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Se despertó sintiendo alguien moverse a su lado. La luz del sol entraba desde la ventana, tenía que ser por lo menos mediodía. Abrió sus ojos intentando de acordar el nombre de la chica que estaba a su lado. No le gustaba cuando se despertaba y su conquista todavía estaba en su habitación. Esas eran la peores, estaban convencidas de que habrían empezado a salir juntos, ser novios. Algunas hasta se habían imaginado casadas con hijos. Pero le gustaba cuando sus compañeros de piso veían la chica de la noche anterior. Compartía el piso con dos estudiantes. Jean, un chico francés y Mario, un italiano más loco que él. Adoraba vivir con los estranjeros, porque los que elegía Barcelona como destino, sólo iban para divertirse un año. Y Alejandro lo sabía todo sobre el divertimento.
—Buenos días cariño— la chica a su lado se había dado cuenta de que estaba despierto.
¿Cariño? Esto tiene que acabar ahora mismo— Alejandro se levanto, sin mirarla.
—¿Todavía estas aquí? Pensé que te habías ido.
—¿Poque? ¡Si aquí contigo he dormido fenomenal!
Alejandro estaba a punto de decirle que tenía que irse, que eso sólo había sido sexo y no había nada entre ellos, cuando el móvil de la chica sonó.
—Mierda, mi novio. Tengo que ir— dijo ella levantándose y poniéndose su vestido de prisa —Mira, Fernando, ¿verdad? Fue fenomenal, nos vemos por ahí — besó su mejilla y salió de la habitación.
Alejandro se quedó sonriendo, mientras miraba la puerta. Esas eran las chicas mejores.
!Ehi, Dongiovanni!— Mario se había asomado a su puerta —¡Que guapa!
—Bueno, tampoco era  fenomenal. He visto culos mejores.
Lo dos se fueron a la cocina riendo, donde encontraron Jean que estaba comiendo.
—Buenos dias.
—Hola Jean.
—Ale, has dejado tu móvil en la cocina. No ha parado de sonar desde la nueve y media.
Él se quedó pensando —¿Que días es hoy?
—Lunes.
Alejandro se puso blanco. Trabajaba por un agencia de relaciones publicas. Su mansión consistía en que las fiestas organizadas por su agencia salieran bien y hacer publicidad durante esas noches. Y en Barcelona, siempre había fiestas. Ese mes, pero, el chofer de su jefa estaba de vacaciones y en alguno días tenía que sustituirlo. Ese día tenia que ir a recoger un familiar de Alicia, su jefa, al aeropuerto.
—Mierda, Alicia me va a matar— corrió a su habitación, saliendo de prisa mientras se ponia un pantalon negro y una camiseta blanca. Corrió al aparcamiento donde dejaban el coche de la oficina, que afortunadamente estaba al lado de su casa, y partió. Después de cinco minutos el móvil volvió a sonar.
—¿Si?— preguntó con tranquilidad, como si nada hubiera pasado.
—Mira quien ha contestado al puto móvil, por fín.
—¡Alicia, buenos dias! ¿Que pasa?
—¿Que pasa? ¿Que pasa? Pasa que hace media hora tenías que estar en el aeropuerto.
—Lo siento, estoy atascado en el...
—Callate y no digas tonterías. Te acuerdo que tu casa y el aparcamiento están en frente a mi agencia, te vi hace cinco minutos salir corriendo con la camisa abierta.
Mierda.
—Ali...lo siento...es que ayer a esa fiesta había un montón de personas importante con la que tenía hablar y me fui a casa tarde— utilizó su voz de pobre hombre dulce y desvalido.
Sintió Alicia suspirar —Debés darle las gracias a Dios que le gustas  a los clientes, porque si no y te habría despedido.
—No digas así...también te gustan mis ojos y mi culo.
—Callate y muevete.
Alicia cortó y el se quedó con una sorisa satisfecha. Ella era una buena persona, joven, pero de algunos años más que él y muy inteligente. Cuando obtuvo el trabajó decidió no llevarla a su cama, el trabajo tenía que estar separado de su vida privada. En las fiestas tambien, sólo empezaba a mirar las chicas cuando había acabado de atrapar nuevos clientes.
Llegó al aeropuerto y una vez adentro miró las pantallas. Alicia se había enfadado tanto y el avión había llegado desde un minuto. Habría podido ir a tomar un café, porque ese señor habría tardado en recoger sus maletas, pero decidió hacer el buen chofer. Volvió al coche y cogió un papel para escribir el nombre de la persone que esparaba. Volvió adentro y se puso al lado de otros chóferes que esperaban como él. Cada señor que llegaba y se acercaba a él, Alejandro sonreía, pero nadie se quedaba.
—¡Hola!— le dijo un chico, él nisiquiera lo miró.
—Perdon, estoy trabajando. Espero una persona.
—Lo se, espera a mi— Diego lo miró confundido, él esperaba un señor mayor —ese es mi nombre— siguió él, señalando el papel.
Alejandro quedó inmóvil, mirando el papel blanco en sus manos que sólo decia: Raúl Senda García.

La fuerza de tus palabras - Alejandro y RaúlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora