Prologo

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Once años atrás...


La pequeña Olivia, de apenas cinco años, dormía plácidamente en su cama de palacio. Era una noche tranquila de primavera, y sus sueños acompañaban esa tranquilidad: su joven mente había recreado un campo de flores, la melodía más dulce del mundo y una escena familiar entrañable: mientras ella recogía flores para hacer una corona con ellas, su padre, Henry, jugaba con su hermana Emma, de tres años, y su madre, Leah, acunaba a Bianca, de apenas un añito de vida, entre sus brazos mientras tarareaba una nana, la misma que solía tocar en su tiempo libre. Era una familia feliz, se notaba desde lejos. Se querían, y estarían juntos pasase lo que pasase.

Un extraño ruido se escuchó por todo el palacio, y despertó a Olivia. Abrió los ojos de golpe, y se quedó quieta. Como a cualquier niño, sus miedos más ocultos la hicieron pensar que se trataba del monstruo que creía fielmente que habitaba debajo de su cama, a pesar de que su padre miraba siempre debajo de ella para desmotarle que allí solo había pelusas y un calcetín desparejo.

Pero, cuando volvió a oír el extraño ruido, se dio cuenta de que no se trataba del monstruo, sino que venía de fuera, de alguna parte del palacio. A pesar de que sabía que no debía salir por la noche de su habitación sin avisar previamente a sus doncellas, se armó de valor: se levantó, se bajó de la cama, ignorando el incómodo tacto frío del suelo de mármol, y se encaminó hacia la puerta. La abrió despacio, como si temiera que la viesen salir a hurtadillas.

El pasillo estaba oscuro, apenas iluminado por la luz que procedía de las plantas de abajo. No había guardias, ni doncellas, ni nadie. Olivia temió, por un momento, que todos se hubiesen ido sin ella. Estaba acostumbrada al ruido de los guardas haciendo su ronda nocturna, entrando de vez en cuando en mitad de la noche en su habitación para comprobar que estuviese bien, o el ruido que producían las doncellas, trayendo o llevando quien sabe qué. La habitación de Emma estaba al final del pasillo, y solía despertarse llorando en mitad de la noche reclamando la atención de sus padres. Pero ni eso. Todo estaba en un profundo y aterrador silencio. Cuando se es tan pequeña y se vive en un lugar tan grande, en el que por la noche toda la decoración cobra una forma extraña, resulta fácil tener miedo.

De nuevo se escuchó el ruido, y Olivia pudo comprobar que era un ruido sordo y que producía mucho eco. Miró en la dirección de las escaleras principales, las que llevaban a la primera planta. Dudó, pero se dijo a ella misma que tenía que comprobar qué estaba pasando, o si no, no conseguiría dormir tranquila. Reunió fuerzas y comenzó a caminar hacia ellas de puntillas. Se aferró con fuerza al pasamanos y comenzó a descenderlas de una en una, sintiendo el tacto suave de la alfombra roja que las cubría en los pies.

Fue al llegar a la segunda planta que escuchó los gritos de varias personas.

―¿Dónde demonios está?

―¡Hay que encontrarlo!

―Id a alertar a sus majestades y a sus altezas, no podemos permitir que se acerque a sus habitaciones ―reconoció la voz de William, el jefe de la guardia real.

Oyó los pasos de varis guardias subiendo las escaleras, y se apresuró a esconderse debajo de la mesa con un florero y empotrada contra la pared que había en el descansillo de la escalera en el que se encontraba. Tres guardias pasaron de largo sin reparar en su presencia. Esperó varios segundos, y cuando estaba a punto de salir de allí debajo y proseguir con su cometido de ver que estaba pasando, escuchó de nuevo las voces de los guardias.

―¡La princesa no está en su habitación!

―¡Ni la reina! ¡Majestad, despierte, vamos, es urgente!

The Crown (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora