18-. Sala de espera

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Sentado en la sala de espera del hospital, con los codos apoyados en las rodillas y la cara oculta entre las manos, hacía lo posible por mantener la calma, pero el olor a desinfectante y el constante movimiento del personal no hacían más que llenarme de ansiedad. La última vez que estuve en un sitio así, sufrí una de las mayores pérdidas de mi vida, y el solo hecho de pensarlo me generaba un dolor imposible de describir.



—¡Abran paso! ¡Traemos a un herido de gravedad! —vociferó el camillero.

—Te pondrás bien, hermano —dije, siguiéndole el paso a los enfermeros que lo transportaban—. Sé que sí.

—Por acá —indicó el que iba al frente, señalando una habitación a la derecha.

Siguiendo sus indicaciones, condujeron la camilla hacia el interior de la estancia, y movieron el cuerpo de Mick a la mesa de operaciones. Hasta ese momento no había podido verlo con detalle, pero ahora que la adrenalina comenzaba a desvanecerse, una mezcla de sentimientos se apoderó de mí: ira, impotencia, tristeza, y muchísimo miedo de perderlo.

Su rostro había quedado irreconocible por las cortadas que lo cubrían, aunque lo peor, sin duda, era el orificio en su cráneo, que no paraba de sangrar. De no ser por el constante pitido de la máquina que medía su pulso, cualquiera lo habría dado por muerto.

—Encontraremos al hijo de perra que te hizo esto y haremos que pague —tomé su mano, y sentí cómo la apretaba débilmente. Un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas.

—Señor Hunt, necesitamos que abandone la habitación —indicó un enfermero en tono amigable—. Podrá volver a verlo cuando hayamos terminado la operación.

—Ni se te ocurra rendirte, Mick —se me formó un nudo en la garganta, lo solté y me dirigí al baño.

Una vez allí, me detuve frente al espejo y reparé en mi apariencia. Me encontraba cubierto de polvo, sangre y pequeñas cortadas. Gran parte de mi ropa estaba hecha jirones, e incluso noté que comenzaban a formarse hematomas en mi piel. A pesar de todo, me negué a recibir atención médica hasta que hubieran salvado a Mick. Él era la prioridad, no yo.

Mi cabeza daba vueltas y apenas podía recordar algunos fragmentos de lo sucedido: Dábamos un paseo en moto, un auto se abalanzó sobre nosotros, y terminamos estrellándonos contra el pavimento. Eso era lo único que venía a mi memoria... Y por supuesto, el rostro del maldito que nos impactó. Ni siquiera se detuvo a ver lo que había hecho. Simplemente pisó el acelerador y desapareció.

Salí del lavabo y anduve cabizbajo hacia la sala de espera. Tomé asiento y clavé la mirada en la manecilla del reloj de la pared, que parecía ir más lento de lo normal, causando que mis nervios amenazaran con hacerme perder el control.

En ese preciso instante, un hombre de mediana estatura caminó con nerviosismo al área de recepción, a la vez que se aseguraba de que nadie lo viniera siguiendo. La expresión de su cara denotaba miedo, y por breves segundos, nuestros ojos se cruzaron.

—¡Tú! —grité, levantándome del asiento y dando largas zancadas en su dirección.

—No es lo que crees, deja que te explique... —antes de que hubiera terminado la frase, le conecté un puñetazo en la mandíbula.

—¿Explicarme qué? ¿Que mi hermano menor está luchando por su vida en este preciso momento? —volví a golpear su rostro, e hice que se desplomara—. ¡Solo tiene diecisiete!

—Te juro que no fue a propósito —masculló mientras la sangre se acumulaba en su boca, e intentaba cubrirse de mis golpes.

—Por favor, deténgase —suplicó una enfermera, tratando de intervenir—. La venganza nunca es...

—¡Cállate, perra! —rugí, golpeando al hombre con más fuerza.

—Basta, va a matarlo —insistió ella, haciéndole señas a seguridad.

—¿Cuál crees que es la idea? —le di un codazo al sujeto y su ceja sufrió una cortada.

Sentí cómo el odio crecía en mi interior, la visión se me nubló por unos instantes, y arremetí con más agresividad. Mis nudillos comenzaron a sangrar, y rodeé su garganta con mis manos.

—¡Un alma por un alma! —varios brazos me rodearon y tiraron de mí para que lo soltara.

Quise zafarme mordiendo a uno de los que me sostenían, pero eran demasiados, incluso para mí; y a pesar del esfuerzo que hice para liberarme, lograron retenerme lo suficiente para que el hombre consiguiera levantarse. Su nariz y boca sangraban profusamente, y unas cuantas manchas rojas adornaban ahora su sudadera blanca.

—¡Tienes suerte de que no llame a la policía! —chilló, limpiándose con el dorso de la mano.

—Tienes suerte de no haber estado solo.

Al escuchar esto, tragó saliva, se dio media vuelta y huyó despavorido. Los enfermeros hicieron un esfuerzo sobrehumano para impedir que fuera tras él, y me convencieron de tomar asiento para esperar a mi hermano.


Dos horas después, se acercó a mí el doctor que había llevado a cabo la operación, obligándome a salir del estado de letargo. Era un hombre de cabello canoso, rasgos europeos y bastante delgado. Su bata estaba ensangrentada, pero su rostro permanecía impasible.

—Señor Hunt, ¿puedo hablar con usted?

—Por supuesto, ¿cómo sigue Mick? ¿Cuándo le dan el alta? —me puse de pie con rapidez.

—Nunca es fácil decir estas cosas, pero tiene todo el derecho a saberlo: su hermano falleció —el doctor apartó la mirada—. Hicimos nuestro mejor esfuerzo, pero fue imposible detener la hemorragia. Lo lamento mucho.

Algo dentro de mí se rompió en mil pedazos y caí de vuelta en la silla. Mick estaba muerto... mi hermano ya no existía. Y peor aún, dejé escapar a su asesino. Aunque dos años después no pude reprimir una sonrisa al distinguir su cara entre los tantos reportes de desapariciones que causó la manada.



Sentí lágrimas corriendo por mi rostro, y hasta entonces noté que estaba llorando. Me limpié con el dorso de la mano, y respiré profundo. Necesitaba calmarme. Esta era una situación muy distinta y había mucho menos riesgo implicado. Aun así, el hecho de imaginar una vida sin Alex me daba pánico.

De repente, una doctora se detuvo frente a mí, le echó un vistazo al trozo de papel que llevaba en la mano, y dedicándome una sonrisa, empezó a hablar.

—Eres el novio de Alexandria Davenport, ¿cierto?

—Así es —tensé la mandíbula.

—Bien, en ese caso...

—¿Pasa algo malo, doctora? —la interrumpí.

—En lo absoluto, tu chica está completamente sana. El desmayo fue debido a leve una baja de tensión, pero ya está estable, y además del pequeño hematoma que le generó la caída, no sufrió ni fracturas ni lesiones.

—Perfecto, muchas gracias —suspiré aliviado—. ¿Y qué cree que haya podido causar eso?

—Estoy segura de que la señorita Davenport hubiese preferido decírselo directamente, pero dadas las circunstancias, prefirió que yo lo hiciera en su lugar —respondió, dándome una palmada en la espalda—. Felicidades, van a ser padres.


Canción: Car Crash

Banda: Three Days Grace

Wolfhunt | Shining Awards 2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora