27
Caballería
Una lágrima recorrió el rostro de Vincent, el líder del Clan había mostrado su lado frágil por algún motivo, incluso Daimont se encontraba desconcertado por tal explosión de emociones. Después de fallar el disparo noté una suave y cálida sensación en mi costado izquierdo, era la mano de Merenwen, sus dedos encajaban perfectamente entre mis costillas, el toque era algo extraño para el momento, pero, de alguna manera u otra, era relajante.
— Cinco miembros del Clan, la Familia y el Credo, sin contar con un dragón cartaginés de escamas rojas contra cinco ánimas de madera, puedo notar la injusticia del combate, pero por lo menos será interesante. — Dijo la sombra en tono tétrico.
El brillo en los ojos de los humanoides resplandecieron, haciendo que unas afiladas garras se formaran en sus manos, sus expresiones se asemejaban a una bestia sedienta de sangre, con instintos asesinos y una clara amoralidad. Tras un chasquido de la sombra aquellos entes se abalanzaron hacia nosotros. Daimont cerró los ojos para crear un escudo alrededor de todos los presentes, una barrera tan grande que logró cubrir a Idril sin mayor problema.
— Me imagino por lo que pasas, pero te necesitamos concentrado, Vincent debes comandar a tus hombres. — Impuso Daimont.
El líder del Clan tardó un par de segundos para reaccionar, su rostro se encontraba empapado y sus movimientos eran lentos. Cuando las ánimas golpearon el escudo un estrepitoso estruendo retumbó en el cuerpo de Vincent quien levantó la mirada y se perdió en el brillo en los ojos de esos trozos de madera con vida.
— Evelyn. — Dijo Vincent apenas susurrando.
Daimont comenzó a sudar, al perecer el recibía los impactos del escudo en su cuerpo. Levanté mi arma para disparar pero fui detenido por un hombre de la Familia.
— ¡No lo hagas!, esta barrera es impenetrable, tanto por fuera como por dentro.
Excelente, nos encontramos atrapados y acorralados, no podemos huir ni contraatacar y como si fuera poco, una lanza de hielo rompió el aire a su alrededor mientras cubría su trayectoria hacia nosotros, aunque se convirtió en añicos al impactar la barrera, Daimont resintió la brutalidad del golpe, haciendo que se pusiera de rodillas.
— El tiempo es un sabio y cruel compañero, que lastima que no sea un allegado mío. — Dijo la sombra antes de arrojar otra lanza de hielo.
Idril se comportaba nervioso e inquieto, Finrod y Nindë no podrían ocultar su preocupación, Fëanáro y Merenwen tenían la quijada tensa por el enojo. Cada uno de los miembros restantes mostraba una emoción acorde a la situación... pero yo me sentía tranquilo, como si fuera un sueño, algo irreal. Podía analizar el rostro de cada persona y entendía como era el estilo de pelea de las ánimas y la regularidad de los hechizos de la sombra, jamás me había sentido tan lucido desde que estoy en el Credo.
— ¡Por lo que más quieras Vincent reacciona! — Gritó Daimont.
La guadaña de hoja dorada reposaba a los pies de su dueño, implorando ser empuñada, pero Vincent aún se ahogaba en su tristeza... no entiendo porque.
— Debemos retirarnos. — Dijo un hombre del Clan con gran desesperación.
La tensión crecía cada vez más, con cada ataque de las ánimas y de la sombra el escudo perdía lentamente su fuerza.
— ¿No pueden pedir refuerzos? — Preguntó un miembro de la Familia.
— Imposible, dentro de la barrera nada entra ni nada sale... absolutamente nada. — Respondió Daimont.
La ley de gravedad... si todos pierden la cabeza mientras que tu conservas la calma, significa que no entiendes la gravedad de la situación, así me encontraba en ese momento, toqué mi chaleco y pantalones en busca de algún objeto extraño que haga el mismo efecto que el sello sobre la puerta de mi primera habitación, pero nada... ¿Estaré aceptando mi propia muerte?
— ¡Vincent es ahora o nunca! — Gritó Daimont tratando de hacer reaccionar al líder del Clan.
Una lanza de hielo se volvió a formar sobre la sombra, pero en esta ocasión el impacto fue tan grande que destruyó por completo el escudo, derribando a Daimont y haciendo que perdiera la conciencia. Las ánimas no perdieron un solo momento para arrojarse directamente a nosotros, todos dimos un salto hacia atrás para evadirlos, pero justo cuando la mano de Merenwen dejó de tocarme algo extraño sucedió, perdí el control de mi cuerpo, un horrible dolor de cabeza me golpeó, mis ojos volvieron a la normalidad y caí al suelo sin poder hacer nada.
— ¡GALDOR! — Gritó Merenwen desesperada.
Estando boca arriba pude mirar a las cinco ánimas sobre mí con sus garras apuntando a mi cuerpo. Una bola de fuego lanzó a uno de ellos, una espada cubierta en fuego verde apartó a otro enemigo, un tentáculo violeta atrapó y lanzó a un tercero, un miembro de la Familia y uno del Clan embistieron al cuarto atacante, pero el quinto tenía vía libre para tomar mi vida.
Ni siquiera podía cerrar mis ojos para aceptar mi destino, ni un solo musculo reaccionaba por más que lo intentaba. Las astilladas y afiladas garras tenían a mi cuello como objetivo. Logré escuchar otro objeto que rompía el viento con su trayecto, aunque este era mucho más pequeño y ligero. En un instante apareció una flecha que se clavó en el ojo de mi atacante con tal fuerza que fue despedido varios metros hacia atrás.
Una fuerte ráfaga de viento comenzó a levantar polvo en el lugar junto con un muy familiar manto amarillo que pude ver a pesar que mis ojos no se encontraban activados. El viento transportaba un inconfundible aroma... ¿Acaso es...?
El polvo se empezaba a disipar y tres figuras aparecieron delante de mí, un hombre con un arco en sus manos, una mujer de largas piernas con un libro y un tercer hombre con un traje de tres piezas y unos peculiares lentes cuadrados.
— ¿Quién diría que hoy me encontraría con los tres líderes más poderosos de todo el mundo? — Dijo entusiasmado la sombra.
Una segunda flecha emprendió su vuelo en dirección a la sombra, esta fue desviada por una fugaz ráfaga de viento, pero al alcanzar su objetivo un leve gritó emanó de la sombra... no pudo evadir el disparo como lo hacía con mis balas. Una gota de sangre cayó del árbol hasta ser absorbida por la tierra.
Finrod, Merenwen, Fëanáro y Nindë se acercaron a donde me encontraba, seguido de una voz que empezaba a extrañar.
— ¿Todos están bien? — Preguntó Huor sin quitar la mirada de su enemigo.
— Si. — Respondieron todos en coro.
— ¿Qué le pasó a Galdor? — preguntó Lúthien mientras se arrodillaba y colocaba sus manos sobre mi pecho.
— Galdor usó mucha energía y empecé a transmitirle mi propia energía para evitar su muerte. — Respondió Merenwen agitada.
Lúthien aprobó la acción de Merenwen con un gesto en su rostro, tras un momento de concentración, las manos de Lúthien me golpearon el pecho, haciéndome sentir una corriente eléctrica que me hizo retorcerme por algunos segundos hasta que tuve el control de mi cuerpo nuevamente e instintivamente activé mis ojos. Ese manto rosa de Lúthien cubría mi cuerpo por completo, aunque la paz y tranquilidad que sentía desaparecieron por completo.
— Estará bien, eso le bastará por ahora. — Confirmó Lúthien a la vez que se ponía de pie.
Tinúviel lanzó una tercera flecha, haciendo que en esta ocasión la sombra la evadiera al saltar del árbol y aterrizar en el suelo con un poco de dificultad.
— Linwëlin y Anárion, los ciegos luchadores por el equilibrio. Si de verdad les importara mantener el balance de este mundo saben que no pueden matarme. — Dijo la sombra.
Huor tomó su tiempo y con gran tranquilidad tomó sus lentes y los guardó en el bolsillo delantero de su saco.
— Tienes razón, no podemos interferir de esa forma, nosotros solo somos la caballería. — Dijo Huor en tono amenazador.
,
ESTÁS LEYENDO
El Credo - Iniciación II
FantasyDespués del primer encuentro de Erick Carvahall con el libro rojo su vida no ha sido la misma. El contacto con su habilidad y la magia le ha entregado una visión amplia sobre el mundo que lo rodea, pero aún tiene mucho por aprender. Por azares del d...