¿Cómo está la mañana ahora
que la noche ya no llega a tocarla?
Pues entre tanto maleficio,
la alegría de mirarte ya se ha ido y no me siento triste;
es que de nuevos rumbos la vida consiste
y mi camino por eso persiste,
pero nunca más por donde tú te fuiste.
¿Para qué, entonces, disculparte ahora?
Si no queda ni rencor por lo que hiciste,
si no hay más que un vago recuerdo
de lo que quisiste hacer con tu destino y con el mío
sin pedir permiso al sendero que escogiste.
¿Qué recuerda la tarde ahora?
Si la mañana ha olvidado todo su futuro.
En un vaso ahogado viven los momentos
de esos recuerdos clavados en el álbum del pasado,
que ahora descansa guardado en el armario apolillado
que compré con tu cariño
y que ahora solo ocupa espacio en mi habitación
vacía de las memorias de tu perfume que se mezcló alguna vez
con la dulce insensatez de una melancólica canción
y que en un oscuro rincón se pierde de a pocos en el eco
de un sueño que tuve cuando, alguna vez, estuve despierto.
Como cuando pasa en cámara lenta la nostalgia del final
de la película que atrajo aquella lágrima
y aún así, contenta, dijiste adiós en el umbral
y cerraste aquella puerta;
y sumergida en lo profundo de tu causa
desesperadamente esperaste una respuesta,
que llegó con amargura y se esfumó como el humo
de un cigarrillo en la mañana gris, pero tan llena de la esencia
de un nuevo despertar y que a tu lado ya no anda
desde que tu ausencia llenó aquel vacío insólito
que dejó el dulce amargo de tus labios impregnado aquí en mi almohada.
Como cuando silba un pajarillo en mi ventana
y ya no me despierto en una calle desolada
que dejé de caminar una mañana,
cuando descubrí que tu falta ya no me importaba,
así me siento ahora que recuerdo aquel tiempo congelado
entre agujeros negros y, por eso, entre noches de licor
me entretengo buscando el motivo verdadero
que una vez guardé en mi bolsillo de ese saco que no encuentro
desde que lavé de mi memoria todo pensamiento
de esos días que soñé estando despierto.
