Capítulo 19

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―Liv, espera, ¿qué...?

No dejé acabar a Drían lo que estaba diciendo. Abrí la puerta del armario de la limpieza y le metí dentro de un empujón. Encendí la luz, cerré la puerta y me abalancé sobre él. Abrió la boca, sorprendido, pero no dejé que dijera nada. Le rodeé el cuello con los brazos y sellé mi boca con la suya. Al principio se resistió: sabía que quería explicaciones, saber qué demonios me estaba pasado; pero yo necesitaba quitarme aquella duda y la angustia que me estaba carcomiendo la cabeza desde el día anterior. Finalmente, cedió y me devolvió el beso con las mismas ansias con las que yo se lo estaba dando.

Era la primera vez que le besaba de aquel modo. Tan feroz, tan apasionado, tan... hambriento. Y me sorprendió descubrir que se le daba de maravilla besar así, y por un momento mi cabeza voló lejos, imaginándose las posibles situaciones donde hubiera podido aprender a besar así. Pero mi cometido era mucho mayor, y no dejó a mi cabeza irse muy lejos. Besé, mordí, succioné, lamí e hice todo lo que se me ocurrió con sus labios, pero no sentí nada. Ni las llamadas mariposas, ni los dichosos nervios del primer amor, ni... nada. Ni siquiera la mitad de las cosas que sentía al besar a Christian.

Me separé de él, frustrada. Me dejé caer contra la pared llena de escobas y productos de limpieza a mis espaldas, llevándome una mano a la frente. Drían me miraba desconcertado, y algo molesto por haber roto el beso.

―Olivia, ¿se puede saber qué demonios te ha ocurrido? ¿Qué te pasa? Esta no eres tú, no es normal este comportamiento.

¿Qué no es normal que yo me comportase como una adolescente promiscua? Pues no.

Le miré detenidamente antes de soltar un suspiro y echar la cabeza hacia atrás. No podía responderle a sus preguntas. No podía decirle que, si lo primero que había hecho nada más verle esa mañana había sido meterle en un armario para enrollarme con él, era porque, desde que Christian me había besado el día anterior no podía dejar de pensar en la sensación que solo él me producía. Estuve el resto del día pensando en ello: el resto de nuestra cita, que se acabó bastante pronto, en la comida; por la tarde; cuando estuve revisando informes; en la cena, cuando apenas probé bocado; por la noche cuando di tantas vueltas que tuve que llamar a mis doncellas para que me rehiciesen la cama; y aquella misma mañana nada más despertarme.

Así que, como haría hecho cualquiera en mi situación, me inventé lo primero que se me pasó por la cabeza:

―Quería compensarte lo que pasó ayer.

Su expresión de suavizó, y una sonrisa tierna le invadió el rostro. Me sentí aún más culpable de lo que me sentía, y eso que no tenía motivo para hacerlo, porque no le había engañado ni nada: en cierto sentido, lo que decía era cierto.

―Cariño, no tienes que compensarme por nada ―dijo, abrazándome.

Pero yo me había quedado en la palabra que había salido de sus labios. Cariño. Era la primera vez que alguien que no fuese de mi familia me llamaba cariño, y en sus labios sonaba tan... extraño.

―Pero no vuelvas a hacer algo así, ¿vale? ―preguntó separándose, mirándome con algo de incomodidad.

―¿El qué? ¿Besarte así? ―dije, riéndome, pero me detuve cuando vi que él no lo hacía.

―Sí... bueno... no es...

―Como digas apropiado te dejo aquí encerrado ―le interrumpí, molesta.

―Es que no lo es. Una señorita no debe irse besando por armarios.

¿Una señorita? ¿Quién eres? ¿Mi profesora de etiqueta?

The Crown (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora