Durante la siguiente semana, Hades empezó a entrenarme seriamente para usar mis habilidades. Tenía que consumir mi poder antes de que este me consumiera a mí, así que cada noche después de la cena me encontraba con Hades en su biblioteca, tenía mi lección, y luego él canalizaba la energía residual para
poder dormir sin miedo de estallar o algo.
Esa noche no fue la excepción, a pesar de que estaba agotada después del baile de San Valentín. Había sido diferente al de Brumalia porque Cassandra había estado distante desde que Hades le había hablado bruscamente.
No podía culparla por estar molesta. Ella había estado actuando como la Reina del Inframundo por, quién sabía cuántos cientos de años antes de que yo llegara. Ella siempre había estado al lado de Hades en la corte, en los eventos públicos, en la planificación de los eventos y en el correr de un millar de minutos del día a día en las actividades en el palacio. Hasta que yo llegué.
Yo no quería el trabajo. Cassandra podía hacerlo todo, por lo que me daba lo mismo. Había llegado a amar el Inframundo, pero no quería gobernarlo.
Extrañaba a Cassandra.
—No estás concentrada. —Suspiró Hades.
Su constante suspiro no me irritaba como alguna vez lo hizo, pero eso no impedía que sintiera un pinchazo de molestia por interrumpir mi meditación. Traté de vaciar mi mente como Hades me indicó. Había estado emocionada por la lección de hoy. Finalmente iba a enseñarme a tele transportarme. Solo iba a funcionar en el Inframundo, pero era posible que pudiera ser capaz de hacer algo similar en el reino viviente. Sería un gran recurso si alguna vez lo necesitaba para escapar o sorprender a alguien. Aunque no compartía esa revelación con Hades.
Entonces comenzamos la lección. Hades usaba una gran cantidad de frases como "vacía tu mente", "visualiza un lugar", "centra tu energía", y lo que sea. Se sentía como la Nueva Era para mí.
Sin embargo, cada vez que todo parecía ajustarse en su lugar, o sentía que las cosas empezaban a cambiar, Hades me detenía y me hacía volver a hacerlo.
Vacié mi mente y traté de enfocar mi energía. Podía sentirla zumbando a través de mí, resonando desde las plantas que crecían en la biblioteca y zumbando a través de Hades. Me imaginé a mí misma parada detrás de él y di un pequeño impulso.
El mundo cambió a mi alrededor, y me sentí a mí misma siendo separada y arrojada de nuevo completa, en un zumbido de repugnante movimiento. Aterricé detrás de Hades con un ruido sordo, tropezando contra la silla y a punto de caer en su regazo.
—¡Lo hice! —exclamé, riendo.
—Bien. Paremos por esta noche. —Hades me agarró del brazo y me estabilizó.
—¡Pero acabo de encontrarle el truco a esto!
—Te estás esforzando demasiado. Es necesario dar marcha atrás antes de que te consuma. —Me llevó de vuelta a mi asiento y me dio un pequeño empujón. Le fruncí el ceño y me senté.
—Está bien. Voy a ir a la cama. —Me paré, o lo intenté. Mis rodillas cedieron debajo de mí y me dejé caer en la silla, agotada por el uso de mis habilidades. Hades me dio una mirada de reojo mientras regresaba a su silla, sabiamente sin decir nada.
—¿Por qué no podemos mentir? —pregunté. La pregunta me había estado pesando desde que las palabras para salvar a Pirítoo se habían quedado atoradas en mi garganta—. Los seres humanos pueden, ¿por qué pueden hacer algo que nosotros no podemos?
—Es un respaldo que implementamos después de crearlos e hizo del mundo un lugar más adecuado.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando un dios habla, las palabras tienen poder. Diciendo una mentira podría cambiar la naturaleza de la cosa sobre la que estamos mintiendo. Puesto que la creación fue un esfuerzo colaborativo, nos quitamos nuestra habilidad de cambiar nuestras creaciones sin que los otros dioses estén presentes.
—Oh. —Eché un vistazo alrededor de la biblioteca, buscando una manera de cambiar de tema sin que sea obvio que debía forzarme demasiado para llegar hasta el pasillo—. No tienes que mantener esas. Puedo plantarlas afuera. —Hice un gesto a las macetas de flores esparcidas por la habitación.
Espera un minuto. No estaban dispersas. Me incliné hacia delante. Tres macetas pequeñas decoraban el alféizar de la ventana. Uno estaba sobre una mesa, y un par de macetas altas flanqueaban una estantería de libros. Hades arrancó las flores con las que habíamos estado trabajando hoy de la mesa y las puso sobre su escritorio, arrastrando los papeles para hacer espacio.
Hades estaba decorando. Con algo mío. La biblioteca era su espacio más privado y personal, y algo que yo había hecho pertenecía a ella. Esto era grande.
—Extraes tu poder de ellas. Esto conduce a mejorar las prácticas.
Fruncí el ceño, dejando caer mis hombros. O hay una explicación
perfectamente lógica para eso.
Hades se encogió de hombros.
—Además, huelen a... —Se interrumpió y se entretuvo en la clasificación de sus papeles—. Ellas huelen bien.
¿A mí? ¿Ellas huelen a mí? Mi mente retrocedió a la sala del trono. Él había dicho que estaba enamorado de mí, pero... Eché un vistazo a las flores de nuevo.
¡Santo cielo! Lo estaba. Él realmente lo estaba. —¿Hades?
Se apartó de la mesa.
—¿Sí?
Mi mente se quedó en blanco.
—Um... tienes un montón de libros. —En el instante en que las palabras salieron de mi boca me sentí estúpida. Pero no sabía qué más decir. "He sabido todo este tiempo que no puedes mentir ni nada, pero ¿realmente no te creí hasta que vi las flores?" Eso sonaba estúpido. Además, sabía hacia dónde se iba dirigir la conversación. Estúpida diferencia de edad.
—La lectura es una de mis pasiones.
—Ídem. —Sonreí, pensando en algunos de mis favoritos.
Sus cejas se alzaron por la sorpresa, pero estaba acostumbrada a esa reacción. Yo no era sin duda el lápiz más brillante de la caja, por lo que la gente rara vez pensaba que era el tipo de persona que se sentaba en los días lluviosos y leía libros. Por supuesto, era más probable que estuviera leyendo la última novela de romance sobrenatural de la serie Anochecer antes de que estuviera leyendo Jane Austen.
—No estés tan sorprendido —espeté, moviéndome para pararme. Hades rió.
—Nunca te he visto con un libro. Te he visto aquí antes, pero nunca leyendo nada.
Saqué mi teléfono de mi bolsillo. No tenía servicio, pero todavía podía tener acceso a mis libros, música y películas.
—Todos mis libros están aquí. —Abrí la aplicación—. Menos desorden.
Tomó el teléfono y empezó deslizarse a través de la pequeña pantalla.
—¿Se puede leer libros enteros en esto?
—Todo el tiempo. Tienen una versión grande, pero mamá dice que es demasiado caro. —Tendríamos que ver eso cuando vuelva del Inframundo.
Hades resopló.
—Estos no son libros, éstos son... —Hizo una pausa—. ¿Anochecer? ¿En serio? —¿Qué? ¡Es bueno!
—Consideré crear una dimensión del Tártaro que obligue a las almas a ver la película basada en este libro por toda la eternidad. Completa con arpías fanáticas gritando en la audiencia.
Agarré mi teléfono de nuevo.
—¿La has visto siquiera?
—Cassandra me hizo verla. —Hades se estremeció.
—¡Es una gran película y un libro aún mejor!
—Es ridículo. ¿Qué pasa con esta reciente obsesión humana con los vampiros?
Me senté en mi silla.
—¿Hubo alguna vez algún vampiro?
—Bueno, estaba la hija de Hécate, Empusa. Ella seducía a los hombres y bebía su sangre mientras dormían. La hija de Poseidón, Lamia...
—¡Al igual que los libros Mundo de Medianoche!
—¿Qué?
Deslicé mi silla más cerca de él y abrí el libro en mi teléfono.
—Los que nacen vampiros se llaman Lamia, y los que son convertidos en vampiros se llaman...
—Sí, siento haber preguntado. De todos modos, Lamia era hija de Poseidón. Ella tuvo un romance con Zeus y tuvo varios hijos. Hera se enteró de ella y la obligó a devorar a sus hijos. —Ahogué un grito y Hades hizo una pausa. Parecía como si fuera a decir algo, tal vez para defender a Hera, se encogió de hombros y continuó con la historia—. Después, Lamia siguió bebiendo la sangre de los niños mortales hasta que Zeus se compadeció de ella y le quitó los ojos.
—¿Cómo exactamente se supone que eso iba ayudar? —Esto hacía que fuera más difícil atrapar a los niños. Negué con la cabeza.
—Eso es... ¿sabes qué?, no hay palabras.
—Estaban también los Striges o Estirges, que eran pájaros que se alimentaban de sangre, y estaba esa isla de la sangre...
—¡Está bien! Siento haber preguntado. —Levanté mis manos en señal de rendición—. Quise decir. —Señalé a mi teléfono—. Vampiros como estos.
—¿Caballeros refinados que ocasionalmente beben sangre? Es un mito.
Pensé que era irónico escuchar eso de Hades mientras estaba sentada en el Inframundo, pero me abstuve de mencionarlo.
—¿Cuál es tu libro favorito? Oh, déjame adivinar. Inferno. Hades rió.
—No. Es difícil decir un favorito. Me encanta todo de Alejandro Dumas. ¿Has leído sus obras?
—He visto las películas.
—Los libros son mucho mejores. —Se levantó y tiró de ellos del estante—. Aquí tienes, deberías leerlos. En forma impresa.
Me eché a reír y me levanté para aceptarlos.
—Gracias. —Mi mano rozó la suya cuando agarré los libros y reprimí una sonrisa por el escalofrío que me recorrió.
Hades se aclaró la garganta, y me di cuenta que me había congelado en el lugar, pero claro él no se había movido tampoco.
La puerta del estudio se abrió de golpe y salté culpablemente lejos de Hades, como si me hubieran sorprendido haciendo algo más que estar parada. Hades se quedó donde estaba y levantó una ceja ante la intrusión.
—¿Sí, Cassandra?
—Necesito hablar contigo —jadeó. Me pregunté si había corrido todo el camino hasta aquí—. A solas.
La miré boquiabierta. Había estado distante, pero nunca había sido grosera. No podía ignorarme completamente ahora, ¿cierto? Apreté los dientes, herida. Nunca había sido buena en la confrontación. Deseaba saber una manera de hacer esto bien.
Hades frunció el ceño. —Cassandra.
—Hades, lo digo en serio —espetó—. Lo siento —dijo rápidamente—. Esto no puede esperar.
—¿Has tenido una visión? —preguntó Hades, y Cassandra asintió. Los dos intercambiaron una mirada que yo no pude leer. Hades dejó escapar un suspiro tenso y se giró hacia mí—. Perséfone, deberías...
—No termines la frase —le advertí, y me giré hacia Casandra—. ¿Por qué no quieres que sepa lo que viste? —pregunté a Cassandra con el pánico aumentando—. ¿Mi mamá? ¿Le ha pasado algo a mi...?
—No —me aseguró—. Tu madre está bien. —¿Entonces, qué? —exigí—. ¿Qué pasó? Miró a Hades, suplicándole con la mirada. —Perséfone... —susurró Hades.
—¡No! ¡No me voy hasta que no sepa lo que vio! Cassandra miró como disculpándose a Hades. —Bóreas ha secuestrado a Melissa.
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Persephone. Hija de Zeus
Ficção AdolescenteHay peores cosas que la muerte, peores personas también. La "charla" fue bastante mala, pero, ¿a cuántas adolescentes se les dice que son una diosa? Cuando su madre se lo dice, Perséphone está segura que su madre se ha vuelto loca. No es hasta que B...