CAPÍTULO 3: TAN SOLO UN RELOJ

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April Stone

Estiro el brazo en busca de mi móvil, pero me acuerdo que ni siquiera lo entré a la habitación. Abro los ojos lentamente y observo entrar los rayos de sol, iluminando toda mi soledad. Aunque no estoy tan sola...

Me levanto de rebote y voy a su habitación, pero para mi sorpresa ya no está. La cama está hecha y su dulce aroma sigue estando presente. Con una sonrisa voy a la cocina, pero se borra cuando no le encuentro. Juraría que anoche me dio la sensación de que quería algo más, es decir, un poco de alegría al cuerpo. Sexo, dilo claro. Sexo, quería sexo. Sus ojos brillaban de lujuria al verme aparecer con aquella camisa, un poquito larga y que me puse aposta, para despedirme de él. En un primer momento, no tenía pensado lanzarme de esta manera, sin embargo, hay algo que me atrapa de él. Su mirada, su tatuaje... por no hablar de su apariencia graciosa, pero a la vez chulesca. Al menos, esa fue la sensación al verle caminar. Y también, cuando no se quejó al curarle.

Supongo que no quería más que un revolcón, que no tuvo, alguien que le curara la herida y un lugar donde dormir toda la noche. A veces soy demasiado confiada, pero no me transmitía maldad. Se aprovechó de tu bondad. Eres tonta. Me encanta cuando mi cabeza intenta derrumbarme, es algo que nunca entenderé. Como puedo abatirme yo sola. ¡Por el amor de Dios! No estoy bien... vuelvo a hablar sola. Al final me van a tener que encerrar en un sanatorio mental.

Vuelvo a la habitación con la intención de cambiarme, no obstante, encuentro un obsequio bastante reconocible para mí. ¿Por qué tengo yo el reloj de Matt en mi mesita de noche? ¡El muy desgraciado ha entrado en mi habitación! Y te ha dejado su reloj. No tiene mucho sentido todo esto. ¿Para qué me deja su reloj?, ¿será como recompensa por lo de anoche?, ¿querrá decir algo en especial?

Unos golpes aporrean la puerta y consiguen alejar todos mis pensamientos, de momento. Camino despacio hacia el salón, hasta que escucho las voces de los culpables de mi apurado miedo.

—¡Abre la puta puerta April! —grita Thalía.

—¡Qué genio! —digo abriéndoles—. ¿Qué os pasa?, ¿os habéis vuelto locos?

—La loca eres tú... ¿cómo se te ocurre traer a un desconocido a casa y desconectar el timbre y el móvil?, ¿estás bien?, ¿sabes el susto que llevamos desde anoche? ¡Hemos estado toda la noche en vela! ¿No temes por tu vida?

—Espera, espera... yo no he desconectado el timbre y tampoco el móvil; lo dejé encima de la mesa.

Brad abre la puertecita donde está el contacto de la luz y me señala la palanquita naranja del timbre. Estoy confusa, yo no hice eso. Cojo el móvil y, es verdad, está apagado, pero tampoco lo hice.

—¿Qué ha pasado, April? —pregunta Brad—. Si querías una noche de sexo solo tenías que haber enviado un mensaje, nada más.

—No, si lo extraño es que yo no hice nada de esto. Yo no desconecté el timbre y tampoco el móvil. Solo le curé, le hice un vaso de leche y me fui a dormir. Él ha dormido enfrente de mi habitación, pero cuando me levanté esta mañana ya no estaba.

—¿Por qué no me dijiste dónde estaba?, ¿sabes la cantidad de delincuentes que manipulan a las jóvenes para después drogarlas y violarlas?

—A mi no me ha tocado, lo sé.

—Pero si duermes como un tronco —reprocha Thalía.

—Digo que no me ha tocado. Él no lo intentó... —Ambos me miran con una ceja alzada y se acomodan en el sofá esperando una explicación.

Refunfuño, pero al fin y al cabo se lo debo—. Era muy guapo; se notaba que hacia ejercicio, era fuerte; su voz era muy varonil y tenía un punto divertido. ¡Joder! Lo tuve delante sin camiseta... no soy de piedra. Me puse una camiseta, esta camiseta, para terminar de darle las buenas noches. Vi como me miraba y las ganas que se me quedaron de no haber hecho nada con él.

Eres mi obsesión [Saga Eres]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora