Capítulo 32 - La pequeña niña

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La pequeña niña

Las palabras de Huor retumbaron en mi cabeza haciendo eco en cada rincón de mi cuerpo y a pesar de ello, quedé inmóvil en el suelo durante varios segundos.

— No era como lo tenía planeado, pero tendremos que conformarnos por el momento. — Dijo Huor dejando caer un pesado suspiro al final.

Levanté un poco mi cabeza para ver el caminar de Huor hacia los demás miembros. La Familia y el Clan ya se encontraban agrupados y preparados para retirarse. Las pisadas de Idril, aunque lentas, resonaban en todo el valle, a su lado su jinete y detrás de él caminaban Nindë, Merenwen, Finrod y Tinúviel.

Lólindir se puso de pie apenas Lúthien terminó de sanar sus heridas y caminó hacia los demás. No tardé mucho en recuperarme del daño físico gracias a que el enanito recibió la mayoría del impacto de nuestra... discusión hostil. Lúthien me ayudó levantarme y me indicó que la acompañara con los demás. Los tres círculos estaban perfectamente marcados y justo en el centro se encontraban Huor, Vincent y Daimont.

— Aunque mi aparición no se encontraba dentro de lo planeado, me alegro que se encuentren bien. — Dijo Huor en tono condescendiente y educado, algo realmente extraño en él.

— Puedes dejar las apariencias e hipocresías para otro momento, te recuerdo que el causante de todo fue un miembro del Credo. — Replicó Vincent con voz autoritaria.

— No seas tan duro, si recapitulamos lo ocurrido y analizamos un momento la situación podemos exonerar a nuestro camarada de los actos que precedieron a este combate. Aunque también estoy seguro que debe tener una explicación sobre la presencia de fuerzas militares en esta zona. — Respondió Daimont con tono prepotente.

— Y como siempre, será un placer responderte. — Respondió Huor con cierta molestia. — Los miembros desplegados antes de mi llegada actuaron por su propia cuenta rompiendo los protocolos de nuestra organización. Al enterarnos de la situación es cuando decidí tomar medidas como miembro activo en una misión de reconocimiento y de ser necesario, de rescate. Los hechos ocurridos tanto en la cabaña como en su enfrentamiento directo han sido un gran malentendido y debe ser tomado como un error de un grupo de novatos, aunque eso no llega a ser una justificación de sus actos, les ofrezco mi más grande disculpa a ambos con la promesa de aún actuar según nuestro tratado de paz.

— ¡NO ENTIENDES LA GRAVEDAD DE LA SITUACIÓN! — Interrumpió Vincent con gran enojo. — Tres de mis hombres están desaparecidos y posiblemente muertos y por alguna extraña razón el imbécil que nos atacó tiene la misma habilidad que mi hija. — Vincent gritó con todas sus fuerzas hasta guardar silencio de golpe.

La mirada del líder del Clan se calvó de un momento a otro en el suelo, con la boca abierta y el cuerpo inmóvil, casi como si experimentara una posesión. Huor se acercó lo suficiente como para poner el su mano sobre su hombro pero el semblante de Vincent fue suficiente para detener cualquier intento para tranquilizarlo.

— Tengo que mostrarte algo. — Dijo Huor en voz baja.

Con un enorme esfuerzo el líder del Clan levantó la cabeza y empezó a seguir a Huor quien ya caminaba hacía el bosque. Detrás de él estaba Daimont y como si se tratara de un cortejo fúnebre los tres contingentes marcharon detrás de sus líderes en silencio, aun sosteniendo con las manos las heridas aún frescas y el dolor sobre el cuerpo que dejó el combate. El trayecto pareció durar una eternidad y nadie se atrevía a esbozar una sola palabra. Merenwen en particular caminaba con un desánimo que contagiaba a todos, como niños pequeños que fueron regañados por sus padres, solo podíamos seguir el paso sin quedarnos atrás.

El Credo - Iniciación IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora