Capítulo Dieciocho

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    Disminuyó la velocidad de la moto, pero no lo suficiente como para detenerse. El visor le molestaba, pero podía ver con claridad los números.

    «155... 163... 168... ¡173!»

    Se ubicó justo frente a la casa, ni más ni menos. Todas eran iguales, com la única diferencia del pequeño patio exterior, decorado al gusto del residente. Se quitó su casco y lo colgó en el manubrio del vehículo, con la confianza de que nadie osaría robárselo.

    Caminó hasta la entrada con un paso sorprendentemente inseguro. Un auto viejo estaba detenido justo frente a la puerta, en el único estacionamiento que poseía la casa, sin contar la calle. Golpeó la puerta con su puño orgánico, como siempre, y esperó de brazos cruzados a que abrieran.

    Notó el cambio en la expresión de la dueña de la casa, desde actuar de manera normal a sorprenderse.

    —¿Qué haces por acá? ¿Se te perdió algo?

    Los ojos de Onyx parecían más negros de lo normal, tal vez por la oscuridad que se notaba dentro de la casa. Desde fuera Peridot vio que las cortinas se mantenían juntas, raro ver eso a tal hora del día.

    —No, vengo a hablar contigo —respondió, con la misma seriedad de quien le hacía frente—. Tienes información que deseo saber.

    Se miraron unos momentos. Peridot se sentía claramente intimidada por Onyx, pero no se lo diría, sabía que iba a aprovecharse de eso. Parecieron largos segundos hasta que la azabache dejó la puerta de su casa libre, apuntando con su brazo al interior.

    —Solo entra.

    Nada más colocar ambos pies sobre el alfombrado gris, Onyx cerró la puerta de un portazo, lo que sobresaltó a la rubia. En el interior estaba oscuro, como se presentó antes, con la única iluminación de una tenue ampolleta.

    Su casa no era la gran cosa. El piso completo era alfombrado, y tenía algunas manchas. Las paredes estaban pintadas de blanco, y unas fotos colgaban de ésta. Peridot no podía decir con claridad si el color de ambos sillones era rojo o café, pero no importaba. La sala era pequeña, con solo dos sillones —uno doble y otro individual—, una mesa de centro de tamaño muy reducido, fotos colgadas, una mesa en un rincón, y otra mesa más pequeña que hacía de comedor. Vio una puerta que seguramente daba a la cocina, y un pasillo que no se molestó en mirar.

    —Siéntate —escuchó a Onyx, y no le objetó. Se posó en el sillón individual mientras que la de cabello largo se ubicaba frente a ella, en el doble.

    Onyx colocó una de sus piernas sobre su rodilla, aunque más bien era técnicamente su pie. Recostó su espalda aún más en el sillón, y Peridot lo único que podía hacer era mirarla y mantenerse quieta.

    —Entonces —comenzó la más alta, girando su vista para, ahora sí, encabezar a Peridot—, ¿cómo te va?, ¿algo nuevo? No sé...

    No quería llegar al punto de todo tan rápido, y Peridot se dio cuenta de eso. Aunque, de hecho, sí habían algunas cosas que contarle que no eran sobre lo que quería saber con más desesperación.

    —Todo va bien, supongo —respondió—. Notas altas, como siempre. Nada raro.

    —¿Notas altas? ¿Qué estudias?

    —Programación —dijo, y apartó la vista por unos segundos. En la mesa de centro vio posados unos lentes ópticos y un celular—. ¿Y tú?

    —Música —respondió, sin rodeos, tal como Peridot. Onyx era una persona que al responder lo hacía sin adornos—. ¿Cómo van las cosas con Lapis?

Ayúdame a Olvidar | Lapidot | Steven UniverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora