Siento que la ausencia me llama
y, sin querer, desaparezco entre la nada;
una nada que violentamente llena el espacio tan vacío
que me embarga y me despoja de sentido.
Siento que ahora mi mente divaga
y, sin querer, se pierde mi mirada
que buscó desesperada el destello de un recuerdo
que en un gran silencio sucumbió, aturdido y lerdo.
Siento que mi voz bruscamente se apaga
y, sin querer, se ahoga un grito por debajo de mi almohada;
una almohada que ya no guarda aquellos sueños que antes tuve
y que ahora en un rincón se empolva y se percude.
Siento que el sentir se acaba
y, sin querer, los sentimientos acorralan aquellas madrugadas;
madrugadas que acabaron con las historias de cada luna llena
y que desecharon, sin chistar, el lamento de un alma en pena.
Y siento que la distancia me aleja
y, sin querer, encuentro la soledad tan cerca de mi puerta;
esta maldita puerta que por mucho tiempo estuvo abierta
y que cerrada hoy permanece y encarcela a una esperanza incierta.
Siento, siento mi alma desechada
y quisiera sentir nada.