Capítulo 3

425 17 0
                                    

A pesar de estar en pleno octubre, el sol brillaba en lo alto del cielo, justo encima de nuestras cabezas. A regañadientes, tuve que entrecerrar los ojos para poder ver bien. Eran las once de la mañana y, como mi padre nos había pedido, nos encontrábamos en la entrada del palacio, esperando a que los reyes de Francia llegasen.

Llevábamos allí unos veinte minutos, y ya me comenzaba a doler la espalda de estar tanto tiempo de pie. A mi izquierda, Sofía permanecía calla, mirando al frente. A mi derecha, Emma había adoptado una postura algo extraña, en la que apoyaba todo el peso en un solo pie mientras su mano derecha se encontraba en su cadera, y su cabeza ligeramente inclinada. Bianca, como era de esperar, ya se había cansado de estar de pie, y se había sentado en uno de los escalones de piedra blanca de la entrada. Mi padre se encontraba hablando con Evans, uno de los guardias del palacio encargados de supervisar la llegada de los reyes desde el aeropuerto hasta el palacio. Al parecer, estaban hablando precisamente de ello, y mi padre no parecía muy contento.

Solté un suspiro mientras posaba todo el peso sobre mi pie izquierdo, maldiciendo mentalmente a mis doncellas porque me hubieran hecho ponerme tacones tan altos aquella misma mañana. Además, la tiara que llevaba puesta pesaba demasiado, y se me había enganchado en el recogido que llevaba, lo que era sumamente molesto. El tocado de pedrería del escote del vestido azul que llevaba me picaba, y la falda, que era algo más corta por delante que por detrás, me estaba dejando las piernas heladas, porque, aunque hacía sol, corría el aire. Un aire frío, típico del otoño en Madrid.

−¿Cuándo van a venir? Me estoy cansado de esperar −se quejó Emma.

La miré, y comprobé que me lo estaba preguntando a mí.

−¿Y yo qué sé? −pregunté, encogiéndome de hombros.

−Quiero irme de aquí− dijo Bianca con tono lastimero mientras apoyaba su cabeza sobre su mano.

No eres la única.

−Tened paciencia −dijo Sofía, tan serena como siempre.

Un mechón de cabello me cayó sobre la boca, y soplé para apartarlo. Estaba comenzando a hartarme de verdad. ¿Para qué demonios nos había hecho mi padre estar allí mucho antes de que llegaran? ¿Y quiénes se creían que eran? Se supone que unos reyes deben de ser puntuales.

Además, ¿por qué teníamos que esperar en la entrada?, ¿por qué no podíamos esperar en el vestíbulo, donde hay sillones y no corre el aire?

Mi padre le dio las últimas indicaciones a Evans y se acercó a nosotras.

−Bianca, levántate, te vas a manchar −le dijo cuando la vio allí sentada.

Bufando, ella lo hizo y se sacudió la falda del vestido.

−¿Van a tardar mucho más? −preguntó Emma, con un deje de fastidio y cansancio en la voz.

−Tranquila, cariño, ya están llegando. En cinco minutos estarán aquí. Escuchad, quiero que, cuando los reyes vengan, os comportéis como verdaderas princesas y les saludéis con una reverencia, tal y como os han enseñado, ¿queda claro?

−Sí −dijimos las cuatro al unísono.

Afortunadamente, cinco minutos después Evans anunció la llegada de los reyes. Las enormes puertas de hierro que cerraban el muro que rodeaba al palacio se abrieron, dejando paso a dos coches. Avanzaron por la carretera privada que iba desde las verjas hasta donde nosotros nos encontrábamos. Los coches, al llegar al final, dieron media vuelta en la rotonda, quedando paralelos al palacio, justo enfrente de nosotros. Del primer coche, una de las furgonetas blindadas de la guardia real, salieron varios soldados del palacio entre ellos Claus, el padre de Drían, que no se encontraba allí por mucho que yo siquiera que así fuera.

The Crown (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora