Capítulo 16

1.3K 100 0
                                    

Jadeé cuando fui arrastrada a través del río de fuego y dentro del Tártaro. No me estaba quemando, pero me sentía congelada por dentro. Tropecé, sorprendida, y aterricé en la helada arena roja. Estaba tan fría que quemaba. Estaba sorprendida ante el cambio repentino de un escenario idílico a un horror elemental. El cielo era negro, con destellos de relámpagos verde neón y azul brillante lanceando a través del cielo, revelando aterradoras formas y deformes criaturas arrastrándose sobre la arena.
Alguien estaba parado detrás de mí, su mano todavía sujetando mi muñeca. Mi mente me gritaba que dejase de mirar al escenario y que hiciera frente a esta nueva amenaza, pero no podía moverme. No podía apartar mis ojos de la terrible vista. Mi pecho subía y bajaba mientras luchaba por recuperar el aliento. Parecía que no podía respirar aquí. Mi falda goteaba pequeñas llamas. El frío abrasador había drenado mis fuerzas. Aparté la mirada del paisaje y luché por girar mi cabeza a un lado.
—¡Pirítoo! —La adrenalina llenaba mis venas, dándome la fuerza para escurrirme lejos de él con un medio grito que salió sonando más como un chillido aterrorizado.
Tomé una respiración profunda, tratando de calmarme como Caronte me enseñó. Mi corazón martilleaba en mi pecho y cada instinto me decía que me levantara y corriera. Luché para ponerme de pie, mis ojos muy abiertos cuando observé la cambiada apariencia de Pirítoo.
Caminó hacia adelante, su cara demacrada. Lucía como un esqueleto andante, con piel rota y seca colgando de sus huesos. No tenía ni un gramo de grasa o músculo en su cuerpo. Retrocedí cuando vi que sus ojos eran amarillos y su cabello estaba cayendo en partes.
—¿Qué sucedió? —La pregunta era ridícula. No debería importarme qué le había pasado; debería estar corriendo. Pero el cambio era tan drástico, iba mucho más allá de mi comprensión, que la pregunta solo se escapó. Di un pequeño paso hacia atrás, hacia el río, esperando que Pirítoo no lo notara.
—Seguí un consejo de dónde encontrarte, y conocí a una mujer llamada Doso. Resultó ser que ella era tu madre disfrazada. Me maldijo con hambre eterna —rió con amargura—. Como todo el día y no importa. ¡Muero de hambre!
No podía conciliar la imagen de mi amada madre causando a una persona, cualquier persona, suficiente sufrimiento para lucir tan mal como Pirítoo lucía ahora mismo.
—¿Mi mamá hizo que mueras de hambre? —pregunté, dando otro paso pequeño. Mi pie rozó el agua, el calor glacial abrasando mis dedos.
—Oh, ella no me dejaría morir así de fácil. Afortunadamente, alguien más se interesó en mí. Me enseñó esta entrada al Inframundo. No sabía que estaría caminando por el Infierno, pero las personas aquí no me molestaron. Supongo que cuando luces así... —Pirítoo levantó su brazo, y me estremecí cuando me di cuenta que podía ver la piel entre sus huesos tocarse. Cada vena se estiraba contra la demacrada carne, un paisaje de bultos azules. Los huesos sobresalían de su piel fina como el papel—... se imaginan que perteneces en el Infierno.
—¿Viniste hasta aquí por mí? —Necesitaba que continuara hablando. Si se distraía lo suficiente, podría cruzar el río. Sería libre tan pronto como llegara a la otra orilla. Solo necesitaba encontrar la fuerza para correr.
—No podía cruzar el río. —Sus huesudos dedos se clavaron en mi brazo—. Así que miré y esperé. Viniste. —Sonrió, la acción estirando su piel incluso más en su rostro—. Sabía que lo harías.
Liberé mi brazo, frotándolo con disgusto.
—¿No has aprendido tu lección aún? Mi madre no te puso esa maldición porque me invitaste a tomar un café. Este tema del secuestro nunca va a terminar bien para ti.
—Oh, ya no te quiero.
Algo estaba drenando mi energía, pero tenía que estar afectando a Pirítoo también. Pensé rápido. Estaba más débil de lo usual, pero eso no significaba que estaba en desventaja.
—¿Entonces qué? ¿Venganza? No puedes matar a una diosa —dije, con más valentía de la que sentía. Cada palabra que decía salía de mi boca a regañadientes. Todo lo que quería hacer era acurrucarme en la arena e ir a dormir. Solo el miedo me mantenía de pie.
—Encontré a otro dios interesado en tu paradero. Se acercó a mí después que tu madre me maldijo. Dijo que si podía llevarte de regreso, él me arreglaría.
—Bóreas —supuse, el nombre enviando un nuevo flujo de terror por mis venas. Luché para que no se notase en mi rostro. Di otro paso microscópico hacia el agua.
La mano de Pirítoo se disparó para agarrarme, pero me la quité de encima fácilmente. Rabia danzaba en sus ojos. Él obviamente sabía que el Tártaro nos hacía a ambos débiles para soportar una lucha. Sin embargo, estaba a meros metros lejos de la libertad, mientras él tenía que arrastrarme por una dimensión entera de infierno para llegar a la superficie.
—¿Cuál era tu plan aquí? —exigí—. ¿Arrastrarme por el Infierno golpeando y gritando? ¿Crees que tienes la fuerza para eso?
—Estoy muriendo de hambre —espetó Pirítoo—. Yo...
—¿Irás por el voto de simpatía? No podría importarme menos si vives o mueres. Arruinaste mi vida. En lo que a mí respecta, tú mismo te causaste esto.
Estiré mis brazos y empujé sus escuálidos hombros, tirándolo al suelo. Giré y chapoteé a través de las llamas.
Pirítoo se zambulló por mí, arrastrándome de vuelta a la orilla con una fuerza sorprendente. Me empujé contra él, estirándolo a través del fuego. El fuego congeló mi interior, enviándome a jadear en sorpresa.
—¡Solo tendré que pedir ayuda! —siseó Pirítoo. Se volvió y gritó a todo pulmón—. ¡Oye, muchachos, tengo a una viva!
En un arrebato de fuerza, me lanzó a la orilla. Golpeé la arena y rodé de debajo de él, poniéndome de pie. Alguien rió. Me giré y vi extrañas criaturas encorvadas acercándose a nosotros. Eran pequeñas, retorcidas, y se inclinaban a la altura de un niño de cinco años de edad. Sus cuerpos sin pelo se arrastraban hacia nosotros, oscuros ojos brillando con malicia. Sus pieles eran pálidas, y sus narices se habían derrumbado en sus rostros. El horror se apoderó de mí al recordar estas criaturas que una vez habían sido humanos.
Mi sangre se congeló en mis venas cuando reconocí a todos los "Bobs" que Caronte había sacado del Tártaro para mis clases de defensa personal.
—Oh mierda. —Sus ojos brillaban con odio cuando me reconocieron. Este tenía que ser un reino enorme. ¿Cómo era posible que todos estuvieran aquí?
—Ahora bien, ¿cómo llegaste a este lado del río? —silbó Bob, sus negros labios abiertos para revelar repugnantes dientes afilados.
Traté de retroceder, pero Pirítoo me mantuvo en mi lugar. Me retorcí, tratando de liberarme mientras más monstruos me rodeaban.
—Esta tiene espíritu —se burló otro.
—No por mucho —rió uno, extendiendo su mano para tocar mi rostro. Chillé, retorciéndome lejos de su mano.
—Ahora, ahora —dijo—. Esa no es la forma de comportarse de una señorita. —Me dio una bofetada tan fuerte que grité de indignación.
—Haz ese ruido otra vez —siseó uno, babeando—. Me gusta.
Cerré mis ojos mientras él acariciaba mi hombro. Mi corazón estaba tratando de latir fuera de mi pecho. Me estremecí ante su toque, con el miedo haciéndome hipersensible a la sensación. ¡Oh, dioses, ayúdenme! Los sentí moverse más cerca a mi alrededor.
Otra alma me tocó y ataqué. Pateé a Pirítoo en la espinilla. El frágil hueso se rompió cuando lo pateé. Tiré mi cabeza hacia atrás, golpeando su nariz, y llevé mi codo contra la tripa de Pirítoo. Él aulló, cayendo detrás de mí. Las almas se lanzaron hacia adelante, tirándome al suelo.
—¡No! —Me las arreglé para liberar una de mis manos y lanzar un puñetazo pero ellos rápidamente lo pusieron de vuelta en el suelo. Estaba inmovilizada.
Pirítoo sonrió con su espeluznante sonrisa esquelética y se inclinó sobre mi cara.
—No estás tan segura ahora, ¿verdad? —Me lancé hacia adelante, mis dientes desgarrando un trozo de su garganta. Él gritó. Su puño se echó hacia atrás y se estrelló contra mi rostro—. ¡Perra estúpida! —Sus manos se cerraron alrededor de mi garganta.
—Oye, déjala consciente —protestó una de las almas—. Es más divertido cuando luchan. —Su mano se deslizó por mi muslo y me retorcí, tratando de liberarme. Por un segundo todo lo que podía oír era a las almas riendo. Entonces el viento se alzó, azotando con tal ferocidad que Pirítoo se tropezó hacia adelante.
—¡Quiten sus manos de mi esposa! —tronó Hades, apareciendo entre nosotros con su capa ondeando.
Los muertos se esparcieron. Hades miró a la retorcida figura que me había agarrado por la garganta.
—Voy a enviarte a un lugar tan horrible que pensarás que estos cincuenta años que has pasado aquí fueron unas vacaciones. —Chasqueó los dedos, y se desvaneció.
Hades me atrajo hacia él, echando una mirada sobre el paisaje por cualquier rezagado.
—Moirae puede lidiar con el resto. ¿Estás bien? —preguntó, preocupación llenando sus ojos. Él se desató su capa negra y la puso gentilmente sobre mis hombros mojados. Tiré de ella a mi alrededor, temblando.
—Perdóneme —suplicó Pirítoo, postrándose ante Hades—. Estoy desesperado, mi señor. Concédame la muerte, concédame cualquier cosa, pero haga que esta hambre se detenga.
Hades lo miró de arriba abajo. —¿Obra de Deméter, supongo? Me encogí de hombros.
—Muy bien. —Hades chasqueó sus dedos. El Inframundo pasó junto a nosotros en un nauseabundo torbellino. Cuando se estabilizó a nuestro alrededor vi que estábamos parados en el comedor—. Come. —Hizo un gesto a Pirítoo hacia la mesa del banquete—. Lidiaré contigo más tarde.
Pirítoo vorazmente lanzó comida a su boca. Miré a Hades sorprendida. Había esperado que hiciera un montón de cosas, pero invitar a Pirítoo a cenar no era una de ellas.
Hades tocó mi brazo y asintió hacia la puerta.
—¿Te gustaría descansar un poco, mi querida?
¿Querida?
—No —dije lentamente—. ¿Qué estás...?
—¿Cassandra? —llamó Hades cuando ella se asomó en la habitación—. ¿Por qué no tomas Perséfone y...?
—No, gracias. —Agarré su mano—. ¿Podría quedarme contigo por un rato?
Emociones combatientes bailaron en los ojos de Hades mientras Pirítoo comía vorazmente detrás de nosotros.
—Te estás congelando. —Frotó mis manos entre las suyas.
—Por favor, no me hagas ir. —Hizo un gesto con la mano, y ya no podía oír a Pirítoo en el fondo—. ¿Qué acaba de suceder?
—Ellos no pueden escucharnos ahora. —Hades miró a Pirítoo comer—. ¿Estás segura de que estás bien? —Inclinó mi barbilla hacia arriba, estudiando mi rostro.
Asentí.
—Eso fue... —Tomé un suspiro tembloroso—. Muchas gracias.
Hades asintió, pareciendo distraído. Sus dedos recorrieron mi mejilla donde el golpe de Pirítoo había aterrizado. Un pulso de energía pasó a través de mí y cada bulto y moretón de la lucha dejó de doler.
—No, en serio —continué—. No sé qué habría pasado si no hubieras aparecido.
Hades dio un paso atrás, examinándome con ojo crítico. Su mandíbula se apretó.
—Sé exactamente lo que habría pasado. Cassandra lo vio todo. Me estremecí ante el pensamiento.
La ira ardía en los ojos de Hades.
—¿Qué es lo que te pasa? Estuviste sola por, ¿qué, diez minutos? ¡Diez minutos y vas al único lugar en este reino donde puedes llegar a dañarte!
—Yo... —Mi boca se abrió mientras luchaba por alguna respuesta. ¿Dónde se había ido el hombre que había visto hace un momento? Quería al Hades agradable de vuelta, el de la mirada preocupada, e incluso posiblemente atemorizada, estropeando su rostro por lo demás perfecto—. ¿Qué estabas pensando? Primero Orfeo y ahora esto. ¿Has perdido completamente la cabeza? ¡Si tienes algún tipo de deseo de muerte, puedo enviarte a Bóreas!
—¡Hades!
—Protegerte de él es fácil, ¿pero cómo demonios se supone que te proteja de ti misma?
—¡Oye! —objeté—. ¿Cómo se supone que iba a saber que podía ser tirada a través del río?
—¡No siempre puedo salvarte!
—¿Por qué te molestas siquiera? —Las lágrimas brotaron de mis ojos. Me estremecí violentamente, apretando su capa más fuerte a mi alrededor—. Solo piensas que estoy en el camino, y todo lo que siempre hago es meter la pata. ¿Por qué no solo me envías a Bóreas? Te ahorraría un montón de problemas.
—¿Por qué me molesto? —preguntó Hades, sorprendido—. ¿Realmente no te has dado cuenta de eso?
Me encontré con sus ojos, en busca de respuestas.
—Estabas asustado —susurré, sorprendida.
—Por ti —aclaró Hades. El calor dejó su voz, dejando solo cansancio—. Sí. Podrías haber sido realmente herida, y podría no haber llegado a tiempo. — Estiró la mano y me agarró por los hombros—. Mira, siento haberte gritado, pero tienes que dejar de lanzarte en estas situaciones. Podrías haber salido lastimada.
Asentí, apretando mis dientes para dejar de temblar. Hades pareció darse cuenta de mi agitación por primera vez y suspiró.
—Lo siento por haber gritado. Yo solo... Eso fue aterrador. Asentí.
—Sí. Lo fue. —Mi voz tembló.
Él dudó y entonces tiró de mí en un abrazo. Me aferré a él, tomando temblorosas respiraciones, luchando por contener las lágrimas. Todavía estaba temblando, aún asustada por lo que había sucedido en el Tártaro, pero Hades me había salvado.
Mi agarre se endureció.
—Gracias.
Él se retiró, con los ojos yendo a la mesa donde Pirítoo estaba comiendo.
—Por qué no vas con Cassandra mientras me encargo de algo.
Su voz era gentil, y había algo en la manera en que me miró que mis rodillas se debilitaron.
No lo pensé; solo actué. Tan rápido como un pensamiento, me levanté de puntillas y besé a Hades de lleno en los labios. Él se puso rígido por la sorpresa, luego por un momento se relajó y me besó también, con la mano levantándose para tocar mi rostro.
Se liberó del beso con una maldición.
—No puedo hacer esto —maldijo y dio unos pasos atrás.
—¿Por qué no? —pregunté sin aliento.
—No soy Zeus. Simplemente no puedo ir por ahí... —Corrió sus dedos por su cabello, frustrado—. Tengo estándares.
Sentí como si me hubiera abofeteado.
—Ya veo.
—¡No! Maldita sea, eso no es lo que quise decir. Eres solo una niña... —¿Cómo más me verías?
Hades entrecerró los ojos cuando reconoció su línea.
—¿Eso es lo que te puso tan molesta?
A la mierda. Ya me había humillado a mí misma al besarlo. ¿Qué más tenía que perder?
—¿Podrías solo decirme cómo te sientes respecto a mí? ¿Me odias? ¿Puedes siquiera soportarme? Porque de vez en cuando veo algo y creo que podrías... que podrías tener sentimientos por mí, pero entonces haces o dices algo tan frustrante y no sé. ¡Este retroceder y avanzar me está volviendo loca!
Se rió.
—¿Yo estoy volviéndote loca a ti? ¡Ofreces a traer gente de vuelta de entre los muertos y corres al Tártaro si digo algo equivocado! ¡Tú me estás volviendo loco!
Mi corazón se hundió.
—¿Así que sí me odias?
—¿Odiarte? ¡No! Yo... —Se interrumpió, pasando sus dedos por su cabello—. Estoy enamorado de ti. He estado enamorado de ti desde el momento en que puse los ojos en ti en el claro... —Se detuvo, mirando a un lado como si pudiera verme allí. Mi mente retrocedió a la imagen en su sueño y mis ojos se ampliaron—. Eres hermosa, y amable, y todo lo que podría querer alguna vez, pero eso no cambia el hecho de que eres eones más joven que yo. Por mucho que me guste. Persistir en esto de cualquier manera sería tomar ventaja de ti, y no voy a hacer eso.
Mi mente daba vueltas. No había esperado eso. No sabía si estaba enamorada de Hades, pero definitivamente tenía sentimientos por él. Cuando encontré mi voz, dije:
—¿Quién no es más joven que tú? La gente hace demasiado lío por la edad. Es solo un número. Soy lo suficientemente mayor para saber lo que quiero, y...
—Ni siquiera eres lo suficientemente mayor para saber quién eres — interrumpió Hades—. Y no tienes idea de lo que soy capaz. No hay necesidad de apresurar nada. Una cosa buena acerca de ser inmortal es que tenemos tiempo ilimitado para entender las cosas.
Abrí la boca para responder, pero fui interrumpida por una conmoción detrás de Hades. Pirítoo estaba retorciéndose en el suelo, arañando su garganta. Hades lo miró y me dirigió una sonrisa oscura.
—Ahora, aquí estamos. —Hizo un gesto con su mano a través del aire—. Perséfone, ve con Cassandra.
—¿Qué está pasando? —pregunté mientras los gritos de Pirítoo se hacían más audibles.
—¡Sácalo! —rugió Pirítoo—. ¡Sácamelo!
Hades se encogió de hombros.
—Lo alimenté. —Pirítoo vomitó sangre y gritó de dolor—. ¿Quieres un poco más? —preguntó Hades mientras caminaba por el piso de madera. Pirítoo estaba siendo elevado del suelo por una fuerza invisible y forzado en una de las sillas del banquete.
—¡No! ¡No! ¡Por favor, no! —gritó Pirítoo mientras su mano se movía inexorablemente a su plato.
Miré con ojos amplios mientras Pirítoo metía comida en su boca, gimiendo de dolor.
—¿Realmente creíste —preguntó Hades, recogiendo una granada de la mesa y contándola casualmente con un cuchillo— que podías entrar a mi reino y secuestrar a mi esposa? —Hades cortó la granada en seis secciones iguales. Escuché oír un crujido extraño y la piel de Pirítoo comenzó a adquirir una tonalidad gris—. La comida que acabas de disfrutar era la carne de una querida amiga mía que murió en mi reino la última vez que alguien como tú entró sin mi permiso. —Pirítoo gimió cuando su piel se endureció, fijándolo en su lugar—. Es apropiado que su acto final sea poner a un hombre como tú fuera de su miseria. De hecho, si no hubiera bebido del Lete, estaría muy contenta de oírlo.
Solo los ojos Pirítoo seguían siendo carne. Su boca se abrió en un grito espantoso.
Hades comió un grano de la granada.
—Claro que realmente no estarás fuera de tu miseria, ¿no? Todavía estarás allí con vida, todavía muriendo de hambre. Solo no tendré que escuchar al respecto. —Arrojó una de las secciones no consumidas a la mesa—. Ahora, si me disculpas, tengo algunos asuntos que atender.
Miré con horror mientras un sello con la imagen de una cabeza cubierta de serpientes era grabado encima de los dedos con garras de Pirítoo.
Cassandra se apresuró a cruzar la habitación para agarrarme del brazo. —Vamos. Salgamos de aquí.

Persephone. Hija de ZeusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora