrisas tan agradables que poseía, con sus ojos verdes como el musgo brillando como siempre.
Solo esperé a que llegase el momento sin moverme.
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El Extranjero
RomanceEdgar, un nativo de una gran ciudad al sur del gran desierto, condenado a vagar por La Tierra de Fuego por un destierro injusto, se encuentra a una tribu nómada desconocida para él. Amaru, el jefe de la tribu, se ve obligado a lidiar con el extranj...