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/Madrid, Cárcel estatal/
/Año presente/

Cualquiera diría que el chico que ha llegado nuevo en la prisión hubiese cometido tales actos.
Venía de una familia adinerada, tenían dos casas en un distrito privilegiado e inaccesible para la mayoría de habitantes de Madrid. Incluso se rumoreaba que tenía pareja.
No obstante, muchas de las cosas que había hecho habrían sido capaz de aterrorizar al criminal con más sangre fría del lugar; que era, en efecto, él mismo.
Y él no sentía ni terror ni remordimiento por lo que había hecho.
No podía sentir nada.

De ser así quizás hubiese ganado la batalla en los tribunales.

Pero no, aquí estaba.

En la trena.

Con un amargo suspiro el chico del que os hablo se sentó en su celda y observó el sitio. Las paredes estaban garabateadas, la cama sucia y emanaba un fuerte olor a cisterna del baño que tenía.
Había estado en sitios peores, pero ésta celda tampoco era una suite de lujo.
Antes de que pudiese acoplarse, una figura esbelta y de tono cobrizo se rigió ante él.
También la conocía muy bien.

- Bueno bueno, Díez. - inició su discurso con una sonrisa burlona. - Esta vez no has podido escapar ante mí.

- Lo que tú digas, Joanne. - farfulló en voz baja.

- Agente Gere, si te refieres a mí. A partir de ahora me llamarás así, Díez. O debería llamarte... Carlos.

- Mira, o los dos nos llamamos por nuestro nombre o por nuestro apellido. Policía o no, te voy a seguir tratando igual. Siempre.

- Estás muy agresivo, ¿no?

- Es mi tono de voz em.. Normal. Ya me deberías conocer. ¿No te asignaron mi expediente?

- Seeeh... Lo hicieron... - dijo con soberbia mientas se apoyaba entre las rejas de la cárcel. - De hecho, gracias a tu caso me ascenderán y seré... ¡Sargento! - exclamó con fuerza y levantó sus brazos para aumentar su alegría.

- En realidad no. - el preso murmuró.

Tras un silencio incómodo la agente volvió a preguntar.

- ¿Cómo dices?

- Que no. Si tú investigas delitos estás en la policía de investigación criminal, no en la general. - la miró con frialdad. - Te ascenderían a... ¿Investigadora o algo así? Más o menos...

Silencio.

- Sabes mucho de policías, ¿no?

- Por lo visto sé más que tú. - Carlos coontratacó y sonrió con sorna.

Joanne enfureció y su semblante lo indicaba a la perfección, cosa que al preso le parecía jocosa a más no poder.

- Insolente... ¿Cómo te atreves a hablarle así a un agente, eh?

- ¿Cómo le hablas tú a un preso así?

- ¿Por qué siempre me replicas?

- ¿Y por qué tu siempre evitas responderme?

Éste tío estaba sacando a Joanne de sus casillas, bastante más de lo normal.

- Venga, ¿no sabes que responder otra vez? Al menos mírame, tampoco cuesta... Con lo guapo que soy...

- ¿Tú? ¿Guapo? - preguntó indignada, aunque en verdad consideraba a Carlos bastante atractivo. - Tú lo que eres es un desquiciado. ¡Un psicópata, un cabrón, un...!

- Relájate tía, que parece que vas a explotar...

- ¡Un enfermo! - Joanne ignoró la anterior intervención del convicto y resopló.

- Bueno, al menos te van a ascender.

La morena le miró y alzó su gorra con orgullo.

- Pues claro, así me aseguraré que canallas como tú acaben en la cárcel. - sonrió desafiantemente a Carlos y se giró.

- ¿Tienes que irte ya?

- Sí, hay reunión. Bueno, hasta mañana, Díez. - se empezó a alejar de la celda.

- Hasta nunca, Gere. Gere... -pensó. - Anda, como el actor, me acabo de dar cuenta.

- Que tonto eres a veces. - intentó murmurarlo.

- Aprende a susurrar.

- ¡Y tú a callarte la boca!

Finalmente Joanne se acabó yendo a aquella reunión con la sangre a punto de hervirle por culpa de aquel muchacho.
Era tan insolente, e impertinente...
No olvidemos de los crímenes que había cometido para pasar a prisión.

Tras esa extraña fachada de chaval seductor y sarcástico se escondía un monstruo.
Monstruo al que por fin había atrapado.

Pero hasta alguien tan entusiasta como ella sabía que no había ganado el asalto contra el crimen, dado el elevado riesgo de fuga de Carlos y el hecho de que él era sólo una parte de la mafia contrabandista a la que la policía nacional perseguía con esmero.
Mafia que le pertenecía al padre legal de Carlos, y del cual la policía no había obtenido apenas información.

Nadie de los miembros a los que habían detenido previamente ha dado pistas sobre él; y ya ni hablar del propio hijo adoptivo: siempre tan callado como una tumba en los interrogatorios.

Por ahora Joanne tenía claro una cosa: como sargento, o investigadora o lo que cojones fuese; iba a conseguir desenmascarar a la mafia que tanto tiempo operaba entre las sombras.
Y este era el primer asalto.

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