Cuando escuchó aquella noticia por parte del viejo Hosen, en verdad que no pudo creerlo.
"Parece que tu padre está de luto. Su esposa falleció en una noche de tormenta" había pronunciado mientras miraba al niño yato frente a él.
La expresión de Kamui se contrajo antes de bajar la mirada y mirar a otro lado. Apretó los puños con la fuerza suficiente para hacerse daño a sí mismo y entonces aún cabizbajo se giró dándole la espalda a su nuevo maestro.
"Ya veo" respondió con voz temblorosa mientras daba pasos alejándose. El rey de la oscuridad se limitó a verlo, sintiendo que de repente Kamui en verdad parecía ser un niño, y no el pequeño monstruo que había decidido entrenar.
Cuando se hubo encontrado en la privacidad de su habitación, Kamui recargo la pequeña espalda contra la puerta y se mantuvo mirando el suelo con sus ojos azul océano vacíos.
No creía lo que acababa de escuchar. En sus oídos escuchaba un agudo zumbido y su cuerpo parecía llenarse de temblores.
"Su esposa falleció en una noche de tormenta"...
De repente recordó el rostro de su hermosa madre. Una mujer de los cuales sus últimos recuerdos eran verla postrada en una cama, sonriéndole con dulzura mientras agonizaba internamente. Una mujer que dedicaba su preocupación a él en lugar de ponerse a sí misma antes. Una bella mujer moribunda...
Lo sabía, que ella no soportaría con ese cuerpo débil por mucho más tiempo, pero aun así, él tenía la esperanza de encontrar la solución antes de que ella alcanzara su límite... Pero ya era tarde.
Falleció en una noche de tormenta... Aquella hermosa flor a la que tanto amaban, finalmente se había terminado de marchitar.
Todo era culpa de su egoísta padre, quien por capricho había arrancado esa exótica flor de su tierra, aun sabiendo que moriría después. Y luego la había atado con cadenas de amor de las que ella luego no querría soltarse por voluntad... Ella prefirió morir y criar a sus dos hijos, que vivir lejos de ellos. Esa clase de pesadas cadenas había puesto Umibozu en ella.
Se contuvo de azotar los puños contra la pared, sabiendo que le reprenderían por destruir las cosas otra vez. Y cuando recordó, ya estaba sentado al pie de la puerta de esa fría habitación ocultando su rostro entre sus albinas manos.
¿Qué expresión habría hecho al final? Una suave sonrisa era la que más le quedaba... Una tranquila y dulce sonrisa, como las que siempre hacía para no preocuparlos.
¿Cuáles habrían sido sus últimas palabras? Esperaba que no fueran dirigidas a él, ni al maldito de su padre... Ninguno de los dos merecía algo de una flor tan bella. Kagura era la más adecuada para dedicarle un último mensaje. Pero seguramente no fue así, Kouka sabía bien que Kagura lloraría a mares si se despedía de ella para siempre.
Rogaba a los cielos que sus últimos momentos no hubieran sido agonizantes, que hubiera descansado simplemente; tranquila, serena y amable...
Sus ojos relucían, rogando derramar lágrimas. Pero no lo haría, no lloraría. Las lágrimas serian como una ofrenda a su despedida, y una mujer tan bella no merecía que un pequeño monstruo ensuciara su último aliento con una ofrenda. No lloraría, pero si juraría que se haría fuerte.
Fuerte para ya no sufrir como lo hacía ahora. Fuerte para ya no tener que despedirse de nadie. Fuerte para vengarse del hombre culpable de la muerte de su madre. Él se haría fuerte para poder sobrevivir.
Y finalmente, fue capaz de despedirse de ella, de la mujer a quien intentó proteger, la madre a quien tanto amó... La hermosa Kouka, maestra del Kouan, la flor que se marchitó hasta volverse polvo...
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