Capítulo 23

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El hombre finalmente salió de la oscuridad y las luces lo iluminaron de pies a cabeza. Trae puesto un traje oscuro sobre una impecable camisa blanca, sin corbata. La gabardina y bufanda que lo abrigan van a juego con todo su atuendo. Su cabello lo lleva un poco desordenado y en su rostro una sonrisa que pretende ser amable, como si nada pasara. Él no me quita la vista de encima mientras que yo permanezco con los ojos abiertos como plato. Por otra parte, Marcus le obedeció como un auténtico perro fiel. Sin chistar dejó de lastimarme con su pie y se hizo a un lado perdiéndose en las sombras.

—Debes tener muchas preguntas—dijo el recién llegado poniéndose en cuclillas junto a mí.

Así era. Ahora menos entendía lo que pasaba.

—Mira en qué estado te encuentras—musitó colocando un mechón de cabello detrás de mí oreja.

Ladeé el rostro cuando intentó acariciar mi mejilla y enseguida le dediqué una mirada asesina. No obstante, eso pareció divertirle, lo cual fue bastante frustrante.

—Eso mismo me fascina de ti, Eileen. Ese espíritu indomable que ansío controlar.

Mis manos se movieron con la esperanza de liberarse al sentir unas ganas insoportables de golpearlo.

—Te quitaré esto de la boca—dijo señalando la cinta—, pero debes prometer que te comportaras o tendré que volver a colocarla, ¿has entendido?

Asentí de mala gana.

—Buena chica—musitó y prosiguió a cumplir lo que había dicho.

Todavía estaba atónita. Siendo honesta jamás esperé verlo en esta ocasión. No comprendía porqué estaba aliado con Marcus o cómo era posible que tuvieran contacto. Se suponía que venían de mudos muy diferentes.

— ¿Qué haces aquí? —pregunté cuando por fin pude hablar.

—Te advertí que sabrías de mí más pronto de lo que te imaginabas.

— ¿Qué es lo que pretendes, Alexander? ¿Qué es todo éste teatro?

— ¿Todavía no es evidente? —preguntó cínico.

—En la oficina me demostrarte lo cerdo que eres pero esto sí me sorprende.

—¿Sabes? Si fueras otra persona esas palabras te costarían muy caro. Sin embargo, me encuentro fascinado por esa lengua viperina.

No podía creer lo que escuchaba. Alexsander Doyle estaba más desquiciado de lo que imaginaba.

—Marcus, acércanos un par de sillas. La señora y yo tenemos mucho que hablar—le ordenó.

Noté la familiaridad con la que se trataban. Marcus era un subordinado pero entre estos dos había un lazo más fuerte que los unían, amistad pensé.

Alexander tomó asiento frente a mí luego de depositarme en la silla. Evalué la posibilidad de salir huyendo pero mis pies y manos continuaban atados, un caracol se movería más rápido que yo, por lo que abandoné esa idea.

—Dime de una buena vez qué es lo que quieres y por qué estás confabulado con éste acecino.

—Para responder eso antes debo contarte una historia.

— ¿Cuál historia? —pregunté tratando de buscarle un sentido a eso.

—La de una familia.

Lo miré expectante. Él se acomodó en su asiento y fijó toda su concentración en mí.

—En 1939 un jovencito de clase humilde sin nada más que esperanzas en sus maletas y muchas aspiraciones salió de Rusia, unos meses más tarde llega a Estados Unidos de América, tierra de la libertad y oportunidades—sonrió como si aquello le causara gracia—. Comenzó desde muy abajo a labrarse un futuro y a mitad de la segunda guerra mundial aplicó lo que un hombre sabio le dijo un día, <<Cuando haya hambre y sangre en las calles compra propiedades>>

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