12-. Perro callejero

787 101 9
                                    

El viento azotaba mi cuerpo, a medida que me acercaba al pavimento. Abracé el maletín con todas mis fuerzas, e hice una voltereta para disminuir la velocidad de la caída. Antes de darme cuenta, había aterrizado de pie y sin daños. Escruté los alrededores con la mirada, y tan rápido como pude, regresé a casa.



Me levanté de la cama con flojera, tomé una ducha de agua fría, e inmediatamente me dirigí a la cocina para desayunar. Allí se encontraba Alexandria, leyendo el periódico mientras bebía su taza de café matutina. Su largo cabello rojizo, como de costumbre, le caía desordenadamente sobre los hombros; sus ojos se paseaban con rapidez por los titulares, y su expresión permanecía neutra. Vestía una falda negra ajustada al cuerpo, la cual realzaba sus anchas caderas; una camisa blanca y tacones negros.

—Buenos días, Alex —saludé, dándole un beso rápido en los labios—. ¿Qué hay de nuevo en las noticias?

—Lo de siempre: famosos causando polémica y eventos deportivos —respondió, encogiéndose de hombros—. Lo único interesante es que hallaron dos cadáveres junto al Albert at Bay, parece que algún enfermo los arrojó desde el último piso.

—Supongo que tendría motivos para hacerlo, uno no lanza a alguien por la ventana solo por capricho —tomé asiento.

—Eso solo lo sabe el asesino, Oli, pero no pienso ir a preguntárselo. Quiero a esa persona tan lejos de mí como sea posible.

—Pudo haber sido en defensa propia, no tiene que tratarse de un psicópata necesariamente.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de ello? Aquí dice que ambas víctimas fueron arrojadas con segundos de diferencia por un individuo no identificado. Eso no suena a que nadie se estuviera defendiendo.

—Es solo un presentimiento —le di un sorbo a mi taza—. ¿Dice algo más?

—Según el personal de seguridad, vieron lo que parecía ser un perro callejero bastante grande y corpulento que caminaba erguido por los pasillos del hotel.

—¿Perro callejero? ¿Es en serio? —mascullé.

—¿Dijiste algo? —arqueó una ceja.

—Nada importante —terminé de comer y dejé el plato en el fregadero—. Hoy debo llegar más temprano al local, necesito terminar un tribal que me encargaron.

—Ten cuidado en el camino, Oli, te amo —esbozó una pequeña sonrisa y me despedí de ella con un beso.



Llegué a casa poco antes de que oscureciera, tomé una larga ducha de agua caliente, y preparé un sencillo pero delicioso caldo de pollo. Por la hora, supe que Alexandria llegaría pronto, así que me encargué de poner la mesa y nos serví dos enormes cuencos. En ese preciso instante, oí cómo la puerta de casa se abría, y mi chica entró a la cocina. Al ver lo que había preparado de cena, sonrió encantada y se sentó a comer conmigo. Lucía bastante cansada, y sus grandes ojos azules luchaban por mantenerse abiertos. Traía aquel largo cabello rojizo recogido en una coleta, pero algunos mechones desordenados caían sobre su rostro. Había sido un día pesado para ambos; aunque era notorio que ella se había llevado la peor parte.

Una vez que terminamos de comer, Alex me dio un beso de buenas noches y se dirigió a la habitación; hice lo propio después de haber lavado los platos, y me di cuenta que se había quedado dormida con la ropa puesta. Esbocé una pequeña sonrisa y me tendí junto a ella. Con cuidado de no despertarla, fui desvistiéndola con suavidad; hasta que finalmente quedó en ropa interior. Besé su frente, y noté cómo una sonrisa se plasmaba en su delicado rostro. Acto seguido, apagué la luz y me dormí junto a ella.


Me encontraba flotando sin rumbo en el plano astral cuando, sin previo aviso, algo me arrastró a la biblioteca de los lobos. Allí se encontraban los miembros restantes de la manada, todos cubiertos con sus respectivas túnicas negras, a excepción de mi persona, que apenas traía puesta ropa interior. Por suerte, uno de mis compañeros reparó en esto, e inmediatamente me extendió una túnica que acepté de buena gana.

—Como decía —indicó uno de ellos, dirigiendo la mirada hacia mí—, recibimos un fuerte ataque el día de ayer, y perdimos a tres miembros de la manada, incluyendo al Alfa. Logramos acabar con la mayoría de los atacantes, pero algunos de escaparon y no sabemos si tienen intenciones de volver.

—Lo más probable es que regresen, estoy completamente seguro de que no nos encontraron por casualidad —opinó Abraham—. Sin embargo, debemos nombrar un líder temporal para la manada.

—¿Será por votación? —preguntó uno de los encapuchados.

—Creo que sería mejor decidirlo mediante un combate, así podremos ver qué tan capacitado está cada uno —propuse, y para mi sorpresa, casi todos asintieron en señal de aprobación.

—Hunt tiene razón, no podemos escoger a un blandengue para que nos represente —dijo Darwins, dando un paso al frente—. Voto porque participen todos aquellos que deseen llegar a ser un Alfa, y que el ganador tenga el derecho a liderar la manada.

—Tranquilícense, caballeros —replicó Abraham—. Esto no puede decidirse así como así, recuerden que no estamos hablando de cualquier cosa.

—¡Eso dices porque eres el siguiente en la línea de autoridad! Puedes engañarlos a ellos, pero sé que harías lo imposible por tomar el mando de una vez por todas —lo interrumpió Darwins con tono desafiante.

—Por favor, Matthew, deja de decir estupideces, o si no...

—¿Si no qué, Frost? —ambos dieron un paso al frente.

—¡Alto! No podemos dejar que esto se convierta en una anarquía —razonó otro licántropo—. Necesitamos acordar una manera para elegir otro líder lo antes posible.

—Estoy a favor del combate —sonreí con malicia—. ¿Quién me apoya? —se escucharon susurros a lo largo del lugar, e instantes después, la mayoría de los lobos levantó la mano.

—Si eso es lo que quieren, lo tendrán —declaró Abraham—. Aquellos que quieran participar, vengan preparados para la próxima luna llena. El ganador tendrá poder ilimitado en la manada y...

—¿Entonces todos pueden participar?

—Así es, y tengan en mente que vale cualquier cosa para obtener la victoria.

Dicho esto, vimos cómo un sujeto flotaba lentamente por la habitación, y aterrizaba en el medio de nosotros. Vestía con una túnica negra muy parecida a la nuestra, solo que en vez de utilizar la capucha, él dejaba su rostro al descubierto. A simple vista aparentaba ser un hombre maduro de unos cuarenta años; no obstante, su mirada daba a entender que tenía mucha más edad. Traía el cabello corto y lleno de canas, al igual que la barba; medía casi dos metros, y era de contextura atlética.

—¿Logan? ¿Qué estás haciendo aquí? —exclamó Frost—. Hace dos décadas que William y yo dejamos de verte.

—Traigo noticias, viejo amigo, y no son nada buenas.

—¿Acaso hay algo que peor que las pérdidas que tuvimos?

—Puedes estar seguro de ello, las muertes no se detendrán hasta que hagan algo al respecto.

—¿A qué te refieres? —quiso saber Darwins.

—A que hay un traidor entre de sus filas —espetó Logan, haciendo que se me formara un nudo en el estómago.


Canción: Of Wolf and Man

Banda: Metallica

Wolfhunt | Shining Awards 2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora