3-. Join

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Estaba de pie en lo que parecía ser la Bahía de Hudson. Enormes árboles se erguían a mi alrededor, dejando apenas una leve abertura por donde se colaban algunos rayos de luna. Una alfombra de quebradizas hojas secas se hallaba bajo mis pies y el viento casi helado del invierno acariciaba mi rostro con suavidad.

De repente, un coro masculino rompió el silencio y comenzó a interpretar lo que parecían ser cantos en latín. Lleno de curiosidad, caminé en dirección de donde provenían aquellas voces, y sin saber cómo, me vi en medio de doce sujetos que vestían largas túnicas negras. No podía distinguir ningún rostro, pero sí los penetrantes ojos amarillos que poseían todos ellos.

—Join —dijo alguien a mis espaldas.

—Join —repitieron los demás al unísono.


Desperté un poco desconcertado por lo que acababa de soñar. ¿Qué se suponía que había sido eso? Por más que intentaba darle una respuesta racional, no se me ocurría ninguna. Aun así, lo importante era que estaba a salvo en mi cama, abrazado a Alexandria. 

Suspiré con pesadez, besé su frente, y solo fue cuestión de minutos para que volviera a quedarme dormido.


Le di los retoques finales al tatuaje y dejé que el hombre se mirara al espejo. Por suerte, parecía estar muy contento con el resultado. Se trataba de un pequeño corazón con las iniciales de su hija en el interior. No era algo muy complejo, aunque sí tenía mucho valor sentimental para él que, luego de darme las gracias repetidas veces, pagó y se fue del local. 

A continuación, revisé mi agenda, y al asegurarme de que no vendría nadie más en el transcurso del día, recogí todas mis cosas. Le pasé la llave a la cerradura y emprendí el camino de vuelta a casa. Aún era temprano, el sol apenas comenzaba a ocultarse, pero las calles ya estaban vacías. La gente seguía aterrada por aquellas misteriosas desapariciones, y éramos pocos los que nos atrevíamos a permanecer fuera hasta después del anochecer. 

Faltando unas tres cuadras para llegar a mi destino, regresó aquella incómoda sensación de estar siendo observado fijamente por alguien; por lo que, nervioso, me giré en todas las direcciones, y al otro lado de la calzada distinguí la silueta del encapuchado de antes. No sabía lo que quería de mí, pero tenía bastante claro que, fuera lo que fuera, no lo estaba imaginando.



A medida que se acercaba la siguiente luna llena, el sueño del bosque era cada vez más recurrente. En un principio, quise creer que era una simple sugestión, pero eso, sumado a la desaparición de aquel chico y al acoso que estaba recibiendo últimamente, hacían que me sintiera acorralado. Lo veía en todos lados, en el trabajo, en las tiendas, en los callejones que frecuentaba para acortar camino, e incluso frente a mi casa.



Una vez más, era de mañana. Como de costumbre, me vestí, desayuné algo ligero y emprendí el camino hacia mi salón de tatuajes. Hacía un radiante sol, viento fresco y no había ni una sola nube en el cielo. La calle estaba llena de gente, más que nada personas que iban a hacer la compra o que se dirigían a sus respectivos trabajos. 

No obstante, aún en medio de aquel gentío, divisé al personaje que me había estado acechando por semanas. A lo que, con una mezcla de ira y miedo corriendo por mi cuerpo, me aproximé a él.

—¿Qué carajo quieres de mí? Déjame en paz —grité sin obtener respuestas—. ¿Por qué me sigues? —insistí, cada vez más furioso.

Al ver que no me prestaba atención, no pude seguirme conteniendo y por puro instinto le lancé un puñetazo al cráneo. Sin embargo, antes de que tan siquiera pudiera tocarlo, su cuerpo se desvaneció por completo, dejando solo la túnica; y con el corazón latiendo a máxima potencia, decidí levantarla. Entonces, un pequeño trozo de papel cayó de su interior, y al desdoblarlo leí: "Bahía de Hudson, noche de luna llena. 12:00 am, sigue los cantos. Join".



Había sido un largo día de trabajo y al fin estaba en casa. Una vez hube cenado, tomé una ducha de agua caliente y me acosté junto a Alexandria, que recostó su cabeza en mi pecho, y empezó a leer un libro de tapa blanda donde tenía escrito el título: "Código X 77". Más abajo, en la parte inferior, decía el nombre de su autor, un tal Freider Korff. Acaricié la cintura de mi chica, en búsqueda de acción, pero ella no apartaba la vista de las páginas. 

Volví a intentarlo con el deseo de que cambiara de opinión y no me dejara con las ganas, aunque un manotazo mató mis esperanzas de éxito y no tuve más opción que quedarme quieto. Resoplé molesto, y maldiciendo mentalmente al escritor de aquella novela, me quedé profundamente dormido.


Estaba nuevamente en Bahía de Hudson, y los encapuchados me rodeaban como en los sueños anteriores, solo que esta vez no cantaban. El que parecía ser su líder, se posicionó a pocos centímetros de mí, permitiendo que viera la parte inferior de su rostro, y apoyó su mano derecha en mi hombro:

—Oliver Hunt, ¿olvidaste que tenemos una cita pendiente? —su voz era áspera, y al mismo tiempo transmitía autoridad—. Tienes una hora para buscarnos, o nosotros te buscaremos.



Desperté dando un fuerte respingo, Alexandria cerró el libro alarmada, y me observó con nerviosismo. Sin mediar palabra con ella, me puse los pantalones que había usado en la mañana, mis botas negras y una gruesa chaqueta roja para protegerme del frío. Busqué mi billetera y me dirigí hacia la puerta.

—¿Qué ocurre, Oli?

—Mañana estaré de vuelta, cariño —dije, segundos antes de darle un beso y salir a la calle.

Una vez allí, detuve un taxi que aceptó llevarme a mi destino y subí con prisa. El conductor permaneció en silencio durante todo el trayecto y solo habló para ofrecerme un cigarrillo que acepté de buena gana. Finalmente, llegamos hasta la entrada del lugar, pagué el viaje en efectivo y me bajé del vehículo. A continuación, me adentré en el bosque y traté de divisar cualquier cosa que pudiera llevarme hasta quienes me buscaban.

Hacía un frío considerable, las hojas ya marchitas volaban de un lado a otro a merced del viento, y a lo lejos, un grupo de venados pasaba dando saltos. De repente, el sonido de algunas ramas crujiendo a mis espaldas, hizo saltar todas mis alarmas y me giré de golpe solo para sentir cómo el pánico me invadía. Era un animal gigantesco, de grueso pelaje marrón y cuatro patas robustas que terminaban en unas enormes zarpas, además, sus fauces eran lo bastante grandes como para meter la cabeza de un adulto entera. Claro, eso si sus dientes no la trituraban primero. A simple vista hubiera dicho que se trataba de un lobo, pero que yo recordara, no existía ninguna especie de ese tamaño. 

Di un paso atrás y la criatura gruñó a modo de amenaza, a lo que me sentí tentado a correr tan rápido como mis pies me lo permitieran. Sin embargo, eso hubiera sido inútil, era obvio que esa cosa podría alcanzarme con mucha facilidad y acabar conmigo. Así que opté por permanecer inmóvil.

El animal olfateó el aire por unos instantes, y entonces, dio un gran salto en mi dirección. Por pura suerte, logré apartarme y empecé a correr en dirección contraria a mi perseguidor. Podía escuchar las ramas quebrándose bajo el peso del ser, y eso solo me daba más motivos para no detenerme. Pasé entre varios árboles, salté un par de troncos caídos, e incluso tuve que rodear una gigantesca roca que me obstruía el camino; pero a pesar de todo aquello, la bestia no aminoraba la marcha ni por un segundo.

Después de varios minutos de una intensa persecución en la que perdí la cuenta de las veces en las que casi fui alcanzado, distinguí a la distancia lo que parecían ser cantos. Sin nada que perder, dirigí la marcha a esa dirección, e hice acopio de la poca energía que me quedaba para aumentar la velocidad. Quizá ellos supieran cómo librarme de aquel monstruo. 

Faltando algunos metros para alcanzar mi objetivo, tropecé con un arbusto, perdí el equilibrio y caí rodando por una bajada. Aterricé de rodillas y alcé la mirada, deseando haber despistado a esa cosa, y en ese momento, alguien extendió la mano hacia mí. El extraño me ayudó a reincorporarme, y entonces me di cuenta que vestía con una larga túnica negra, al igual que los diez sujetos que me rodeaban. El hombre, al ver mi nerviosismo, esbozó una sonrisa casi imperceptible y se limitó a decir:

—Bienvenido seas, Oliver. Te estábamos esperando.


Canción: Veritas

Banda: Kamelot

Wolfhunt | Shining Awards 2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora