Capítulo 6. "Chicos Extraños"

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    Tiffany.

    En mi habitación me envuelve una calma que a la vez es inquietante

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    En mi habitación me envuelve una calma que a la vez es inquietante. No logro relajarme, a pesar de leer un libro de romance en la comodidad de mi suave cama, quizás es porque no escucho ningún ruido en la casa. No creo que Alessa haya regresado y que tampoco Amanda haya salido a la calle, parecía asustada la pobre por lo de las noticias, seguramente está en su habitación, dormida quizás.
    A pesar de saber que todo probablemente anda en orden, no dejo de sentir una opresión en el pecho, algo así como una preocupación.
    Me pongo de pie y voy a mi espejo para mirarme. Creo que mi rostro denota esa inquietud que tengo por dentro. No quiero que mis primas me vean así, estaría mal.
    Cuando me giro de vuelta a la cama una fuerte brisa entra por la ventana, brisa que después se vuelve turbia, de tal modo que lanza mi libro contra la pared y al caer queda abierto hacia abajo. El viento se ha ido y me quedo muy quieta por unos segundos. Decido ir a recoger mi libro y, cuando lo levanto noto que está abierto justo entre dos páginas que tienen dos citas breves que me dejan más inquieta.

    La primera.

    "El amor viene en dos presentaciones, querida; el dulce y el condimentado. El primero te lleva a tocar el cielo con las manos, a entender que la felicidad propia radica en la felicidad del amante. El segundo te enseña a no tener límites, que es mejor quemarse en la pasión a vivir un amor quebradizo y plano".

    La segunda.

    "No siempre un amor dadivoso, que empapa de ternura logra hacer feliz al corazón, puesto que a veces el corazón pide vientos y tormentas, truenos y tornados, los cuales se hacen bastos para descubrir si realmente se desea algo fácil de llevar, sin la emoción del peligro, de la perversión y la lujuria".

    Sin duda alguna, tales citas me resultan extrañas, no por su contenido, sino por la forma en que llegué a ellas. He leído este libro dos veces antes y en ninguna de esas ocasiones encontré estos escritos.
    ¿Cómo es esto posible?
    Dejo el libro cerrado sobre mi mesita de noche y me meto a la cama, veo al techo y espero que eso me ayude a pensar y a entender esta locura.

    Amanda.

    Llevo a Stephen a mi habitación y él observa cada rincón con una sonrisa pequeña, como si pensara <<Que sitio tan feo>>. Me mira de esa misma manera en que lo hace siempre. Pero mi cabeza, mis sentidos me piden saber más sobre el disparate que Stephen me ha dicho. Aunque, ¿será un disparate?
    — Siéntate —Le señalo la cama.
    — Gracias.
    Me siento a su lado.
    — Veamos si entiendo: tú eres una supuesta bestia que renunció a su misión de matar personas para llevar una vida como la de un simple humano. Pero dices que hay otros 887 sujetos como tú que sí quieren asesinar personas.
    — Prácticamente así es.
    — ¡Es una locura! ¿Cómo piensas que voy a creer eso?
    — ¿Quieres una prueba? Te la daré.
    ¿Qué está pensando hacer este chico? Está asustándome.
    Se descubre la muñeca y saca una pequeña daga de su bolsillo.
    Maldición ¿Acaso piensa suicidarse aquí?
    — ¡Por favor no hagas eso! —le suplico.
    Hace caso omiso a mi petición y se corta las venas de la muñeca. La sangre brota de inmediato de su interior y comienza a manchar el piso.
    Estoy asustada y desesperada.
    Busco de inmediato toallas, vendas y alcohol en uno de mis cajones. Saco todo lo que puedo y voy rápidamente hacia el chico para evitar que pierda más sangre. Pero me quedo fría cuando llego a él y veo que su herida está cerrándose.
    Esto no es real. Es un truco.
    Stephen está de lo más tranquilo mientras yo estoy paralizada. Las cosas que llevaba en las manos se me caen y sigo mirando cómo la profunda herida se cierra hasta estar completamente sana.
    Ya no hay nada en su muñeca. Es como si nada hubiera sucedido.
    Me mira y se pone serio.
    — ¿Ahora me crees?
    Debe estar jugando conmigo... Pero... no hay manera de que pueda estar engañándome.
    ¡Es real!
    — ¿Qué rayos eres? ¡No te quiero en mi casa, vete! —Le señalo la puerta de la habitación.
    Stephen se pone de pie y me sujeta las muñecas para calmarme.
    — ¡Cálmate! No voy a hacerte daño, no tengo eso en mi mente. Lo único que quiero es protegerte a ti y a tu familia.
    — Pero... lo que hiciste...
    — Sí, soy un vampiro. No es nada malo, a menos que yo fuera Zein.
    — ¿Quieres decir que Zein también lo es y que es un asesino?
    — Es exactamente eso lo que te he tratado de decir. Por eso mi reacción cuando lo vi en la cabaña. Por favor sentémonos. Hay que hablarlo con calma.
    Me suelta y nos sentamos en la cama.
    — Escucha, Amanda, debo contarte todo desde el principio.
En 1710...
    — Espera... ¿Estás diciendo que tienes 306 años o ahí comenzó la crónica de esta locura y fue hasta hace algunos años que te volviste vampiro?
    — Esto comenzó hace 306 años, y no, no tengo 306 años.
    Me río aliviada.
    — Tengo 328 años.
    — Estás enfermo.
    Stephen niega con la cabeza.
    — Nací en 1688. En esa época nada se veía como ahora. Todo era tan diferente, y nuestro mayor entretenimiento era pasear a caballo y respirar el aire puro del planeta. Ahora está todo destruido, no es ni la sombra de lo que un día fue. En fin, algunas muertes se habían rumorado, e incluso algunas veces me topé con algunos cadáveres, eso no era normal en esos años. Ahora ser asesinado es algo tan frecuente, tan mundano. Un día como cualquier otro cualquier otro, caminaba por un inmenso bosque de Nueva Jersey, entonces había más naturaleza que ciudades, era precioso. Pero mi paz se terminó cuando dos tipos aparecieron de la nada y me sometieron. Intenté huir, les di algunos golpes, pero no pude con ambos. Uno de ellos me sujetó de ambos brazos mientras el otro se puso frente a mí y me noqueó con un puñetazo. Cuando desperté estaba encadenado a una fría cama de metal, con grilletes en muñecas y tobillos. Era como un laboratorio subterráneo o algo parecido. No había prestado atención a lo que estaba a mis costados por el hecho de que aún seguía aturdido por el golpe. Mi sorpresa fue enorme cuando me di cuenta de que estaba rodeado de decenas o cientos de personas, hombres y mujeres. Todos ellos estaban ahí, aturdidos, casi sin poder moverse. Yo me sentía además de aturdido, débil. Pero esa debilidad se debía a otra cosa. Un sujeto que estaba a mi lado me dijo que él estaba despierto cuando le hicieron beber una sustancia extraña y que luego hicieron eso conmigo y con el resto de personas encadenadas a esas camas. No sé en qué momento lo hice. Entendí que algo peor estaba por suceder. Pasó algún tiempo, no sé exactamente cuántos días fueron ya que no vi la luz del día en ningún momento. Fue entonces cuando lo peor sucedió. Se empezaron a llevar a algunos de los prisioneros hacia un lugar desconocido, ellos ya no volvían, hasta que fue mi turno para ir. Nos llevaban encadenados hasta lo que parecía una celda. Uno por uno entraban y salían hacia otro sitio. Cuando yo entré me volvieron a encadenar a una cama de metal que estaba manchada de sangre y fue ahí donde todo cambió para mí.
    — ¿Qué ocurrió? ¡Dímelo de una vez! —le exijo.
    — Había tres sujetos y uno de ellos me tomó la muñeca derecha y me hizo una herida con una daga similar a la mía. Me asusté mucho ya que pensé que iba a morir. Estaba perdiendo mucha sangre y nadie hacía nada para evitar que eso sucediera, hasta que el mismo tipo volvió a acercarse a mí con un recipiente pequeño que contenía sangre ajena, vertió un poco de esa sangre sobre mi herida para que esta se mezclara con la mía. Estaba horrorizado. Pero todo pasó rápido luego de eso. Me desencadenaron por completo y caí casi muerto al piso teñido con la sangre de todos los que habíamos pasado por ahí, ese sitio ya apestaba. Me hicieron ponerme de pie a pesar de que estaba debilitándome mucho más. Si no cerraba mi herida pronto iba a morir. Me llevaron por unas viejas escaleras de madera a la superficie, justo al bosque. Creí que por fin sería libre, pero fue mi condena. Uno de los tipos se paró frente a mí y me rompió el cuello usando solo sus manos haciendo un movimiento brusco en mi cabeza... Luego... desperté y me sentía extraño. Las escaleras no estaban donde lo recordaba ya que me encontraba tirado en otra parte del bosque. Me puse de pie y me llevé un enorme susto cuando noté que mi herida estaba sellada, pero no sellada por una curación, sino porque había sanado como si jamás una herida hubiese estado ahí. Casi me volví loco en ese instante y creí que estaba liberado de todo, pero cuatro sujetos aparecieron y me llevaron hacia un campamento en donde había una concentración de todos los prisioneros que ya habían pasado por lo mismo que yo. Nos colocaron en filas como las de los militares y después de algunos minutos así apareció un sujeto muy bien vestido. Nos habló de una manera firme y autoritaria. Era la cabeza al mando. Recuerdo lo que dijo.

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