10. POV Ambar

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—¡Ay!

—Perdón, Ambar —dijo la doctora mientras terminaba de sacar con más delicadeza la aguja de mi brazo.

—Bueno, ¿estás lista? —preguntó la doctora.

—Vamos —respondí ansiosa por bajarme de esa incómoda camilla.

Me costó al principio mantenerme en pie, y me dolían muchísimo las piernas. Pero al cabo de un rato ya conseguí andar normal.

Me llevaron a una estación de tren, y la doctora que llevaba conmigo todo el día me indicó un asiento y se fue.

No había nadie en mi vagón, y ya me estaba cansando de mirar por la ventana.

Cuando la puerta del vagón se abrió entraron dos adolescentes, pero por desgracia pasaron de largo y yo continuaba estando sola.

No aguantaba más, me aburría demasiado, así que me levanté de mi asiento y me fui al vagón cafetería, el cual estaba lleno de gente. Ahora entendía por qué no había nadie en los vagones.

A penas pude dar unos pasos dentro cuando una mujer vino hacia mí.

—Hola, ¿tienes autorización para estar aquí? —me preguntó.

¿Hacía falta tener una autorización para estar en ese vagón? Tenía que ser muy fácil tener una teniendo en cuenta que casi todo el tren estaba allí.

—No, solo que... —Intenté improvisar algo— no sé dónde está el baño.

Genial, Ambar, ¿desde cuándo hay baños en los trenes? Esta mujer debe pensar que estás loca.

—Escucha atentamente, tienes que salir de aquí, luego ir hacia el vagón tres, y entre el vagón tres y el dos hay un pequeño baño —explicó ella.

Ahora en serio ¿Desde cuándo hay baños en los trenes? Solo fui en tren dos veces de pequeña, pero no recuerdo que estos tuvieran baño. ¿Por qué nadie me lo había dicho nunca?

—No creo que sea un tema muy normal de conversación... —me respondí a mí misma en voz alta.

Por suerte, nadie en el vagón cuatro se dio cuenta de lo que decía. Quizás no era la única que pensaba en voz alta.

Al fin, el tren se paró. Y no, esta vez no era una parada para aquellos que tenían que parar antes y hacer trasborde o como sea que se diga.

Me levanté por segunda vez de mi asiento y esperé a que llegase el doctor o la doctora que me indicaría dónde ir.

Una chica entró en mi vagón minutos después.

—Hola, ¿Ambar? —preguntó ella.

—Soy yo —dije asintiendo—. ¿Eres tú la doctora a la que estoy esperando?

—No soy doctora, pero sí. Me han dicho que te acompañe hasta la salida y te deje con tu grupo.

Mentes PoderosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora