17-. Tiene que ser una broma

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Bajé los siguientes dos pisos junto a Darwins, y entonces nos encontramos con los demás licántropos. Como era de esperarse, el lugar estaba lleno de cuerpos mutilados y trozos de carne, los lobos tenían manchas de sangre seca por todo su pelaje, y lucían bastante satisfechos con el desenlace de la batalla.

—Fue mucho más fácil de lo que creí —admitió Abraham, dándole un vistazo a la escena—. Es probable que la policía ya esté de camino, así que asegúrense de que no hayan quedado sobrevivientes y desaparezcan sin dejar rastro. Que nadie sepa que estuvimos aquí.

Dicho esto, la manada corrió a revisar las habitaciones, a la vez que aprovechaba la distracción para escabullirme a los aposentos del jefe y buscar mi botín. Respiré aliviado al ver que todo estaba como lo había dejado y nada más tuve que abrir el closet para tomar el maletín. Lo único que restaba por hacer, era salir de allí sin que los demás se dieran cuenta. 

Asomé la cabeza por la ventana, y recordando mi último escape, salté a través de ella. Conseguí caer de pie y sin sufrir ni un rasguño, y tras cerciorarme de que nadie me hubiera visto, regresé a casa. 


Aquello había salido mucho mejor de lo esperado. Ya no quedaban testigos que pudieran delatarme ni pruebas de mi traición. Tan solo necesitaba mantenerme bajo el radar mientras las cosas se calmaban y nadie me vincularía a lo sucedido.

Luego de unos minutos corriendo sin parar, llegué a mi destino, volví a mi forma humana y entré con cuidado de no hacer ningún ruido. Por fortuna, Alexandria seguía dormida, y logré pasar al estudio sin que se diera cuenta. Oculté el contenido del maletín en mi escritorio, al igual que la vez anterior, y lo cerré con llave. Acto seguido, fui a la cama y me acosté junto a mi chica. Besé su hombro con delicadeza, apoyé mi mentón en él, y me quedé dormido.



Al fin era fin de semana. Desperté casi al mediodía sintiéndome repuesto, y abrazado a Alexandria, que aún dormía. Su corazón latía calmadamente y su cuerpo se sentía cálido entre mis brazos. Le aparté el cabello de la cara con los dedos, deposité un beso en su mejilla, y vi cómo esbozaba una amplia sonrisa.

—Te amo, pelirroja —le susurré al oído.

Ella se giró en mi dirección, besó mis labios y quedamos frente a frente.

—Quieres que te prepare algo de comer, ¿cierto? —se frotó los ojos con el dorso de la mano, e hizo amago de levantarse.

—Tú eres lo único que quiero comerme justo ahora —la atraje de vuelta a mí.

—Parece que estás muy ansioso, cariño —posó su mano derecha en mi muslo—. Creo que podríamos arreglarlo.

Sentí un fuerte cosquilleo en el estómago y me posicioné sobre ella. La besé con frenesí, a lo que respondió agarrando mi cabello con firmeza, y sentí cómo su pecho rozaba el mío. De repente, nuestros labios se separaron, le sonreí con picardía, y pasé a su cuello. Seguí bajando lentamente, y no me detuve hasta llegar a su abdomen.

—Llevo días deseando hacer esto —admití, retirando su ropa interior.

Alex se limitó a responder con un sonoro gemido y quitándose el brasier con un movimiento rápido mientras que yo abría sus piernas y me dedicaba a darle placer.


Después de unos minutos bastante movidos, yacíamos frente a frente en la cama y no podíamos parar de jadear. Alexandria seguía ruborizada y acariciaba mi mejilla con sus nudillos, al mismo tiempo que le daba besos cortos en la frente.

—Eso estuvo delicioso —dijo, posicionando sus labios a milímetros de los míos.

De improviso, mi teléfono comenzó a sonar. Molesto por la interrupción, decidí no atender la llamada. No obstante, al darme cuenta de que se trataba de un número desconocido, fui vencido por la curiosidad y respondí.

—Hunt, nos reuniremos dentro de un rato en Bahía de Hudson —soltó una voz al otro lado de la línea—. Si sabes lo que te conviene, irás..

—Maldita sea, estoy exhausto...

—No faltes.

—Acabo de decir que... —la conexión se cortó antes de que pudiera terminar la frase, y resoplé furioso—. Hijos de perra.

—¿Qué ocurre, Oli? —inquirió Alexandria, mirándome con sus grandes y expresivos ojos azules.

—Debo salir un rato, volveré antes de que anochezca —me levanté de la cama y busqué mi ropa interior en el piso del cuarto.

—Esto tiene que ser una broma —la pelirroja cruzó los brazos sobre su pecho desnudo y frunció el ceño—. Sales todos los malditos días, y cuando al fin podemos pasar un rato juntos, prefieres volver a la calle.

—No tengo otra opción, Alex —me abotoné el pantalón y subí la cremallera—, pero trataré de estar aquí lo antes posible.

—¿Sabes qué? Tómate todo el día si es lo que quieres, ya debería estar acostumbrada a tu ausencia —se levantó de la cama y contemplé su cuerpo desnudo. Sus anchas caderas, aquella cintura delicada que tanto me encantaba, sus piernas...

—Oh claro, soy el único que siempre está ocupado para su pareja —repliqué, saliendo del trance.

—¿Qué insinuas, Oliver? 

—No insinúo nada, Alexandria —negué con la cabeza—. Sabes que no me gusta discutir contigo —intenté darle un abrazo, pero ella se apartó.

—Creí que ibas de salida —caminó hacia el borde de la cama y recuperó su lencería—. Mejor date prisa, no vaya a ser que llegues tarde.

—Después hablaremos —suspiré—. Lo prometo.

—La puerta está detrás de ti —espetó, para luego encerrarse en el baño.

Decidí que lo mejor sería evitar confrontaciones, por lo que permanecí en silencio, tomé mi billetera, e hice amago de salir de la habitación. Sin embargo, el sonido de un golpe seco me obligó a volver sobre mis pasos para asegurarme de que mi chica estuviera bien, pero en seguida, se me formó un nudo en la garganta.

Alexandria se había caído y golpeado su cabeza contra la esquina del lavabo, para terminar inconsciente y con una herida peligrosa en su sien.


Canción: New Divide

Banda: Linkin Park

Wolfhunt | Shining Awards 2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora