7. Había encontrado a mi diosa inspiradora.

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PABLO
7. Había encontrado a mi diosa inspiradora.

Era ella. Eso, a pesar de todo el alcohol que había tomado, no lo negaba.

En ese momento hice lo peor que pude hacer en mi vida, que fue esperarme a hablar con ella. Fue un gran error, y todavía estoy pagando las consecuencias. ¿Porqué tendría que haberme esperado?, ¿porqué tube que beber?, ¿porqué tenían que darse todas estas casualidades?

Ella llegó hacia mí. Yo a penas podía pensar, casi ni podía ver. Lograba distinguir el contoneo de sus caderas al andar, eso me distrajo un momento hasta que ella estaba a menos de un metro de mí.

Siguió avanzando por la acera de la calle sin casi prestarme atención. Supongo que creería que iba demasiado ebrio como para reconocerla.

Solté un ronco "ey" que hizo que se guirase. Por un segundo, nuestras miradas se cruzaron y, efectos del ron o no, creo que saltaron chispas.

Sinceramente, no sé qué fue lo que se pasó por mi cabeza en estos segundos, pero con sólo pestañear una vez ya me había acercado lo suficiente a ella como para que pudiera percibir que yo olía a alcohol.

Fue como un acto reflejo. Pero en cuentión de décimas de segundo, mi boca se pegó a la suya. No sé porqué narices lo hice, supongo que así lo sentía en ese momento, pero fue lo peor que he podido hacer, sin duda.

¿La estaba besando? ¡Sí! Y ella no se estaba negando. A pesar de no conocerla, a pesar de mi olor a alcohol, a pesar de estar en medio de la calle y medio borracho.

Me gustaría pensar que lo que pasó a continuación siguieron siendo efectos del alcohol, pero reconozco que no. Todo lo siguiente no fue todo culpa del ron, fue culpa mía, por meterme en la boca del lobo, por idiota.

No sabía porqué, pero ella seguía ese beso con deseo. No lo dudé ni un segundo y saqué las llaves de mi casa. Abrí con mucha dificultad la puerta y, antes de siquiera poder decirle "¿subimos?", ella ya había entrado.

Cerré de un portazo y, devorando nuestras bocas con ansias, subimos las escaleras. Hubo un momento en que calculé mal y casi me caigo por mis propias escaleras, pero afortunadamente -o más bien desafortunadamente- nada interrumpió nuestro ritual de besos hasta mi habitación.

Entramos. Yo tenía ganas de acabar con ella lo que esa misma mañana había dejado a medias con la pelirroja. Quería hacerle el amor. Sí, creo que ya era plenamente consciente de lo que hacía. No me arrepiento de ello, me arrepiento de las consecuencias que todo ello trajo consigo.

La tumbé en mi cama y seguidamente me puse sobre ella. No dejaba de besarla. Sus labios eran como una droga, y yo no podía estar más enganchado. Curvó su espalda y pude desabrocharle el vestido. Continué mi ritual de besos hasta muy cerca de la zona que tanto deseaba probar. Entonces, comenzó ella. En un rápido movimiento se puso sobre mí y, sin dejar de besarme el cuello, el pecho y donde pillaba, se deshizo de mi ropa.

Ya sólo nos separaban nuestras prendas íntimas, las cuales no tardaron en desaparecer de la escena.

Aquella noche, en aquella habitación se empaparon los cristales como nunca. Jamás pensé que pudiera sentir algo así. Nuestros dedos se confundían. Allí, en esa cama, se estaba creando la más bella melodía que jamás hubiera escuchado.

Sabía que no había sido cosa del alcohol, que yo había querido que pasase. Pero, a pesar de todo, no me arrepiento de esa noche. Sinceramente, fue la mejor de toda mi vida. Su cuerpo y el mío se movían como si de solo uno se tratase.

Había encontrado a mi diosa inspiradora.

Mi nombre quedó escrito en todos y cada uno de los poros de su piel, al igual que su recuerdo en mí.

En brazos de ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora