Capítulo 17

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—Estás congelada. —Helena arrancó la capa de Hades de mis dedos.
—Y empapada —añadió Cassandra. Ella me guió a través de mi habitación, hasta mi cuarto de baño mientras caminaba. La puerta se abrió y apareció una bañera de hidromasaje en el centro.
Helena me tocó el hombro y estaba vistiendo un traje de baño verde de una sola pieza. Mis pies tocaron el agua y siseé cuando el calor entró en contacto con mis dedos fríos de los pies. Y me introduje lentamente en el agua.
Cassandra y Helena se unieron a mí, manteniendo una conversación ligera en marcha. Me hundí en el agua, tirando de mis rodillas a mi pecho. Ellas flotaban cerca, no preguntando nada, esperando hasta que quisiera hablar.
—... Y Hades accedió darle otra media docena de Segadores —se quejó Cassandra.
Helena sacudió la cabeza.
—Esos tipos me dan escalofrío.
—No están tan mal —objeté. Sentía como si una bola de hielo hubiera reemplazado mi corazón. Sentía frío en mi interior, donde el agua caliente no podía alcanzar. Convoqué un vaso de chocolate caliente y tomé un cauteloso sorbo.
—¿Estás bien? —preguntó Cassandra.
Miré desde su rostro a la preocupación reflejada en la de Helena y no pude evitar sonreír.
—Voy a estar bien. Gracias.
—Entonces, ¿qué fue más espantoso... ver a Pirítoo convertirse en una estatua, o la confesión de Hades?
—¿Qué confesión? —preguntó Helena.
—Oh, él dijo que estaba enamorado de ella.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté por encima del jadeo de Helena.
Cassandra me lanzó una mirada.
—Yo lo vi.
Negué con la cabeza. Había sido atacada. Acababa de ver a un tipo convertirse en piedra. ¿Y Cassandra quería charlar sobre chicos?
—Ustedes chicas realmente no lo hacen más cómodo. Cassandra se encogió de hombros.
—Estamos muertas. Todavía sentimos todo, pero no en el mismo grado que tú lo haces. Lo que hace a la empatía un poco difícil.
Parpadeé, no segura de qué hacer con eso.
—Volviendo a lo de antes —dijo Helena—. ¿Qué dijo?
—Él solo quiere que seamos amigos. —Tomé otro sorbo de mi chocolate caliente, y la sensación helada en mi pecho se disipó. Le sonreí a Cassandra, agradecida por la distracción. Tenía una larga y pálida pierna fuera del agua y se estaba pintando las uñas de los pies de color rojo. Convoqué un esmalte verde con un encogimiento de hombros. Era mejor que pensar acerca de lo que acababa de ver.
—Nunca me di cuenta de que Hades era tan denso —dijo Helena mientras me entregaba un frasco—. Pon esto en tu cara, es increíble.
—Él está probablemente en lo correcto. —Me encogí de hombros—. Hay una diferencia de edad bastante significativa. Saben, tengo que decir, desearía poder redecorar en el mundo de los vivos como aquí. Mi mejor amiga Melissa estaría tan celosa de este cuarto de baño.
Cassandra tomó el frasco de máscara de barro de mi brazo extendido, y lo miró con escepticismo.
—Si él piensa que eres demasiado joven para tener una relación, no debería haberse casado contigo.
Puse los ojos en blanco.
—Eso no cuenta. Soy demasiado joven para casarme.
—Oh, Casandra —suspiró Helena—. Ponte la máscara. De todos modos, yo me casé a los diez años. Esta preocupación por casarse demasiado joven es una invención completamente moderna.
Casi manché la margarita que estaba pintando arriba del esmalte verde oscuro en mis dedos de los pies.
—¿Diez?
—No es como si ustedes fueran humanos —señaló Cassandra—. No puedes jugar con reglas humanas. Mira todos esos libros, películas y programas de televisión sobre el romance de vampiros. Nadie hace un gran problema sobre esos tipos siendo miles de años más viejos que...
—En realidad lo hacen —suspiré, estudiando los dedos de mis pies con cuidado. Se veían secos, y los sumergí de nuevo en el agua tibia, satisfecha cuando el esmalte no se corrió—. Acabo de leer los comentarios en línea, alguien está seguro de mencionarlo.
—Físicamente hablando, Hades tendría qué, ¿veinte años? ¿Veinticinco? — preguntó Helena—. Eso no es la gran cosa.
Me imaginé volviendo a casa de la escuela un día para decirle a mi mamá que estaba saliendo con un hombre casi diez años mayor que yo y palidecí.
—Uh...
—¡Mi marido tenía cincuenta! Seguramente unos míseros diez años no hacen...
—Los tiempos han cambiado mucho —le expliqué.
—Lo que sea, sigue siendo estúpido —dijo Cassandra—. Eres demasiado bonita para esperar a que Hades entre en razón.
Esperé la continuación de ese comentario, Cassandra diciendo que tuve suerte o algún otro dardo, pero no dijo nada. Era un cumplido, puro y simple. Pensé en mis conversaciones con las chicas de la escuela y me sorprendí al darme cuenta de que no tenía por qué ser así. La charla de chicas podría ser solo esto. Sin insultos, sin culpas. Sonreí y me hundí aún más en el agua caliente.
—Es agradable no ser perseguida —admit. Hice trampa e imaginé una buena manicura francesa en mis uñas de las manos en vez de pintarlas—. Durante los últimos meses, todos los hombres que he visto han estado medio locos.
—Sí, sé todo sobre eso —coincidió Helena con una risa amarga. —Troya... —Cassandra suspiró.
Helena asintió.
—Las hijas de Zeus no son nada más que problemas.
—Los problemas están bien. —Me estremecí—. Todavía no puedo creer lo que Hades le hizo a Pirítoo. Quiero decir, él se lo merecía, pero...
—Una cosa es desear una muerte horrible a alguien. Otra muy distinta es ser testigo de ello. —Cassandra fregó la máscara de su cara.
—Sí... lo que Hades le hizo. ¡Me refiero a que Pirítoo estaba, está, en agonía! —No podía dejar de pensar en Pirítoo gritando de dolor.
—Él es el Señor del Inframundo —señaló Cassandra, sentándose en un taburete frente al tocador. Helena frunció el ceño, invocó dos más, y se sentó en el del centro—. ¿Tú no pensaste que tuviera un lado oscuro?
Me senté en el tercer taburete y estudié mi reflejo. Sentía como si hubiera dado un paso dentro de algo por encima de mi cabeza, un mundo donde la tortura era aceptable, primero por la mano de mi madre, y luego por la de Hades.
Miré en el espejo, buscando la marca del cambio que sentía ardiendo como hierro. Había visto algo terrible. Seguramente debía verme diferente.
La chica en el espejo se mantuvo sin cambios. Sus ojos estaban más preocupados que de costumbre, pero nada parecía fuera de lugar.
Salté cuando la cara de Cassandra se inclinó sobre la mía en el espejo. —¿Sabes lo que deberíamos hacer?
—¿Qué?
—Sé exactamente lo que estás pensando. —Sonrió Helena.
—¿Qué? —pregunté de nuevo, mirando a las dos por alguna señal que me hubiera perdido.
—Vamos a hacerle lamentar el haberte rechazado —anunció Cassandra.
—¡Cambio de look! —dijo Helena, sonriendo—. No me malinterpretes, Perséfone, eres bonita, pero un poco de maquillaje no te mataría.
Me sonrojé. Me solía encantar el maquillaje y el esmalte de uñas y todas las cosas de chicas. Melissa y yo solíamos jugar frente al espejo durante horas, pero eventualmente los comentarios sarcásticos de las otras chicas se habían llevado mi amor por arreglarme. Si ponía mucho esfuerzo en mi apariencia y algún tipo era especialmente odioso, ellos decían que estaba invitando a la atención. Las chicas me fulminarían con la mirada... Era solo un montón de problemas.
Yo no quería atención. Quería mezclarme tanto como fuera posible... en la superficie. Pero aquí... aquí podía ser yo misma otra vez sin nada que temer. Helena y Cassandra no iban a murmurar sobre mí por usar maquillaje. Ningún hombre aquí abajo se atrevería a hacer algo más que darme una sonrisa cortés. Yo estaba marcada como la esposa de Hades, después de todo. Además... sería bastante divertido ver su reacción.
—¿Qué quieren hacer? —les pregunté.
La siguiente media hora se llenó de instrucciones desconcertantes.
—Mira hacia arriba —pediría Cassandra y en el mismo segundo Helena me diría que mirara hacia abajo.
—Oh, ese es un color precioso —felicitó Helena—. Tienes que enseñarme cómo hacer que mis ojos se vean así.
—Seguro —respondió Cassandra con voz satisfecha. Ella le mostró y dejó a Helena probarlo en mi otro párpado. Detrás de mis ojos cerrados, me relajé por los sonidos reconfortantes de una charla de chicas.
—Entonces —dije cuando se quedaron en silencio por un minuto—, ustedes dos se conocieron cuando estaban vivas, ¿verdad? ¿En Troya? ¿Cómo fue?
La calidad del silencio cambió. Me asomé a través de mis ojos medio abiertos para ver a Cassandra y Helena compartir una larga mirada.
—Lo siento mucho —tartamudeé. No podía creer que hubiera preguntado eso—. No pensé en que ustedes dos... deben querer olvidar todo...
—Está bien —me aseguró Helena, recogiendo un poco de polvo de color rosa sobre un pincel angular—. Hay días en que daría cualquier cosa por beber del Lete. —Hizo una pausa por un segundo antes de poner el rubor en mi cara. Cerré los ojos instintivamente—. Pienso sobre eso cada mañana cuando despierto. Solo olvidar todas esas cosas horribles. Pero toda esa gente murió por mí. No sería justo olvidarlos.
—No fue tu culpa —dijo Cassandra como si recitara una línea de una discusión familiar—. Menelao estaba obligado a atacar Troya eventualmente. Él era codicioso. Tú solo eras...
—Una excusa conveniente. —La voz de Helena era amarga.
—¿Qué pasó? —pregunté—. Si no te importa que pregunte.
—Has oído las historias, estoy segura. Eres una hija de Zeus, por lo que entiendes mejor que la mayoría la forma en que las personas cambian alrededor de nosotras.
—No es un cambio —dijo Cassandra—. Tú solo pones de manifiesto...
—Lo entiendo —dijo Helena—. Aún no es algo de lo que las chicas normales tendrían que preocuparse. Pero entonces no somos ordinarias, ¿no es así, Perséfone? Tenemos suerte.
La miré y vio que entendí.
—Me alejaron de mi marido y de mi hija y fui dada a Paris como un premio.
—¿Tuviste una hija? —Sacudí mi sorpresa, recordando cómo las cosas eran diferentes en aquel entonces.
—Hermione. —Helena sonrió con cariño—. La última vez que la vi fue en su noveno cumpleaños. Me imagino que está por aquí en alguna parte, pero probablemente bebió del Lete para olvidarme. Todos me odiaron al final.
—Eras solo un chivo expiatorio —le recordó Cassandra.
—Solo desearía que ellos te hubieran escuchado a ti —respondió Helena.
—Incluso sin la maldición, mi hermano era demasiado idiota para escuchar a nadie.
—¿Quién te maldijo? —le pregunté.
—Apolo. Yo era su sacerdotisa, pero él quería que yo fuera un poco más... — Cassandra mordió su labio, teniendo en cuenta su elección de palabras—... activa en mi adoración. Yo me negué, así que me maldijo con visiones del futuro que nadie iba a creer en vida. La muerte era en realidad una especie de alivio para mí. —Ella sacudió la cabeza.
—Olvídate de nosotras. Se supone que te levantemos el ánimo.
—No hace falta que me levanten el ánimo. No me pasó nada. Yo solo... — suspiré, tratando de poner mis sentimientos en palabras. Realmente no podía contar mis problemas a Cassandra o Helena. Estaba viva. Había escapado de cada horrible destino que se me había presentado. Ellas no habían tenido tanta suerte.
—Mira —dijo Helena suavemente.
Abrí los ojos y miré en el espejo su obra.
—¡Ustedes son increíbles! —Mis ojos parecían soñadores y misteriosos a la vez. Mi piel brillaba, y finalmente entendí lo que significaba labios besables—. ¿Qué debo hacer con mi pelo? —pregunté, tocándolo con incertidumbre.
—Déjalo hacia abajo —dijeron al unísono. —Usa esto —dijo Helena, tocando mi hombro.
Ahora llevaba un vestido campesino de hombros caídos y del exacto tono de mis ojos. El vestido fluía de forma en que hacía hincapié en cada curva.
—No puedo salir de la habitación así.
—Oh, sí que puedes —dijo Cassandra, empujándome hacia la puerta—. Ve a buscar a Hades.
—¿Qué se supone que debo decir?
—Algún tipo de agradecimiento. Di que olvidaste darle las gracias por salvar tu vida o algo así —dijo Helena, cerrando la puerta detrás de mí.
—¡Cuéntanos todo! —gritó Casandra detrás de la puerta cerrada.
Caminé por el pasillo con incertidumbre.

Persephone. Hija de ZeusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora