Epifanía de un ermitaño que no podía morir.

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Ya no esconden nada aquellos acertijos
de la encrucijada a la que me dirijo
después de haber cruzado aquellas calles
y haber dejado atrás todos los males.

Con una guitarra en una mano
y un sombrero en la otra (para pedir dinero),
comprendo que, inevitablemente, muero
desde que opté por ser más humano.

Y destellan las luces de un nuevo día,
que aparecen para enseñarme
los nuevos senderos, dónde antes se escondían
los fantasmas que quisieron matarme.

Mas los afronto como un pobre caballero,
ya sin escudo ni espada alguna,
sólo con las pocas fuerzas que dejó la hambruna
de haberme convertido en un señor de capa y sombrero.

Las ciudades se contraen en los callejones
y los rostros que antes sonrieron
desesperan por encontrar las soluciones
a problemas que nunca existieron.

Una brisa suave me permite
despegarme de los cristales,
tan opacos y tan tristes,
que reflejan los rostros de los mortales.

Inmortal soy y seré por siempre
y no existirá mayor locura
de saber que aún puedo apreciar esa ternura
que con tanto empeño esconde la gente.

Dejaré de ser entonces un simple ciudadano
y de identificarme por un simple número,
pasaré por las mil generaciones del delirio
y me olvidaré de este mundo de gusanos.

Soberbia maltrecha, no me huyas,
pero sí huye de los que no saben pensar,
déjalos olvidados en las penumbras
y no te dejes derrotar por la humildad.

En estos tiempos tan profanos,
un mundano corazón suavemente palpita
entre tanta gente que necesita
un abrigo y una mano.

Mas este corazón mío no está solo
y, sin embargo, se confunde entre el bullicio
de una vida llena de desquicio,
que aplasta al bueno y corona al malo.

Pero en la eternidad, que no comprendemos,
dejaremos esta insensatez,
el infinito será nuestro camino
y el más allá nos dará su calidez.

Calidez que aún conservamos
cuando damos lo que no tenemos para dar,
calidez que destrozamos por bailar al compás de los tiranos
que sucumben ante el miedo de podernos rebelar.

Ya no hay más historias que contar
ni recuerdos para conservar,
solo queda este camino que entre tantos remolinos
perdió la libertad.

Una cruel batalla se ha librado
y la dulce espera de los muertos se aproxima
para revolucionar el odio y la codicia
y legar nuevas injusticias a los derrotados.

Un Cigarrillo Y Un Café.Where stories live. Discover now