2-. Nameless

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Un sudor frío comenzó a bajar por mi espalda mientras que aquellos orbes amarillos escrutaban cada centímetro de mi cuerpo con interés, a la espera del momento indicado para actuar. Yo, por mi parte, lo único que hice fue quedarme allí, devolviéndole la mirada en silencio. No quería demostrarle miedo, aunque los chorros de sudor que me bajaban por la frente definitivamente me jugaban en contra.

—Parece que llegué justo a tiempo —dijo una voz a mis espaldas.

Me di la vuelta asustado, y al ver que se trataba de Brie, la hermana de mi novia, volví a girarme hacia donde estaba el sujeto. Entonces, caí en cuenta de que había desaparecido. ¿Acaso me estaba volviendo loco?

—¿Estás bien, Oli?

—Sí, no te preocupes —forcé una sonrisa—. ¿Quieres entrar o solo pasabas de visita?

—Vengo para hacerme otro tatuaje.

—Estás de suerte, hoy no tengo citas, así que puedo atenderte de inmediato.

Dicho esto, entramos al local y encendí las luces. Era un sitio no muy amplio, con impecables paredes rojas y suelo de madera, la única fuente de luz natural era la enorme vitrina del frente, junto a la cual se hallaba un enorme aire acondicionado. En medio del lugar se encontraba una silla de cuero especial para tatuar y otra más sencilla para el tatuador, y en un estante de la esquina, justo al lado de una laptop con su impresora, tenía todas las tintas, agujas y demás materiales necesarios para mi trabajo.

—Cuéntame, Brianna, ¿qué te harás hoy? —la chica se sentó, a la vez que encendía el aire acondicionado.

—Aquí tengo el boceto —sacó un papel de su cartera y me lo entregó. En él se veían varias mariposas moradas volando juntas hacia el lado izquierdo de la hoja. Habían sido pintadas con acuarela, dándole así un toque más peculiar.

—Es un diseño muy bonito, ¿tiene algún significado?

—Sí, al igual que el anterior —respondió enseñándome su muñeca izquierda, donde un año antes le tatué dos letras: "A" y "W", para recordar a su difunto novio, Albert White—. Hoy se cumplen dos años desde que se suicidó mi mejor amiga.

—¿Te refieres a...?

—Eve Valentine —esbozó una sonrisa agridulce y bajó la mirada—. Nunca superó la muerte de su novio.

—Chris era un buen tipo, aún no creo que se haya ido —suspiré, al mismo tiempo que imprimía una copia del diseño en papel especial y me acercaba a ella—. ¿Dónde lo quieres?

—En el omóplato izquierdo, cerca del hombro —se quitó la camiseta y me dio la espalda. Posicioné el papel en la zona que había pedido y el diseño quedó marcado en su piel nívea. Acto seguido, me puse mis respectivos guantes quirúrgicos y preparé la máquina. 

Brie era bastante parecida a Alexandria, a excepción de que era más delgada y solo tenía un tatuaje. Sus expresivos ojos azules no dejaban de verme con nerviosismo mientras seleccionaba la aguja y las tintas indicadas.



Luego de una larga sesión, el trabajo estaba terminado. Las mariposas habían quedado tan detalladas que parecía que fueran a salir volando en cualquier momento. Además, los colores vivos contrastaban de maravilla con la piel de Brianna. Aun así, la última palabra siempre la tenía el cliente, por lo que, antes de dar todo por concluido, dejé que se viera al espejo, y ella, complacida con mi trabajo, me abrazó.

—¡Me encanta, Oli, gracias! —exclamó sonriente—. A Evey le encantaría.

—No me lo agradezcas, sabes que siempre pongo mi mejor empeño —levanté la mirada por un par de segundos, y nuevamente divisé al individuo que me había estado acechando durante la mañana al otro lado de la calle.

—¿Te sientes bien? Estás pálido.

—No es nada —mentí.

—Como digas —se encogió de hombros—. Debo irme, aquí tienes el dinero —me entregó un pequeño fajo de billetes y salió del local.

Faltaba poco para que se hiciera la hora de volver a casa, así que para distraerme un rato, busqué el disco "Nameless" en la laptop y lo reproduje a todo volumen. No tenía la mejor producción, tampoco había sido grabado en el mejor estudio, pero escucharlo me traía muchísimos recuerdos: los conciertos, la grabación del álbum, nuestros ensayos en el garaje...



El público aplaudía con emoción, al mismo tiempo que Sam, nuestro baterista, remataba su turno con fuertes golpes a los platillos. Una vez más había superado las expectativas de todos, y levantándose de su asiento, le ofreció un apretón de manos a su rival. Este, por puro orgullo, rechazó la oferta y bajó del escenario con una derrota aplastante. Chris, en un acto de impulsividad, tomó el micrófono, se enrolló el cable en el brazo, y aprovechó para aumentar la humillación.

—Al parecer no eres el único de tu grupo al que le arde el culo —soltó, mirando al otro vocalista—. Por tipos como ustedes esta música no surge —señaló a la otra banda con el dedo—. Es una pena que su actitud sea tan patética, tienen talento de sobra —uno de ellos hizo amago de lanzarse sobre él, pero los demás miembros nos interpusimos, y Chris levantó su dedo medio como burla—. ¡Ahora denle un bien merecido aplauso a Sam Nichols!

La gente enloqueció y volvió a aplaudir con emoción. Nuestros rivales, furiosos ante la situación, se lanzaron sobre nosotros, y sin titubear, contraatacamos. El guitarrista de la otra banda fue el primero en actuar; le conectó un puñetazo a nuestro tecladista y trató de hacer lo propio conmigo. Sin embargo, Chris golpeó su cráneo con el micrófono, haciendo que terminara tendido boca abajo en el suelo.

El otro vocalista, usando la inteligencia, decidió coordinarse con los demás miembros para proseguir con el ataque. Llovían golpes en el escenario, a la vez que el público, extasiado con el espectáculo, se deshacía en vítores y aplausos. 

Finalmente, logramos derribar al último, estrellando su rostro contra los platillos de la batería. Estábamos magullados, cansados, cubiertos de sangre y sudor, pero una vez más habíamos ganado. Entonces Chris, sosteniendo lo que quedaba del micrófono, nos hizo señas para que tocáramos una última canción. Motivados por la adrenalina, nos posicionamos con nuestros instrumentos y volvimos al espectáculo. Sam golpeaba la batería con la agresividad que lo caracterizaba, Tyler hacía melodías en el teclado, Ben tocaba riffs brutales con su guitarra, Chris soltaba voces guturales, y yo me dedicaba a tocar líneas de bajo.


Una vez hubo terminado la presentación, salimos del local irradiando alegría. Había sido un espectáculo increíble, y a pesar de que terminamos cubiertos de golpes, e incluso con puntos de sutura, lo habíamos dado todo.

Las afueras del sitio eran gigantescas, y a excepción de alguno que otro transeúnte, se encontraba desierto. Hacía un poco de frío, el otoño estaba terminando, y por lo tanto, se aproximaba el invierno. Pero nada de eso nos importaba, solo deseábamos irnos para seguir la fiesta entre nosotros. 

Comentábamos algunas tonterías entre nosotros, cuando de improviso, una camioneta negra con vidrios polarizados se estacionó cerca de nuestra posición.

—Ese no es nuestro transporte, ¿o sí? —preguntó Tyler, despistado como de costumbre.

—No, estoy totalmente seguro de que era una furgoneta blanca —respondió Ben, dejando el estuche de su guitarra en el suelo.

Una de las ventanillas bajó de manera casi imperceptible, y a través de ella se asomó el cañón de una pistola. De inmediato, todos corrimos intentando cubrirnos del ataque; pero por desgracia, las balas alcanzaron el cráneo de Ben, que murió en el acto. Tyler, lleno de impotencia, corrió a socorrerlo, aunque ni siquiera pudo acercarse antes de que le dispararan en el pecho.

El conductor de la camioneta, al ver que ya habían hecho más que suficiente, pisó el acelerador a fondo, y el vehículo desapareció ante nuestros ojos. En seguida, nos acercamos a nuestros compañeros y confirmamos lo que más temíamos: estaban muertos, y con ellos se habían ido todos nuestros sueños...


Canción: Closure

Banda: Asking Alexandria

Wolfhunt | Shining Awards 2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora