Capítulo 26. "Adiós"

132 71 0
                                    

    Zein.

    Al abrir los ojos me encuentro en el sofá, con un montón de polvo y vidrios rotos encima. Al intentar levantarme siento unas punzadas en la espalda, me logro sentar y me toco. Siento que hay un agujero en mi camisa.
    ¿Qué demonios pasó aquí?
    Me levanto dolorido y observo a Amanda y Tiffany viendo desde la ventana hacia afuera. No se han dado cuenta de que desperté.
    Maldita sea, ya recuerdo.
    Tiffany...
    — ¿Ya disfrutaron de mi descanso? —les cuestiono.
    Ambas se voltean asustadas y se miran entre sí con temor.
    Me pongo de pie.
    — Primero mi chaqueta, ahora mi camisa. ¿Ustedes creen que la ropa fina cae del cielo? ¿Qué tanto miraban por la ventana? —Me abro paso hasta la ventana y, al parecer las señoritas prefieren que no lo haga. Amanda me cierra el paso.
    — Mi gran amor, con toda la amabilidad que no tengo, te suplico que me dejes pasar.
    No voy a soportar fingir paciencia demasiado tiempo.
    — Zein, será mejor que vuelvas al sofá, ahí estarás mejor.
    Me río con ironía.
    — ¿Me dices que estaré mejor en el sofá justo después de que tu "adorable prima" me apuñaló la espalda? Ustedes sí que están locas. Muévete.
    Amanda se ve intimidada y se hace a un lado agachando la cabeza. Al asomarme a la ventana veo a Stephen tranquilamente entre varios vampiros que, a mi parecer, no tienen ni la menor intención de atacarlo. Luego noto que Katerina está detrás de él, lo cual me resulta aún más extraño.
    ¿Será que...? Maldición.
    Me giro hacia el par de chicas temblorosas y las asesino con la mirada.
    — No quiero ir con rodeos. Presiento que hicieron una estupidez y casi puedo asegurar que le dieron al imbécil de Stephen el poder sobre los experimentos. Será mejor que hablen ahora.
    Amanda inspira hondo y hasta percibo que traga saliva con dificultad antes de hablar.
    — Sí, Zein, Kat le cedió el poder de Marcus a Stephen.
    — ¡Con un demonio! —Aviento de una patada la mesita de vidrio que tengo a un lado, esta se rompe y las chicas se cubren sus rostros temerosas. Sus miradas se fijan en mí con desconfianza entre sus dedos.
    Me acerco nuevamente a la ventana y trato de atenuar mi coraje.
    — No puedo creer que hicieran todo esto —Vuelvo a verlas—. Ese poder debieron dármelo a mí, no a Stephen. Ese sujeto no tiene ni la menor idea de lo que hace. Probablemente acabe muerto.
    Amanda se pone seria y se acerca a mí. ¿Qué cree que hace?
    — Escucha, Zein; lo hecho no puede cambiarse. No puedes tener todo lo que quieras en la vida con solo desearlo. Deja tu egoísmo de lado y piensa en los demás... Por eso a veces pienso que hago lo correcto al no pensar tanto en mí. No debí hacerte caso en nada de lo que me dijiste antes. Míranos, pasamos discutiendo todo el tiempo. ¿Qué clase de novios somos?
    Su manera de hablar me deja consternado. Se me hace imposible de creer que Amanda me haya dicho estas cosas. ¿Acaso no es feliz conmigo?
    — Amanda, solo quiero que me respondas a una pregunta.
    — Pregunta lo que quieras —añade.
    — ¿Tú aún sientes algo por Stephen?
    Enseguida veo en la expresión de su rostro esa incertidumbre que me hace pensar que sigue sintiendo cosas por él. Si lo que imagino es real, entonces se avecinan grandes problemas entre nosotros. Amanda no responde, solo sigue ahí, mirándome perdida y dándome la impresión de que está pensando en una respuesta que seguramente será una maldita mentira.
    — Ya no es necesario que respondas —Camino hacia la puerta.
    — ¿A dónde vas? —me pregunta Amanda.
    — Iré a la calle. Vuelvo en un rato. Cuando regrese Stephen, dile que no se distraiga o terminará volviéndose un cadáver.
    Salgo de la habitación y busco las escaleras. Verdaderamente no siento la alegría que debería sentir con Amanda. La amo, pero eso parece no ser suficiente. ¿Por qué no me siento a gusto? No se trata totalmente de que Stephen siga en sus pensamientos. Hay algo más. Pero ese <<algo más>> no está en ella, está en mí.
    En la calle ya no hay tantos vampiros, pues supongo que todos están buscando a Marcus por orden de Stephen. Hablando del rey de los imbéciles, él está junto a la Katerina en una esquina, analizando la situación. Es solo cuestión de tiempo para que todo se les salga de las manos.
    — ¡Lo conseguiste! —grité.
    Stephen voltea a verme y se acerca con un andar retador.
    — Despertaste. Ya puedes irte —me sugiere en tono de discusión.
    — No me hagas reír. Me iré por un rato, pero no creas que me olvido del odio que tengo hacia ti.
    — La verdad es que eso no me interesa. Si crees que por el hecho de que Amanda está contigo, vas a hacerme la vida imposible, pues te digo desde ya que estás muy equivocado. Yo quiero su felicidad.
    Me río.
    — Amanda es feliz conmigo.
    — Yo sé que eso no es cierto. Ella no sonríe como debería. Sus ojos no emiten destellos como lo hacían conmigo.
    — No me salgas con esas estupideces. No puedes ver destellos en los ojos de las personas. No seas ridículo.
    Niega con la cabeza.
    — Zein, tú no entiendes esas cosas porque no sabes lo que es amar. Por más que digas que amas a Amanda, todos sabemos que eso es una mentira.
    — No sabes nada de mí.
    Me voy hacia cualquier lado que no sea uno que tenga la presencia de Stephen... ni de Amanda.

Nuevo AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora