No levantes sospechas

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Las noticias que recibí al llegar de nuevo con mi tribu me impactaron, la verdad era que me extrañó muchísimo que Amaru dejase que un extranjero desterrado se quedase con nosotros. Él no solía ser tan benevolente con los desconocidos venidos de las ciudades, y mucho menos con alguien con unos antecedentes como los suyos. Pero, cuando fue pasando el día, pude empezar a darme cuenta de la razón por la que mi viejo amigo había hecho tal acción.

Edgar era una persona sin maldad en su corazón, lo podía ver cualquiera rápidamente solo observando un poco. También era una buena explicación para el cariño que le tenían les niñes, en especial, Suyan. Pero, lo que me hizo comprender a Amaru, fue el extraño lazo que entre ellos había. Lo más evidente era el especial interés y respeto que tenía el extranjero hacia el otro, mas el de ojos dorados tampoco le eran indiferentes las acciones del primero, y no solo por tenerle vigilado debido a su sentido de la obligación para con su cargo. Nunca había visto a mi amigo mirar con ese brillo a alguien...

En nuestra tribu no eran extrañas las relaciones entre dos personas del mismo género, era perfectamente normal. Sin embargo, una relación entre el jefe de la tribu y un extranjero era ya otra cosa... No sabía cómo reaccionarían los demás ante una relación como esa. Aún así, decidí no intervenir por ahora. Me dedicaría a observar e intentar encubrir posibles sospechas. Sentía que Edgar era la única persona que podía ver detrás de los muros de Amaru.

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— Debes intentar coordinar mejor tus pies, si no, en cualquier momento de la batalla podrías caerte —reñí a Edgar, viendo que este había estado a punto de tropezar con sus propios pies mientras entrenábamos.

— Eres demasiado rápido, apenas me da tiempo a reaccionar —se quejó él con una pequeña sonrisa, limpiando el sudor de su frente con su mano de tez morena.

— Creo que deberíamos tomarnos un pequeño descanso, he notado que ya estás empezando a cansarte más de la cuenta —suspiré mientras guardaba mi espada en la vaina que tenía enganchada a mi cinturón.

Él solo asintió, imitando mi gesto mientras nos dirigíamos al lago que le daba vida al oasis. Bebimos y nos lavamos el rostro para quitarnos el sudor y refrescarnos, lanzando un suspiro a la par que vi de soslayo que le sacó una sonrisa a Edgar. Me senté cerca de la orilla, apartando mis mechones cobrizos de mi rostro para que estos no se pegasen a mi piel.

—Al menos tengo que admitir que has mejorado —le reconocí mirando hacia el agua mientras me apoyada con ambas manos en el suelo.

—Gracias —me agradeció mirándome con su amable sonrisa, haciendo que dirigiese mi mirada a la suya. Era feliz con poco.

Una vez terminado el pequeño descanso, volvimos al entrenamiento sin más conversación.

Cuando ya era hora de empezar a ayudar a hacer el fuego para la cena, dejamos las espadas y nos dedicamos a llevar leños para poder colaborar con el resto de la tribu. Todo fue muy rutinario, sin sobresaltos, y una vez todos terminaron de cenar se fueron a sus respectivas tiendas, incluida Suyan, que fue a la de Edgar. Al parecer ya siempre dormía con él.

El extranjero y yo tuvimos nuestra charla de cada noche, le seguí enseñando nuestro idioma y nuestra cultura. Era bastante sorprendente su capacidad para aprender, aunque aún más sorprendente me resultaba su curiosidad y fascinación por unas creencias tan distintas a las suyas.

Cuando terminamos, pensando que él solo se iba a ir sin más, me levanté para prepararme para ir a dormir. Sin embargo, antes de poder hacer nada, escuché la voz de Edgar llamarme suavemente.

— Amaru...

Me volví hacia él sin alterar mi expresión, viendo su sonrisa con una nota cohibida en ella. Se acercó a mí vacilante, como si dudara de sus acciones. Cuando estuvo a una distancia bastante corta de mi cuerpo, me miró directamente a los ojos, como si estuviese preguntándome si podía o no.

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