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Recuerdo
Iniciaba mi rutina diaria con una ducha de agua caliente para después dirigirme a la universidad y pretender que me he convertido en un mejor estudiante. Esas ocho horas del día se convertían en una prisión sin paredes. Las cortas conversaciones con mis compañeros se volvían monótonas y repetitivas, las materias simplemente no eran lo que yo buscaba, se encontraban vacías en su mayor parte. Existían algunas excepciones y de vez en cuando me encontraba con la frase de alguien que murió hace tanto tiempo que es sorprendente que sus palabras aún tengan alguna utilidad en nuestros días. Pero cada minuto que pasaba sentado en el pupitre solo me hacía desear salir y conocer algo nuevo, algo distinto, algo único, algo que, por raro que parezca, algo que extraño a pesar de no saber con exactitud de que se trata.
Así era como trascurrían los días. Cristian amenizaba un poco esos pensamientos con sus bromas y las pláticas que compartíamos. Mis padres regresaron a su rutina habitual de presionarme lo más posible por ser el mejor estudiante y renunciar a mi sueño de convertirme en un fotógrafo. Una vida normal en la situación de cualquier persona de mi edad, aburrida, insípida y sin ninguna emoción.
En una ocasión cuando regresaba a casa una canción en la radio me pareció familiar a pesar de no haberla escuchado nunca. Así es, mi vida es tan cotidiana que aquel evento es lo más remarcable que podría contarle a alguien. Abrí la puerta y encontré el desorden habitual, lancé mi mochila al sofá para lanzarme a la cama deseando que el día terminará al igual que el día siguiente y el siguiente.
Pero toda la ropa sucia sobre la cama, los audífonos entre otros objetos me hacían sentir incómodo. Era hora de hacer la limpieza que hago cada dos meses, puse música a todo volumen y con gran pereza empecé a lavar la ropa, acomodar todo en su lugar.
Al abrir el cajón de mi buró de noche encontré un libro con la portada roja, sin título ni autor. Por curiosidad lo abrí pero sus páginas se encontraban en blanco. No le di mayor importancia y lo lancé a la cama para buscarle un lugar en donde guardarlo. Intenté recordar de dónde había sacado ese libro mientras limpiaba unos estantes altos en la sala. La idea era quitar todo lo que descansaba ahí, limpiarlo y regresarlo a su lugar, pero opté por simplemente quitar el polvo con un trapo para ahorrar trabajo. Así fue que una cámara antigua que había encontrado en un bazar cayó sobre mi rostro, no hubiera pasado a mayores de no ser que la cámara pesaba casi dos kilos.
El filo del lente impactó en mi nariz haciendo que la sangre empezara a brotar. Después de algunas maldiciones y regañarme por no hacer las cosas como se supone se deben hacer corrí al baño para ponerme una banda adhesiva y detener el sangrado. El dolor no cesaba y decidí no continuar con las labores domésticas. Me lancé a la cama de espalda y sentí que algo duro se incrustaba en mí, lo alcancé con mi mano y era el libro que por inercia lo abrí de par a par haciendo que de él cayera un pedazo de papel que tenía escrito "El libro rojo está vivo, el Credo existe, tienes que regresar a él." Quedé totalmente extrañado porque la letra parecía ser la mía, pero por más que intenté no recordé si escribí eso ni de dónde venía el libro. El dolor de la nariz continuó y llevé mi mano para verificar que no seguía sangrando, pero no fue así. Mis dedos se mancharon de sangre.
Cerré el libro con ambas manos y sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. Miré la portada del libro que absorbió la sangre de mis dedos y de él emanó lentamente una tinta negra que escribió en la parte superior "El Credo" tomé el papel de hace un momento y lo volví a leer. "El libro rojo está vivo, el Credo existe, tienes que regresar a él." Al regresar la mirada al libro encontré que se había creado la figura de en lobo en su portada.
Empecé a sudar frío, mi boca se secó inmediatamente y mi estómago empezó a sentir nauseas. Acto seguido un fuerte dolor llegó a mi espalda, ardía como metal al rojo vivo, haciendo que cayera a la cama. Después fui bombardeado por cientos de imágenes que pasaban fugazmente por mis ojos.
Huor, Lúthien, Lólindir, Fëanáro, Merenwen, Nindë, Finrod, Idril, El Credo, Las organizaciones, mi habilidad, el entrenamiento, la energía, el libro rojo. Recordé absolutamente todo en un momento pero el impacto fue demasiado, mi estómago necesitaba deshacerse de su contenido en ese preciso momento.
Con una fuerza que desconocía me arrastré hasta el baño a pesar del dolor que persistía en mi espalda para expulsar la comida que permanecía en mí. El esfuerzo físico me dejó totalmente agotado, me aferré como pude al excusado para no manchar el piso. Una vez que terminé abrí los ojos y la imagen me petrificó.
Negro, una sustancia negra cual tinta china flotaba sobre el agua, creí que tenía una enfermedad grave pero el dolor en la espalda me impedía pensar con claridad. Cerré mis ojos con fuerza y al abrirlos noté algo extraño, el líquido negro había formado el nombre de mi madre y de mi padre.
Y una vez más fui bombardeado por más imágenes sobre lo que viví en el Credo a inconscientemente activé mis ojos volviendo insoportable el dolor en la espalda hasta el punto de desmayarme. Mis ojos se cerraron repentinamente, pero juraría que escuché la una voz suave y familiar, no entendí sus palabras, pero estaba seguro que era... Lúthien.
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El Credo - Iniciación II
FantasyDespués del primer encuentro de Erick Carvahall con el libro rojo su vida no ha sido la misma. El contacto con su habilidad y la magia le ha entregado una visión amplia sobre el mundo que lo rodea, pero aún tiene mucho por aprender. Por azares del d...