7.

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Entré en la habitación. Carla y Ed estaban allí hablando, pero no ví a Ambar por ninguna parte.

—¡Hola! —dijo Carla—. Llevamos aquí media hora, nos dijeron que esperásemos a que llegaras.

—Bien, ¿te encuentras mejor? —pregunté a Carla.

—Sí, ya estoy mejor.

Miré hacia una de las literas y me tumbé en la cama de abajo. 

—Bueno, necesito dormir. No sé a la hora a la que nos despertarán mañana, prefiero no pensar en ello —dije cerrando los ojos.

—Vale, de todas formas nosotros también íbamos a dormir ya —dijo Ed.

(...) 

—Amanda...

Me pareció oir mi nombre, pero lo ignoré. 

Hay muchas Amandas en el mundo y podría ser cualquiera.

—Amanda, despierta.

Abrí un ojo. Resulta que tenía que ser yo.

—Acaban de venir a decirnos que tenemos que irnos ya. Tenemos cinco minutos hasta que vuelvan para llevarnos a la estación.

Abrí el otro ojo, en ese momento pude ver con claridad la cara de Ed. 

—¿Qué hora es? —pregunté incorporándome.

Ed señaló su muñeca, en la cual solo había una pulsera rota.

—No tengo reloj. Pero sé que tienes que darte prisa o no llegaremos —respondió él.

(...)

Estábamos en la estación de tren con uno de los doctores. El tren llegó y él me dio una carpeta antes de entrar. Una vez dentro me senté en un asiento con Carla al lado y Ed delante.

Abrí la carpeta, era un ficha médica...

—Es de Ambar, su ficha médica. Dice que estará bien en unos días. Tiene una herida en el brazo y no pueden enviarla con nosotros hasta que se cure del todo —le expliqué a Carla.

Pronto Ambar estaría bien. Los días pasarían rápido, seguro que sí.

Miré hacia la pared, había un reloj en ella. Las seis de la mañana. Me muero de sueño.

Cerré los ojos, si dormía, el viaje pasaría más rápido. 

Mentes PoderosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora