Capítulo 13

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Me maravillé mientras contemplaba en silencio a la pareja de esposos que tenia frente a mí. Ella es una mujer cuya mirada refleja un mar profundo de experiencia y bondad; él es un hombre cálido lleno de carisma y ternura. Ambos hacen una hermosa pareja y aunque son algo mayores lucen muy bien juntos. Al verlos, sé qué mi madre estaría feliz al saber que Ben siguió adelante después de su muerte y que lograra hallar el amor en una persona tan gentil como Janneth. Mi padre me decía que siempre echaba de menos a Elena, supongo que eso es debido a que el primer amor jamás se olvida. No obstante, se le ve muy feliz con su esposa. Antes no me había detenido a analizar su relación y me alegré al notar lo afectuoso que son el uno con el otro.

- Aún queda mucho en el plato. El médico dijo que debes alimentarte bien. - exclamó Janneth.

- Sí, pero no dijo que me alimentaras hasta morir. Ya es suficiente. - respondió Ben.

Parece una escena donde la madre trata de darle de comer a su pequeño niño malcriado. Dejé a un lado el libro que leía cuando me distrajo su pequeña disputa y me reía a sus espaldas.

- Toma ésta última cucharada de sopa. - insistió Janneth.

Ben dudó por un instante pero después de todo abrió la boca de mala gana y no tuvo otra opción que obedecer.

- Comparte el chiste con nosotros. - me pidió papá cuando me atrapó riendo.

- Pareces un niño. - le dije.

- Ya me han elogiado sobre lo joven que luzco. Pero de igual manera, gracias. - respondió con galantería.

- Excelente nivel de autoestima, papá.

- Todos se vuelven unos niños cuando llegan a cierta edad. - comentó Janneth.

- Ya lo creo. - bromeé.

- Ese es el truco para que nos sigan consintiendo. - soltó mi padre.

Janneth acomodó la almohada detrás de la nuca de Ben y él la atrajo hacia su cuerpo para depositar un beso en sus labios.

- Cuando contraes matrimonio, aunque no tengas hijos debes mentalizarte que siempre habrá un niño en casa. Ellos nunca terminan de valerse por si solos. A lo largo de sus vidas tienen una mujer que los cuida. Una madre, una niñera, una novia o una esposa. - comentó Janneth sin poder ocultar la sonrisa.

- Es que los hombres si conocemos el secreto de la felicidad y le sacamos provecho.

- ¿Ah sí?, ¿y cuál es ese secreto? - pregunté.

- Ser nosotros mismos. - dijo con un aura de misterio y enfatizando cada palabra.

- ¿En qué momento de la historia haz visto que los hombres peleen por la igualdad de sexos o que vayamos por la vida con un estandarte para que el mundo nos defina como autodidactas, multitareas? - preguntó él.

- No han tenido la necesidad. Siempre se les ha reconocido sus derechos. Podían votar, ir a la universidad, elegir con quién contraer matrimonio, tener cualquier empleo y lo más importante es que no estaban obligados a permanecer bajo el yugo de nadie, solo por seguir los preceptos impuestos por una sociedad donde a otros se les atribuyó más derechos y liderazgo. - espeté.

- Eso es cierto. - me apoyó Janneth.

- Sí, supongo que tienes razón. Pero el punto es que no hemos discutido por la igualdad para que ahora sea la mujer que corteje al hombre o nos den el mismo trato que en muchas áreas las favorecen más a ustedes.

- ¿A dónde quieres llegar? - preguntó Janneth.

- Quiero decir, que desde tiempos milenarios los hombres asumimos nuestro rol sin intentar cambiarlo. También sabemos que las necesitamos y jamás lo negamos. - dijo poniéndole mayor énfasis a la palabra, jamás.

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