11.

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Ambar acababa de llegar, ya habían pasado los dos días y a penas quedaba una cicatriz en su brazo izquierdo.

—Menos mal que estás bien —dije aún abrazándola.

—Parece que han pasado cinco años desde la última vez que os visteis —dijo Ed con tono de burla—. Pensé que estarías peor, sinceramente.

—¿Acaso creíais que una herida en el brazo iba a derrotarme? —dijo ella con una sonrisa.

Carla y Sabrina vinieron corriendo hacia nosotras.

—¡Ambar! —exclamó Carla intentando recuperar el aliento—. Siento haber llegado tarde. ¿Cómo estás?

—Genial —respondió Ambar. Luego se dirigió a Sabrina—. Hola, soy ...

—Ambar, sí. Y yo soy Sabrina.

La verdad es que la personalidad de Sabrina es un poco rara. Es muy fácil llevarte bien con ella, pero también llevarte mal. Y parecía que a Ambar no le hacía mucha gracia eso de que Sabrina hablase todo el rato y que terminase sus frases.

Ambar frunció el ceño, se estaba enfadando.

—Bueno chicas —dije deseando que esa situación tan tensa acabase— salgamos de la estación de tren y enseñemos a Ambar la habitación, tienes que conocer a todos tus compañeros.

—Sí, perfecto —dijo Ambar aliviada—. Me han dicho que las habitaciones son de dos personas. ¿Con quién me toca?

—Con Sabrina...

—¿Y ya conoces a tus compañeros de habitación? —preguntó Ambar cambiando de tema.

—Comparto habitación con un chico y con una chica. El chico ha llegado esta mañana y no he tenido ocasión de hablar con él, pero sí conozco a la chica. Se llama Nataly, y creo que el chico es Walt.

Fuimos a las habitaciones andando, solo tardábamos media hora en ir desde la estación.

—¿Y os habéis aburrido en estos dos días? —preguntó Ambar.

—Aburrirse sería decir poco. Hemos pasado dos días enteros jugando a las cartas porque era lo único que podíamos hacer —respondí resoplando.

—Lo mio ha sido básicamente lo mismo, solo que no podía moverme —dijo Ambar.

Carla se fue por otro lado ya que su habitación estaba más lejos. Al final, después de que Ambar y Sabrina llegasen a su habitación y Ed a la suya, me quedé yo sola andando por el pasillo.

Tras un corto camino que se me hizo eterno, llegué a mi habitación.

Abrí la puerta rápidamente y oí un golpe.

—¡AY! —gritó alguien.

—Lo siento Walt —dije agachándome a ayudarle— ¿Estás bien?

Él tocó su codo e hizo una mueca de dolor.

—No es para tanto, como mucho se me pone un poco morado.

Estiré el brazo para ayudarle a levantarse, pero la puerta se abrió bruscamente y él volvió a caerse, solo que esta vez conmigo encima.

—¡AY! —gritamos Walt y yo.

Nataly asomó la cabeza por la puerta.

—Enserio, vamos a quitar ese baúl de ahí. No sé para qué ponen un baúl detrás de la puerta, lo único que conseguimos son golpes —dijo ella ayudándonos a levantarnos.

Nataly y yo movimos el baúl hasta la otra punta de la habitación.

—Ahora ya no tendré la sensación de estar atropellando a alguien cada vez que abra la puerta —dijo Walt riéndose.

—Tu codo lo agradecerá —bromeé. 

Mentes PoderosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora