13. Me tiene loco

88 11 8
                                    

PABLO.
13. Me tiene loco

Llegé corriendo a mi casa y, aunque faltaban más de ocho horas, los nervios me pudieron y empecé a prepararme.

Me duché y comiencé a revisar todo mi armario.

Me tiene loco esta mujer, quería estar perfecto y no entendía el porqué.

—"¿Sabrá ella que me tiene loco?" —me preguntaba.

Mientras reflexionaba y pensaba en qué estaba haciendo, buscaba en mi armario. ¿Porqué me era tan difícil escoger ropa?

Me pasé el resto de la mañana revisando mi armario. Nada me convencía. Nada me gustaba. ¿Qué me había hecho? Nunca había tardado más de diez minutos en escoger mi ropa.

Al final llegó la hora de comer y seguía sin tener nada. ¿Y si salía de compras?

Pasé el resto de la tarde con mi guitarra. Esta indecisión me inspiró para componer un par de estrofas.

A las ocho me duché otra vez. Ya sé que ya me había duchado por la mañana, pero necesitaba hacer algo o me volvería loco.

Entre unas cosas y otras, llegó la hora de salir.

Al fin me decidí por un traje normal de chaqueta. Era lo obvio. Sin corbata, porque eso lo hacía demasiado formal. No me veía mal, pero, ¿estaría bien?

Llegé a Santceloni más de diez minutos antes

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Llegé a Santceloni más de diez minutos antes.

Lo primero que pensé es en enviarle un mensaje, pero enseguida lo descarté. Primero, por no meterle prisa y segundo, porque no tengía su número.

"Genial, Pablo, sabes antes el color de su ropa interior que su número de teléfono".

Ella llegó justo a la hora en la que habíamos quedado. Y yo ya estaba esperandola en la entrada. Estaba preciosa.

Entramos y yo seguía sin bajar de mi nube

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Entramos y yo seguía sin bajar de mi nube. Estaba preciosa, y me ponía demasiado nervioso. A su lado, yo me quedaba en nada. Esta mujer me imponía mucho.

En la cena a penas hablábamos de cosas interesantes, ni siquiera de nosotros.

Yo evitaba el roce, porque sabía que con tan solo un mínimo roce, me volvería loco. Si es que todavía seguía algo cuerdo.

Si lo hubiera sabido todo en ese momento, jamás habría dicho nada, pero en aquel momento era como si llevase un pañuelo en los ojos y no hubiera podido ver nada de lo que tramaba.

—¿Qué te parece si vamos a mi casa a tomar unas copas? —le dije.

Recuerdo su reacción: ella levantó la mirada de su plato de postre ya sin nada y fijó sus ojos, quizás analizándome. Me puse nervioso y mi pierna empezó a bailar sola. Enseguida, ella aceptó.

En brazos de ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora