22. Estoy aquí por ti.

66 10 3
                                    

PABLO.

22. Estoy aquí por ti.

Una vez ambos entramos, le dije que me esperase en el salón mientras yo me duchaba.

Para ser sinceros, intenté tardar lo máximo posible en la ducha para evitar salir y volver a verla. Pero eso era algo que tenía que afrontar.

No entendía ni quería entender cómo pero cuando estaba frente a ella, se me olvidaba hasta mi nombre, no era yo, me nublaba.

Tardé más de media hora en la ducha. Pero al fin llegó la hora de bajar. Me traté de tranquilizar frente al espejo mientras me concentraba en qué palabras exactas debía e¡de decirle.

No encontré las palabras adecuadas por el simple hecho de que no existían. O, ¿cómo se le dice a alguien que te mueres por ella pero que jamás vas a poder estar a su lado porque ella ya tiene a otro sin que ella se dé cuenta de que te mueres por ella?

Bajé y ella estaba cotilleando entre las fotos del salón.

—Ya estoy —dije bajando las escaleras.

—Has tardado mucho —respondió ella.

Decidí ir al grano.

—¿Para qué has venido? —pregunté con seriedad.

—Estoy aquí por ti.

—¿Por mí? —era exactamente lo último que esperaba que dijese.

Juro que en aquel momento, con sólo pensar lo que acababa de decir, se me olvidó hasta mi nombre. Y es que esta mujer tenía ese don, o ese poder maligno de que con solo un gesto, o una mirada, o unas palabras, ya te hacía pequeño.

—Sí. Te voy a ser sincera. Eres el único que ha demostrado algo de arrepentimiento. Y eso... pensé que lo odiaría pero no es así. Me has vuelto loca. Has hecho que, por primera vez, me sienta culpable. Me has hecho que no te olvide, que te busque, e incluso que a veces huya de ti.

Me senté, pues lo que estaba diciendo no era algo que se pudiese asimilar así, de pie.

Decidí que yo también iba a ser sincero, pues si ella había hablado, yo también.

—Mira, me estás volviendo loco. Te vas, vienes, me pides explicaciones y te vuelves a ir. No sé nada de ti. Sólo sé que tienes marido y que esto esta mal, muy mal, es lo peor que he hecho en mi vida.

Iba a continuar hablando, pero unos labios que se posaron sobre los míos me detuvieron.

Entonces perdí el sentido, y era como si mis palabras se las hubiese llevado el viento. De hecho tres segundos después ya ni me acordaba de lo que acababa de decir.

Nuestras bocas se volvían locas. Ya no sabía si ella era el bien o el mal, solo sabía que en esta habitación se estaba creando una perfecta canción prohibida.

En brazos de ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora