Capítulo 1

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Capítulo 1

POV ANASTASIA

Contemplo las llamas, anonadada. Llamaradas centelleantes, anaranjadas con brotes azul cobalto, que danzan y se entrelazan en la chimenea del apartamento de Christian. Y, a pesar del calor que irradia el fuego y de la manta que me cubre los hombros, tengo frío. Un frío que me penetra hasta los huesos.

Oigo vagamente voces que susurran, muchas voces suaves. Pero es un zumbido distante, de fondo. No escucho las palabras. Lo único que percibo, lo único en lo que soy capaz de concentrarme, es en el tenue siseo del gas que arde en el hogar.

Me pongo a pensar en la casa que vimos ayer y en aquellas enormes chimeneas: chimeneas de verdad para troncos de leña. Me gustaría hacer el amor con Christian frente a este fuego. Sí, sería divertido. Seguro que a él se le ocurriría algún modo de convertirlo en memorable, como todas las veces que hemos hecho el amor. Incluso las veces en que solo hemos follado, me digo con ironía. Sí, esas también fueron bastante memorables... ¿Dónde está?

Las llamas bailan y parpadean, cautivándome, aturdiéndome. Me concentro solamente en su belleza brillante y abrasadora. Son hechizantes.

«Eres tú la que me has hechizado, Anastasia.»

Eso fue lo que dijo la primera vez que durmió conmigo en mi cama. Oh, no...

Me rodeo el cuerpo con los brazos, la realidad se filtra sangrante en mi conciencia y se me cae el mundo encima. El vacío que se ha apoderado de mis entrañas se expande un poco más. El Charlie Tango ha desaparecido.

—Ana. Tenga. —entregándome una taza humeante

La voz de la señora Jones, insistiéndome con delicadeza, me transporta de nuevo a la habitación, al ahora, a la angustia. Me ofrece una taza de té. Se lo agradezco y tomo la taza, que repiquetea contra el platito en mis manos temblorosas.

—Gracias —susurro, con la voz quebrada por el llanto reprimido y por el enorme nudo que tengo en la garganta.

Mia está sentada frente a mí en el inmenso sofá en forma de U cogiendo de la mano a Grace, que está a su lado. Las dos me miran fijamente con la ansiedad y el sufrimiento impresos en sus hermosos rostros. Grace parece avejentada: una madre preocupada por su hijo. Yo parpadeo, sin expresión. No puedo ofrecerles una sonrisa tranquilizadora, ni una lágrima siquiera: no hay nada, solo palidez y ese creciente vacío. Observo a Elliot, a José y a Ethan, que están de pie junto a la barra del desayuno, hablando en voz baja con cara seria. Comentan algo en un tono muy quedo. Detrás se encuentra la señora Jones, que se mantiene ocupada en la cocina.

Kate está en la sala de la televisión, pendiente de los informativos locales. Oigo el débil sonido de la gran pantalla de plasma. No soy capaz de volver a ver la noticia —CHRISTIAN GREY, DESAPARECIDO— ni su atractivo rostro en la televisión.

Me da por pensar que nunca he visto a tanta gente en este gran salón, que aun así es tan enorme que les empequeñece a todos. Son pequeñas islas de gente perdida y angustiada en casa de mi Cincuenta. ¿Qué pensaría él de su presencia aquí?

En algún lugar Taylor y Carrick están hablando con las autoridades, que nos van proporcionando información con cuentagotas; pero todo eso no tiene ninguna importancia. El hecho es que él ha desaparecido. Hace ocho horas que desapareció. Y no hay noticias ni rastro de él. Lo único que sé es que la búsqueda se ha suspendido. Ya ha anochecido. Y no sabemos dónde está. Puede estar herido, hambriento o algo peor. ¡No!

Elevo una nueva plegaria silenciosa a Dios. Por favor, que Christian esté bien. Por favor, que Christian esté bien. La repito mentalmente una y otra vez: es mi mantra, mi tabla de salvación, algo a lo que aferrarme en mi desesperación. Me niego a pensar lo peor. No, eso ni pensarlo. Aún hay esperanza.

Aprendiendo a Vivir Sin TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora