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A las seis de la tarde ya estaba en el NarajaRosa. Había hablado con la propietaria para arreglar las últimas cosas y había acabado sus llamadas para los últimos detalles. Estaba sentado en una mesa, mientras las chicas limpiaban. El viejo dueño había tenido que cerrar meses antes y la nueva dueña había decidido organizar una inauguración para que todos supieran que ahora la discoteca estaba en una nueva etapa. Aunque Lola, la nueva propietaria, fuera un poco rara, sabía como mejorar un lugar. Y así había sido. Esa discoteca ya no parecía la de antes. Había dado un toque elegante y moderno. Las paredes blancas de vez en cuando tenía un rayo naranja y uno rosa, parecían hechos por casualidad, y desde arriba bajabal hilos de pequeñas luces. Había que reconocerlo, es chica conocía lo suyo.
—¡Eh guapo!— las dos camareras estaban an frente a la mesa —Mira estamos inventando unas nuevas bebidas...¿puedes decirnos que piensas de ellas? 
—Claro que si hermosuras— sonrió de esa manera que le gustaba a todas y ellas parecieron encenderse.
—Vale— la otra puso su la mesa un vaso gigante lleno de un liquido amarillo oscuro. Él lo bebió.
—Esto me gusta, es fuerte y poco dulce.
—Es el mío— dijo la primera, una rubia con una actitid decidida y el fuego en los ojos—Se llama Ibis, como yo.
Él pasó su lengua sobre sus labios —Me gustan las cosas así—  sin dejar de mirarla.
—Esto es el Linda...porqué es el mío yo soy linda, ¿no?
—Claro que si— el lo bebió. Tenia un color rosado, era aún mas fuerte —Esta bebida es impresionante, está muy buena— dijo él, asomándose para mirar el culo a las dos.
—Chicas voy a descansar un poco a casa, nos vemos luego— saludó la propietaria.
—Bueno, nosotras tenemos que seguir trabajando— dijo la primera, despues que su jefa se había ido.
—Si, hay que limpiar un poco el almacén— la segunda mordió su labio y cogió la mano de la otra. Se fueron hacía una puerta, sin dejar de mirarlo con malicia. Él, que no era tonto, sabía que querían las dos y se fue detras de ellas.
—A lo mejor puedo ayudarlas— dijo cuando entró en el almacén, pero las dos ya se estaban besando y volvieron a hacerlo, después de haberlo mirado.
Ohi mi madre. Esto no me lo esperaba...
Alejandro se quedó inmóvil, la puerta detras su espalda. No podía creer que eso estuviese pasando a él. Eso sólo pasaba en las peliculas.
La dos se quitaron los vestidos. Alejandro seguía mirando las dos chicas. Esa escena no lo dejaba como habría pensado. Estaba más divertido que exitado, era fascinante, se sentó sobre una cajas de Coca-Cola. No sabía si levantarse y acercarse a ellas, pero tenía miedo a arruinar tanta belleza. Las chicas, que se había quedado con sólo las bragas, se aceraron. Quitaron su camisa. Una empezó a besar sus abdominales, mientras la otra lo besaba. La que estaba dando atención a sus músculos, había bajado y estaba abriendo sus pantalones, cuando una tos los despertó desde sus lujuria. Alejandro miró la puerta y vio Alicia que sonreía con picardía y su hermano que lo miraba con una cara muy seria. Parecía como si lo que estaba pasando no lo afectara de ninguna manera. No había sorpresa, asco, ira....nada. Eso dejó Alejandro sin palabras, por la primera vez en su vida se sintió culpable.
Mierda, él me vio con estas dos...mierda, ahora pensará que me voy foyando todo el mundo. Ahora va a pensar que soy un hijo de puta.
Anda Ale, deja estas señorita y vamos a revisar tu trabajo— dijo Alicia sonriendo y volviendo atrás.
Raúl se quedó sólo un rato más, siguiendo con su cara y sus profundo ojos. Él lo miró por unos segundos, luego se fijó en el suelo, sintiedo el peso de sus judicios silenciosos. La puerta se cerró y él arregló sus vestidos.
—Pero ¿ese tio que quería?— preguntó una de las dos chicas.
—A lo mejor le gustaba lo que veía— dijo la otra.
—Bueno, no me importa.
Alejandro se quedó un segundo mirando las dos. Habrían tenido que estar avergonzadas, pero no era así. Eso lo dejó confundido.
Pero ¿que clase de personas somos?

Veinte minutos después había acabado de explicar a Alicia el trabajo que había hecho para esa fiesta. No había tenido el coraje de mirar Raúl ni para un segundo. Seguía concentrado, respondiendo a las preguntas de la chica, ignorando las miradas de él. Al final, ella se levantó.
—Vale, tu trabajo está siempre perfecto— Alejandro sonrió satisfecho — Pero, por favor— ella miró las camareras que estaban limpiando — No te quites tus bragas hasta mañana, ¿vale?
Él asintió con la cabeza, mirando el suelo, sintiendose culpable.
—Bueno, ahora vamos. Quiero cenar en un restaurante nuevo y quiero que sea nuestro cliente— ella se levantó para salir.
Raúl seguia mirandolo y él seguía sintiendose culpable. No entendía porque él seguía mirandolo, y porque le importaba tanto su opinión.

La fuerza de tus palabras - Alejandro y RaúlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora