Lluvia

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Un mes... Había pasado un mes sin noticias de Amaru, parecía que su existencia había sido borrada de este mundo, que el hermoso brillo de sus ojos dorados no volvería a iluminar aquello que tuviese la suerte de cruzarse con su mirada.

— Lo siento, Edgar, pero nosotros debemos irnos ya, tienes que ir a la ciudad a encontrarte con los que te llevan buscando más de un mes —me dijo Ailin después de la cena, sentada sobre la alfombra de su tienda, la que una vez le perteneció a Amaru. Era extraño hablar allí con ella, en ese lugar que había sido testigo de nuestros encuentros nocturnos...

— Lo sé, lo entiendo... pero me veo incapaz de irme de aquí —respondí revolviéndome el cabello, no queriendo mirarla a los ojos.

— No quiero que te sientas atado aquí por más tiempo, esto te está haciendo daño... Amaru ya no está, murió. Suyan e Ituma estarán a salvo aquí, debes intentar olvidar.

Suspiré, sin saber qué responder.

Hacía menos de un mes que habíamos llegado a la ciudad del norte y llevábamos acampando en el exterior de los muros desde entonces, a una distancia prudencial para que a lo que me buscaban no se les ocurriese meterse en el campamento. La gente iba por la mañana a trabajar a la ciudad para acumular provisiones para los próximos viajes, mientras que yo me quedaba con le pequeñe Suyan en el campamento junto a les otres niñes, cuidándoles mientras los demás no estaban. También seguía desempeñando mi papel de curandero, aunque como mi estancia seguía siendo temporal, Ituma llevaba aquel tiempo aprendiendo lo que me enseñó la madre de Amaru para que él pudiese sustituirme.

— Entiendo, Ailin. Me has dado asilo y me has ayudado. Creo que... va siendo hora de afrontar la realidad e irme, ¿no? —respondí finalmente con una pequeña sonrisa, una que no sentía.

— ¡No! —exclamó una vocecita entrando a la tienda lloriqueando.

— ¡Suyan! —le llamó Ituma intentando atraparle antes de que entrara, demasiado tarde. Y de paso él se había caído de bruces sobre la alfombra.

— ¿Estabais escuchando? —preguntó Ailin arqueando una ceja, observando a al chico que seguía en el suelo sin saber dónde meterse.

— Eh... ¿no?

— Edgar, no te vayas... —lloriqueaba Suyan abrazándose a mí. Yo le intentaba consolar acariciando su cabeza con cuidado, siendo consciente nuevamente de la sequedad que en mi pecho se instaló desde... lo de Amaru.

— Lo siento, pero antes o después tengo que hacerlo, cielo...

Suyan siguió insistiendo, pero conseguí calmarle un poco y convencerle de irnos a dormir. Me despedí de Ituma y Ailin antes de marcharnos, recibiendo una apenada sonrisa de ambos. Ella desde aquel ataque asumió el mando de la tribu como se le fue concedido, demostrando aquella valía suya en la que Amaru había creído ciegamente.

Le niñe, una vez llegamos a la tienda y nos tumbamos para dormir, cayó rendide. En cambio, yo permanecí largo rato pensando en demasiadas cosas, todo reinado por unos iris dorados que me costaba aún asimilar que no volvería a ver. Hasta que, divagando en mi mente, me llegó un recuerdo en específico...

"¿Qué significa "lante"?

—Vendría a significar en tu idioma un "te amo". Pero en nuestra cultura no decimos esa palabra a la ligera. Todo lo contrario, solo se la decimos, en voz baja, a aquella persona de la que estamos seguros que es la indicada para nosotros y realmente la amas."

Su sonrisa, la forma en la que me miró en aquel momento, aquella palabra...

No pude decirte mi respuesta pero... yo también te amo.

Y, con aquel último pensamiento rondando por mi cabeza, me dormí con mis ojos y corazón secos.

Al día siguiente, tras un día tan gris como los anteriores, me senté junto a Ituma a charlar en uno de los momentos de ocio de la tribu.

— ¿Cuándo planeas marcharte? —preguntó Ituma mientras fijaba su mirada almendrada en mí.

— No lo sé con exactitud, no quiero que Suyan sufra tanto...

— Ailin y yo le cuidaremos junto a todos los demás de la tribu, no tienes de qué preocuparte. Aunque te entiendo —habló dirigiéndome una débil sonrisa.

— Lo sé, confío en vosotros —respondí devolviéndole la sonrisa, a pesar de que seguía sin poder sentirla verdaderamente.

Hubo un pequeño silencio entre nosotros, el cual no sabría si clasificar de incómodo. Yo mantenía los ojos cerrados, sintiendo los rayos de sol acariciarme la piel con gentileza. Esas horas del día eran las únicas en las que el sol se sentía tan agradable, justo antes de que empezara a ocultarse tras el horizonte.

— Te extrañaremos, Edgar. Has conseguido que muchos de nosotros te tomemos cariño, algo que es muy difícil para la gente de fuera de la tribu —habló Ituma con la mirada perdida en algún punto del suelo —. Te deseo lo mejor...

— Gracias, yo también os tomé mucho cariño. Sois unas grandes personas —respondí paseando mi mirada por la gente de la tribu —. Sobre todo tú. Gracias por haberme ayudado tanto este último mes. Sin ti ni Ailin no sé qué habría pasado.

No me contestó, solo se limitó a ampliar su sonrisa. Tampoco hubo más diálogo entre nosotros, ya estaba todo dicho. Suyan, una vez se hubo cansado de jugar con sus amigues, vino con nosotros y se acurrucó a mi lado, esperando a que llegase la hora de preparar la cena. Hasta que la calma se volvió a romper.

— ¡Jefa, enemigo acercándose! —exclamó una de las guardias colocando con rapidez una flecha en su arco y apuntando.

Otra vez no, por favor...

Me levanté y fui hasta donde se encontraba la mujer, observando hacia donde estaba apuntando. Ailin también se acercó para ver por sí misma cuál era la situación.

— Es un único hombre y lo tengo al alcance, cuando me dé la orden dispararé —informó la guardia sin dejar de tensar su arco.

Era cierto, era un solo hombre con la cabeza cubierta por un paño, andando con dificultad. Tuve un presentimiento, colocando una mano sobre el brazo de la guardia para que no disparase, adelantándome con el corazón en un puño.

Empecé a respirar con dificultad, aumentando la marcha con la que iba hacia la figura que se recortaba contra la luz del sol, sintiendo la ansiedad acumularse en cada parte de mí. Comencé a correr, hundiendo mis pies en la arena y provocando que me tropezase, aunque eso no me detuvo. El hombre me miró, y yo solo pude detectar un brillo dorado bajo el paño que le cubría la cabeza, haciendo que una extraña fuerza me impulsase hacia delante hasta conseguir alcanzarle completamente agitado.

— ¿Amaru? —pregunté con la voz ronca y entrecortada, deteniéndome delante de él.

Él alzó la mirada, revelándome sus ojos dorados y agotados, desprendiendo una nota de cariño al encontrarse con los míos. Dio un paso hacia mí, pero sus piernas cedieron, haciendo que rápidamente lo atrapase entre mis brazos, sintiendo su cuerpo contra el mío y haciéndome un nudo en la garganta. A mí también me fallaron las fuerzas, cayendo de rodillas en la arena aún sosteniéndole contra mí.

Mis ojos empezaron a humedecerse, notando sus latidos contra mi pecho y su suave respiración contra mi cuello, confirmándome que aquello no era un sueño, que estaba vivo. Sollocé, dando paso a que las lágrimas empezasen a caer, siendo la lluvia que estaba refrescando mi seco corazón. Me aferré a él, llorando sin poder parar.

— Amaru... —sollocé con la voz rota de la emoción, ocultando mi rostro en su hombro, dejando salir todas aquellas lágrimas que se habían negado a salir hasta ahora.

— Edgar... —le escuché susurrar con la voz áspera y cansada, consiguiendo que con solo esa palabra mi llanto aumentase. Sus dedos se aferraron a mi ropa, rozando sus labios contra mi cuello con delicadeza —. Volví.

Gracias. Gracias por traer la lluvia junto a ti —pensé sin poder articular esas palabras por no parar de llorar.

Él era mi lluvia...

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