Me desperté sintiendo que me faltaba algo. Palmeé el espacio de la alfombra de mi alrededor, notando que estaba vacío. ¿Suyan no estaba conmigo? Me incorporé, comprobando que, efectivamente, no se encontraba en la tienda.
— Qué raro... —murmuré aún somnoliento, frotando uno de mis ojos. A lo mejor se había ido con les demás niñes de la tribu...
Salí de la tienda, buscando con la mirada a le niñe, a quien no veía por ninguna parte y estaba empezando a preocuparme. Cuando iba a ir a preguntarles a los demás que ya estaban levantados, vi a Amaru salir de su tienda, dirigiéndome hacia él para decírselo. Pero no hizo falta, ya que le pequeñe salió detrás de él, frotando uno de sus ojitos en señal de que se acababa de despertar.
— ¡Suyan! —exclamé aliviado, acercándome a ellos —. ¿Dónde estabas? —le pregunté en su idioma, haciendo que este me contestase con un gesto hacia la tienda de la que acababa de salir, alzando sus manitas hacia mí para que le cogiese en brazos. Al obedecerle, recostó su cabeza sobre mi hombro, una cosa ya habitual. Suspiré, mirando a Amaru, el cual seguía allí, observándonos.
— Se presentó en mi tienda después de que te durmieras, había tenido una pesadilla y no quería despertarte —respondió a mi duda antes de que yo pudiese formularle ninguna pregunta siquiera.
— Ya veo... —contesté, llevando a le infante con les demás niñes, viendo que el de ojos dorados ya estaba ayudando en las tareas mañaneras. Dejé escapar un pesado suspiro, poniéndome yo también manos a la obra...
Aunque en un momento dado del día, tuve la oportunidad de acercarme a uno de los jóvenes de la tribu:
— Edgar, ¿cómo es vivir en la ciudad del sur? —me preguntó Ituma, un chico un poco más joven que yo que cuando comprobó que ya sabía comunicarme decentemente en su idioma, se animó a hablar más frecuentemente conmigo.
— Pues... la verdad es que es bastante diferente a como es la vida aquí —respondí pensativo, recordando mi antiguo hogar —. Para empezar, nosotros estamos asentados en un lugar permanente, por lo que no dormimos en tiendas. Tampoco nos ayudamos los unos a los otros tanto como aquí.
— Qué... raro —comentó él haciendo una mueca algo extraña, sacándome una carcajada, si supiera las diferencias culturales que había... Él tenía la piel bronceada, pero de un tono más oscuro que el de Amaru. También poseía unos pequeños y brillantes ojos almendrados.
— Puede ser —cedí, pues no iba a profundizar mucho en el tema. Casi me daba vergüenza admitir las diferencias que había entre la ciudad y la tribu, hacía tiempo ya que empezaba a dudar de que los salvajes no fuéramos sino los de las ciudades.
Después de un largo día bajo el sol abrasador del desierto, en el cual aprovechamos para cortar unos pocos de troncos de los árboles del oasis para la escasez de leña. Además de mi "trabajo" como curandero, en el cual me iba bastante bien. En aquel momento nos encontrábamos descansando, sentados en el suelo, disfrutando de la agradable temperatura que había justo después de que se pusiese el sol.
— Edgar —escuché la voz de Suyan llamarme, haciendo que me volviese hacia elle.
— ¿Qué ocurre? —pregunté sin siquiera tener que pensar en el cambio de idioma. Llevaba hablando la lengua de la tribu todo el día, a excepción de un par de palabras entre Amaru, Ailin y yo. Le pequeñe se abrazó a mí, escondiendo su rostro en mi hombro, dando a entender que tenía sueño —. Hay que cenar antes... —le dije mientras sonreía por sus actos.
— Eres increíble, Edgar —habló de repente Ituma, quien aún se encontraba a mi lado.
— ¿Por qué dices eso? —pregunté intrigado, aún sin deshacer el abrazo de le niñe adormilade.
ESTÁS LEYENDO
El Extranjero
RomanceEdgar, un nativo de una gran ciudad al sur del gran desierto, condenado a vagar por La Tierra de Fuego por un destierro injusto, se encuentra a una tribu nómada desconocida para él. Amaru, el jefe de la tribu, se ve obligado a lidiar con el extranj...