Dictadura creciente

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Mientras tantoArthur Morrison se encontraba en la mayor oficina de la corporación, en el último piso del enorme edificio. Completamente solo. Estaba sentado en la silla del enorme escritorio en donde tenía a su derecha grandes sobres reventando de dinero a su disposición y a su izquierda una maqueta de la ciudad entera de Nueva York.

Se levanta y observa a través de las ventanas de cristal hacia el alrededor del edificio. Son las nueve de la noche y lo que observa es desconcertante para la humanidad. Los edificios empresarios rivales de Bystander ya no existen ya que todos son ahora propiedad de Morrison y su corporación. El uso de las antiguas empresas no precisamente son para trabajos tecnológicos, más bien eran como cuarteles para las patrullas y otros eran detenciones para los rebeldes de Brooklyn. No hay ni una sola persona caminando por las calles, solo se encuentran las patrullas mandadas de la misma corporación que su trabajo era ejecutar a cualquier persona que caminara en las noches en el tiempo de toque de queda.

A lo lejos se observa un muro enorme que divide el sector de Brooklyn con el resto de sectores en la ciudad de Nueva York. Apenas contaba con ciertas entradas en las que algunos de los policías sobornados por Bystander cubrían. El Estado no tenía poder sobre Brooklyn debido a que el presidente, tras los engaños que Arthur le daba acerca de que el muro serviría como protección después de una supuesta fuga de prisioneros peligrosos, accedió a darle los permisos a la corporación de toda la zona. Además, la prensa no podía llegar ahí como pedido importante de Morrison. 

Los muros están manchados de sangre pues muchas personas intentaron escapar. Hay torres de comando en cada avenida que pueden ver absolutamente todo y no tienen piedad de nadie. La semana pasada se reportó la muerte de una niña de siete que llevaba medicamentos a las once de la noche para su familia enferma. Uno de los soldados observó a la niña corriendo y sin dudarlo, empuñó el subfusil, apuntó a la espalda de la niña y apretó el gatillo, acabando con la vida de una menor de edad que tan solo llevaba medicamentos.

Días después el hermano de la niña se alzó en búsqueda de una rebelión en contra de Arthur y los soldados Bystander. Un grupo de personas se armaron de valor para darle frente a la perversidad de Morrison. Hasta los más ricos se unieron a esta causa, no soportaban al tirano. El rebelde y su grupo lograron acabar con varios, pero cayeron todos. En cuestión de horas, los familiares encontraron el cuerpo descuartizado del hermano en un bote de basura. Arthur mencionó que todas estas ejecuciones eran una señal ante cualquier persona que conspire en contra de él.

Solo una persona pudo escapar de las patrullas y pasar por encima del muro. Este, se dirigió a Queens. Un hombre de cabello negro y corto, portaba una máscara que dejaba libres su nariz, boca y mostraba unos ojos de color verde intenso. Se movía con una gran agilidad, intentaron buscarlo pero el chico no tenía una identidad fija, los archivos lo reconocían como: Henry Wing, Daniel Johnson, Mark Dawkins, Jonathan Handsome, etc. Nadie supo nunca la identidad de este muchacho.

Bystander no se tomó la molestia en ir a buscarlo, pues Morrison decía que si huyó es porque no es nada más y nada menos que un simple cobarde. Sin embargo, la gente afectada lo tomó como un "caminante nocturno" que está destinado en algún momento a salvar a la gente. Pero nunca regresó.

La gente con el pasar de los días, las semanas, los meses y los años, perdían la esperanza y hacían que Morrison lograra el hecho de que le tengan mucho miedo.

Su plan estaba alborotándose ligeramente. Después de todo, la pieza principal de su plan maestro no estaba. Seth se encontraba desaparecido para ellos, incluso pensaron que estaría muerto junto a Eddie. Morrison se estresaba con cada intento que hacia y sin embargo, no aparecía el muchacho después de tanto tiempo. En los edificios de la ciudad ellos protagonizaban las enormes pantallas que Bystander instalaba. Se mostraban las fotos de Seth Ackerman y de Edward Kendricks.

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