Hoy vengo aquí a gastar los últimos centavos que me quedan
- dijo un tipo al cantinero, cuando entró al bar.
Si ella no me va a amar - continuó -, ¿para qué quiero estar sobrio?
El cantinero, ni bien verlo entrar, le sirvió dos copas para brindar:
Una de vino para matar a ese amor perdido
y una de ron para embriagarse en el olvido y sucumbir a su eterno purgatorio.
Pasaron un par de horas y aquel tipo volvió a hablar:
Yo le dije que la amaba, compañero-
y quitándose al fin el sombrero empezó a llorar.
Siguió gastando su dinero, el tipo aquel,
del bolsillo sacó un papel y rompiéndolo en pedazos se le escuchó gritar:
¡A ver quién carajos me puede explicar,
si ella me dijo amar, que ahora esté con otro!
Aunque, pensándolo bien - dijo algo resignado -
tal vez nunca me ha amado como dice amarlo a él.
El cantinero comprendió, de aquel tipo, su desgracia
y ofreciéndole otro trago, por cuenta de la casa, lo miró:
Qué interesa amigo mío, si es verdad si te ama o no,
lo que importa es que tú lo haces y de eso doy razón,
y aunque te hayas roto el corazón y partido el alma en dos,
en el eco de tu voz se escucha claramente que tu amor no es pasajero,
pues de amores fugaces sabe bien este viejo cantinero
- y poniéndole de nuevo su sombrero, junto al tipo aquel bebió.
Nunca más del tipo aquel se supo,
nunca más se le vio volver,
pero en las noches de cantina cuando se junta un grupo
el cantinero les cuenta la historia de aquel tipo del sombrero
que para olvidar a esa mujer, que desechó su amor sincero,
se gastó todo el dinero... en beber.