Capítulo 7

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Bajé corriendo hacia la planta baja con la intención de buscar a Christian. Pero, cuando pasé por el descansillo de la tercera planta, y di una rápida mirada hacia el pasillo, lo encontré en frente de la puerta de mi habitación, andando de un lado a otro con la cabeza gacha.

Me tuve que agarrar al pasamanos para no caerme cuando me detuve de golpe. Me quedé allí quieta, mirándolo. La idea de enfrentarme a él y hablar como si nada hubiera pasado parecía mucho más fácil en mi mente. Aún seguía sin querer hablar con él. No sabía por qué, pero algo dentro de mi le culpaba por todo aquello, aun sabiendo que él no tenía ninguna culpa de lo que nuestros padres trataban de hacer. Suspiré antes de soltar el pasamanos de la escalera (al que mi cuerpo se aferraba con todas su fuerzas, negándose a ir hasta Christian), antes de obligarme a mí misma a dar el primer paso en su dirección.

Lo hago por mí, no por él.

El ruido de mis pasos debió de alertarle, porque de paró en seco y levantó la cabeza con rapidez. Me miró sorprendido, después miró a la puerta de mi habitación y otra vez a mí.

–Creía... que estabas en tu habitación.

Me detuve a dos metros de él, mirándole con una expresión neutra en el rostro. Él carraspeó, se enderezó y se pasó una mano por el pelo para colocarlo, pero me había dado cuenta de que ese era un gesto que hacía muchas veces cuando estaba incomodo o nervioso. Pero ahora, podía asegurar que estaba tanto incomodo como nervioso.

–Tenemos que hablar –dijo, con un tono serio y calmado.

No hacía falta mirar mucho a Christian para darse cuenta de que tenía el porte de un rey.

–Sí, ya lo sé –dije, alzando la barbilla, denotando seguridad en mí misma.

Y que yo, tenía el porte de una reina.

Christian me mantuvo la mirada durante varios segundos. Era evidente que él tampoco estaba de acuerdo con todo lo que estaba pasando. Y eso, de alguna manera, me facilitaba mucho más las cosas. Suspiré, bajando la mirada al suelo. No íbamos a conseguir nada si nos mostrábamos hostiles el uno con el otro.

–¿Quieres pasar? –pregunté, señalando la puerta de mi habitación.

Estaba dejando entrar a mi lugar privado a un completo desconocido, pero, si no lo hacía, me temía que Christian me seguiría viendo como el enemigo (igual que hacía yo con él). Él vaciló, pensándoselo dos veces, pero asintió. Fui hasta la puerta, pasando por su lado, y la abrí. Me hice a un lado para que pasase el primero, y después la cerré. Christian se había quedado mirando a su alrededor con detenimiento, memorizando cada detalle de la estancia. Carraspeé, y él se volvió hacia mí, disculpándose con la mirada. Cogí aire profundamente antes de decir:

–Toma asiento. –Señalé el diván de la habitación. Él me obedeció–. ¿Quieres tomar algo? ¿Té? ¿Café, quizá?

–Café estaría bien, gracias.

Llamé a mis doncellas por el botón del servicio. Laura no tardó ni un minuto en aparecer, ni dos en irse y volver con una cafetera y dos tazas. Puso la bandeja sobre la mesa de enfrente del diván, y nos sirvió una taza a cada uno.

–¿Desea algo más, señorita?

–No, puedes retirarte –le dije con una sonrisa.

Ella hizo una reverencia y se fue, cerrando la puerta al salir, dejándonos completamente solos. Me senté al lado de Christian, pero dejé una distancia prudente entre nosotros. En un silencio tenso, Christian cogió su taza y le echó dos terrones de azúcar. Lo único que se oía en la habitación era el ruidito que hacía la cucharilla al chocar contra la porcelana de la taza al dar vueltas al café. Sin mirarle, cogí mi taza y le di un trago. El sabor amargo del café puro inundó mi boca. No me gustaba el café, al menos, no sin azúcar. Pero sabía que iba a necesitar todo el café de aquella cafetera para poder sobrellevar la conversación que estábamos a punto de tener.

The Crown (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora