6. Ni todas las copas del mundo harían ya que la olvidase

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PABLO
6. Ni todas las copas del mundo harían ya que la olvidase.

Durante todo el resto de mi día, mi único pensamiento se centraba en ella.

¿Por qué? Si no la conocía. Ahora entiendo el porqué: algo dentro de mí intentaba advertirme, pero yo fui tan idiota de no ententerlo.

Más tarde, sobre las 8 o las 9 de la tarde, recibí una llamada de mi guitarrista Lolo Álvarez intentando convencerme de que me fuera con él a una discoteca y, para su sorpresa le dije que sí. Sólo quería pasarmelo bien, divertirme y sí, también olvidar a esa persona que se acababa de adueñar de mis pensamientos.

Llegué a la discoteca sobre las once de la noche y Lolo ya me estaba esperando fuera.

-Pero qué guapo te has puesto, Lolete.

-Hombre, tengo que competir con el mismísimo Pablo Alborán.

Reí ante su comentario y entramos a la discoteca. Se notaba que la gente ya empezaba a venir porque costaba moverse hasta llegar a la barra.

No es que sea de beber, de hecho nunca bebo mucho más de un martini, pero si iba a una discoteca, no me quedaría sin un par de copas.

Empecé por pedirme un ron con coca-cola. Estaba fuerte, incluso ardía en la garganta; esto me iba a costar un día entero volviendo a calentar la voz, pero hoy no quería pensar mucho en eso.

No paraban de pasar mujeres frente a mí y a mi amigo, y algunas que no estaban nada mal físicamente. Unas se insinuaban, otras iban demasiado borrachas como para siquiera acordarse de cómo andar.

A la segunda bebida, perdí de vista a Lolo y en cuanto lo volví a encontrar estaba comiendole los labios a una rubia que tenía pinta de tener unos seis o siete años menos que nosotros.

Tampoco sé qué es lo que yo me esperaba; a estos lugares ya no vienes personas de mi edad, era algo de esperar.

Intenté salir, pero había demasiada gente bailando y, empujón tras empujón acabé en mitad de toda la discoteca y, con la adrenalida de las luces, la música, la bebida y todas las chicas que bailaban provocándome muy cerca de mí, me dejé llevar. Acabé bailando allí, a pesar de no saber; simplemente, me dejaba llevar.

Cuando decidí parar por puro cansancio, algunas gotas de sudor ya se hacían presentes en mi frente. Volví a la barra y, como ya había perdido por completo de vista a Lolo, seguí pidiendo un par de bebidas más y volviendo a la pista.

Consideré que el alcohol ya se me estaba subiendo a la cabeza bastante cuando me vi en medio de todo aquel lío de gente besándome como si no hubiera un mañana con una pelirroja tintada a la que acababa de ver. Como seguía sin comprender bien lo que hacía, y tampoco lo consideraba algo malo, avancé con la chica hasta por fin encontrar la salida de ese lugar.

-¿Vamos a mi casa? -preguntó ella, se le podía notar que llevaba bastante bebiendo por el tono arrastrado con el que hablaba.

Yo asentí sin dudar.

Llegamos a la puerta de un edificio tras andar un par de calles, ella sacó unas llaves de su bolso y abrió con dificultad la puerta principal.

En el ascensor, prácticamente me devoraba, y yo no me quedé atrás.

Entré a su casa y, cuando llegamos a la habitación, cayó rendida de sueño nada más tumbarse en la cama. Me había dejado con muchas ganas de algo más, pero eran como las cuatro de la mañana y el sueño me atrapó a mí también.

A la mañana siguiente, me desperté a las siete y cuarto, mientras ella todavía seguía dormida. Me sabía mal, pero tuve que irme sin decirle nada porque yo seguía siendo un personaje público.

Llegué hasta mi coche en la puerta de la discoteca y lo cogí para llegar hasta mi casa.

Cuando lo aparqué, bajé y me dispuse a entrar a mi casa, aún con la cabeza dándome vueltas.

Antes de entrar, vi una figura en la calle volviendo a acercarse a mí. Era una figura que ni todas las copas del mundo harían ya que olvidase. Era ella, Tamara.

En brazos de ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora