Después de aquello, salí de la tienda de Edgar con una extraña sensación recorriendo mi pecho, pareciendo oprimirlo aún si respiraba con normalidad.
Me dirigí hacia mi tienda, me limpié el sudor y la suciedad rápidamente con el agua de un balde que tenía siempre allí. Después de descansar un poco, limpiar las espadas y pensar mucho, me encaminé hacia el centro del campamento para hacer los preparativos del fuego para la cena de esta noche. Fui hasta donde teníamos la leña guardada y me dediqué a llevar troncos hasta el lugar donde los demás preparaban la zona del fuego.
Cuando volvía a por más madera, me topé con Edgar. Este me miró con sus ojos verdes y me sonrió con ese aire alegre que parecía acompañarle allá donde fuese. Siguió andando, y yo, por un momento, me quedé pensando en lo que había pasado hace unas horas. Sacudí la cabeza para despejarme y ponerme manos a la obra de nuevo.
Una vez hechos los preparativos, a la espera de que la cena estuviese lista, me dediqué a observar a mi gente. La manera en la que los demás reían y charlaban, les infantes que jugaban y cantaban, y los ancianos que descansaban en compañía de los otros... Las cosas iban bien, pero no por ello debía confiarme, aún había cosas que amenazan esa estabilidad. Mientras observaba, mi mirada se detuvo sobre Edgar, el cual, con su alegría característica, jugaba con les niñes a un juego infantil con Suyan a su lado. Aún me sorprendía la forma en la que él era capaz de comportarse así, a pesar de todo lo que le había pasado.
Pensaba que a lo mejor solo le había quitado importancia a sus infortunios y se dedicó a ver lo bueno que le rodeaba, mas yo no podía hacer eso, no podía desatender mis responsabilidades despreocupándome de las amenazas. Una imprudencia así podía ser fatal.
Noté la manera en la que él se revolvía su cabello castaño oscuro, viendo que estaba perdiendo contra unes niñes. Internamente, me hizo gracia su forma de reírse de sí mismo al ver que les infantes le habían ganado de una manera aplastante. Podía entender la curiosidad de elles por él, no resultaba ser una persona común entre los nuestros.
Edgar se dio cuenta de que le observaba, sonriéndome tan feliz y cálidamente como siempre, dirigiendo su mirada hacia el juego en actitud divertida. Estaba absorto con lo que veía, sin darme cuenta de que repasaba de arriba a abajo el físico del extranjero con mi mirada.
Solo salí de mi trance cuando todes les niñes se levantaron rebosantes de energía y se dirigieron con sus padres alrededor de la hoguera. La cena ya estaba lista. Me dirigí a mi sitio de siempre, al lado de mi madre, en un lugar de importancia entre mi tribu. Todo el mundo hablaba sobre sus temas de interés, cada uno con las personas importantes para ellos. Yo simplemente me dediqué a comer, teniendo de vez en cuando alguna conversación trivial bastante breve mientras miraba la madera consumirse con las llamas del fuego.
No sé cómo mi mirada fue a parar fuera de la zona alrededor de la hoguera, en un lugar un poco más apartado, viendo al extranjero comer tranquilamente al lado de le niñe que nunca se separaba de él. Al parecer, él tampoco hablaba mucho con nadie en particular, a pesar de que ya le hubiese enseñado algo para mantener una charla trivial.
Su mirada, similar al musgo, se alzó cruzándose con la mía. Edgar levantó la mano y me saludó, ampliando su agradable sonrisa. Por inercia, levanté ligeramente mi mano, no más de unos pocos centímetros de mi muslo, como si fuese a devolverle el saludo, pero me detuve.
Debía concentrarme, no debía dejarme llevar.
Desvié de nuevo mi mirada hacia el fuego, volviendo a mi tarea de acabar con mi comida, intentando no prestar atención al extranjero por el resto de la cena. Era una pequeña distracción para mí.
Después de la cena, como siempre, les niñes se fueron a dormir junto a los que ya sentían que estaban cansados. Mientras que los que aún querían charlar un poco más, se acercaban más al fuego y seguían con sus asuntos, aprovechando el tiempo que le quedaba a la madera para consumirse.
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El Extranjero
RomansaEdgar, un nativo de una gran ciudad al sur del gran desierto, condenado a vagar por La Tierra de Fuego por un destierro injusto, se encuentra a una tribu nómada desconocida para él. Amaru, el jefe de la tribu, se ve obligado a lidiar con el extranj...