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La luna estaba más grande y resplandeciente que nunca; blanca como la cal, haciéndome sentir peor de lo que ya me sentía. Porque aunque no lo quisiese y me esforzara por evitarlo es mí única compañía.

No detendría la búsqueda solo porque fuera de noche, pero francamente, el frío no tarda en dejarme las piernas entumecidas y la piel de los brazos, bajo la tosca tela de la campera, erizada.

Me pica el cuero cabelludo, pero no sé si es arte de mi imaginación, debido a los nervios o es realmente cierto.

El camino frente a mi solo es iluminado, como es de esperarse, por la luna, y aunque intento conllevar los nervios de buena manera; respirando hondo y exhalando por la nariz lentamente, acabo tropezandome con las raíces de los árboles que sobresalen de la tierra varias veces antes, de inevitablemente, caer con una lo suficientemente grande como para provocar que caiga medio metro más adelante y no quiera volver a levantarme.

Inhala y exhala, inhala y exhala. Uno..., dos..., tres..., cuatro..., cinco..., seis.

Me llevo la mano derecha al rostro y arrugo la nariz al sentir el ardor ascender desde ella a mis ojos anunciando que las lágrimas están dispuesta a salir.

Ahora, tumbado sobre la tierra, observando a través de las ramas de los árboles el cielo nocturno, solo soy capaz de pensar; de imaginarme donde estará Madison, y es que, aunque mi cuerpo ya no dé más quiero continuar. Pero no soy capaz de hacerlo.

La garganta me arde cada vez que paso saliva, y el estómago me ruge como nunca antes. No sé donde ir, no sé que hacer al respecto, no sé como poder continuar.

Entonces el rostro de Madison se ilumina en mi mente, y puedo verla sonriendo mientras me dice algo que no soy capaz de entender debido a lo lejana que se oye su voz. Pero sé que es algo bueno, pues inevitablemente sonrío y le acaricio la mejilla, lo que abre paso a más imágenes; a más lindos momentos vívidos con ella, y entonces comprendo porque la necesito conmigo; comprendo que la necesito porque aquellas sonrisas, aquellos buenos momentos, todos los recuerdos que se asoman en mi mente, son por ella, y solo por ella.

«Huele fatal —dice—, creo que hasta tú hueles mejor Ojitos»

Sonrío y con la palma de las manos me ayudo a levantarme de la tierra, clavándome los pequeños cocos de los árboles sobre mí.

Me acomodo la camisa y camino algunos metros hasta un pino con suficientes curvas y rugosidad como para escalar. Subo hasta estar a quizás unos cuatro metros del suelo  y me acomodo en una de las ramas lo suficiente gruesa y fuerte como para soportar mi peso durante la noche.

«Madison coge una pequeña roca del suelo y la lanza algunos metros frente a nosotros para luego, con tranquilidad, suspirar.

—La última vez que lancé una roca al agua —comienza, señalizando la acera frente a nosotros, como para que me imagine que es agua, o al menos así lo comprendo yo—, le di a un pato.

La observo, mantiene su cuchillo en su mano y acaricia la hoja con delicadeza.

—Fue horrible; por un momento creí que lo había matado o algo parecido.

—¿Pero no lo hiciste, no? —le pregunto y ella niega.

—Es que ahora que lo pienso, fue algo estúpido; porque quizás sabía que al pobre animal debió dolerle el golpe..., pero, ahora, miro a mi alrededor y puedo imaginarme al pato cubierto de moho en la orilla siendo devorado por un caminante. Quizás habría sido mejor que la roca le haya matado.

No le respondo, no porque no quiera hacerlo, sino porque creo que no es necesario decirle que tiene razón.

Solo mantengo la mirada fija en el frente hasta que ella vuelve a hablar:

—Y ahora yo soy ese pato ¿sabes? Es decir así lo siento —pausa un segundo y coge aire—, siento como si fuese tan pequeña y débil que al primer descuido la vida me golpeará; como la roca; pero no moriré, sólo sufriré hasta que un caminante venga a por mí.»

Cierro los ojos, y presiono el agarre del cinturón con el que me he amarrado al árbol para no caer, intentando relajarme lo suficiente como para poder dormir. Pero no logro hacerlo, y en cambio solo vtelven a hacerse visibles imágenes de Madison.

«Ella me sonríe y me coge el rostro para luego besarme.

—¿Tú también lo sientes? —me pregunta.

—¿El qué?

—Como si el vacío en el estómago se llenara —y me besa nuevamente—, y lo sustituyera otra cosa.»

Me tallo los ojos y me concentro en el silencio nocturno del bosque, esforzándome para relajarme, y lo consigo, porque cuando menos me doy cuenta me quedo dormido, y cuando vuelvo a abrir los ojos el alba comienza a hacerse notar, sin embargp ya no es el mismo silencio el que me envuelve como cuando caí dormido; ésta vez es sustituido por un grito:

—¡Glenn!

Ojitos » Glenn Rhee [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora