XIII; El prisionero apredreado.

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Capítulo XIII, "El prisionero apedreado".

Despertó. El peso de su cabeza ya estaba molestándole desde hace un buen rato, muy largo si se atrevía a decir, y eso era porque no encontraba la postura correcta para acomodarla, hacia delante; le dolía el cuello, hacia atrás, no tenía en donde apoyarla y hacia los lados; era completamente incómodo porque su cuello no le permitía ser tan flexible, y quedaba colgando hacia la nada. Estaba exhausto, ni siquiera sabía por qué ya que no había hecho ningún movimiento en un largo tramo de tiempo, pero aún así, sentía como su pecho cada vez de cerraba más y más, algo así como apretando sus pulmones dificultándole respirar.

No era un día caluroso, tampoco era uno helado. Era de ese tipo de días dónde el sol brillaba tan fuerte que parecía que bailaba, pero al mismo tiempo un audaz viento corría como si fuera un niño pequeño en una carrera por las escondidas.

No había podido dormir ni siquiera unos minutos. Y si se habla de comer, o beber agua o cualquier clase de líquido, se había rehusado a hacerlo. Gracias a eso, sentía como si su cabeza le estuviera fallando poco a poco, volviéndose cada vez más loco, y como la saliva que salía de su boca era lo único de lo que podía alimentarse.

Estaba al borde de la locura, dentro de su propio limbo, en el fino hilo de cuerda floja en donde uno caminaba sobre la vida, y estaba a punto de caer, directo al pozo de la muerte. A sólo un mínimo paso. Pero de alguna forma, sentía que se aproximaba lento y tranquilo, porque, de alguna manera, no estaba ansioso. Ni siquiera sentía miedo. Era como si estuviera vacío, como una cápsula. Se sentía como una cáscara de almendra vacía, sin corazón, sin sus órganos, solamente un pedazo hueco que no sentía nada emocionalmente.

Cerró el puño sobre sus manos, y sintió un punzante dolor en las palmas, que estaban completamente perforadas. Instintivamente gimió por lo que él mismo se había provocado, y agregó que más sangre seca se había adherido a sus dedos, que habían rozado sus heridas. Ni imaginaba como debían estar sus pies, y le daba asco la imagen de solo imaginarselos. Así que no se atrevió a mirarlos en ni un sólo segundo. Ni aunque ya hubiera pasado un día. Un día tan largo como el de tu último día de clases, ansioso por salir de vacaciones. Un día como si donde las horas fueran años, los minutos meses y los segundos eternos días. Y cada vez se repetía más la historia.

Era tan enfermizo para él que una persona haya condenado a alguien de esa manera, no importaba si era Stefan Ruggler, el hombre más desquiciado y maniático que hayas podido encontrar en toda tu existencia. Pensaba que no había manera más cruel de morir como él lo estaba haciendo. Por lo menos moría con honor, muriendo por una persona que amaba. Eso es morir valiendo la pena. Y tal vez se lo merecía, porque había traicionado después de todo. Pero esperaba que su ejecución fuera más rápida. Pero no, Ruggler lo tenía colgado como si de un trofeo de primer lugar se tratase. Y el más grande de todos, en el estante más alto para que hasta alguien que viva al otro lado del mundo lo pueda contemplar.

Algunos soldados pasaban por su lado y le miraban con sorpresa, o con asco, pero la mayoría com sorpresa. Algunos con las dos opciones. Aún no podían asimilar que, su jefe, la mano derecha de la cabeza de la jerarquía, esté en una situación como esa. ¿Qué podrían hacer ahora que el General ya no estaba en su mando?, él era el cerebro de todo, no había movimiento, político como militar, que no haya sido planeado por el General Horan. Se sentían perdidos sin él. Estaban tratando de hacer las cuentas de quién podría ser su nuevo General, algunos apostaban por uno de los soldados, otros por un General extranjero, otros decían que el mismo Ruggler se haría cargo. Pero nada estaba escrito todavía y cualquier cosa podía pasar.

Pero, después de todo, existía un pequeño grupito entre los soldados que vió la oportunidad para desquiciarse con el General, quien obviamente no estaba en las condiciones óptimas como para responder a la pelea. A veces ni siquiera podía responder con palabras. Los soldados, actuaban gracias al rencor que le tenían, por todas las horas de trabajo que les hizo perder, todos los gritos que les mandó, y hasta algunos asesinatos de amigos que él demandó por desobedencia. Querían devolverle al General todo eso.

Guerra Fría » Narry StoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora