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Ese nuevo restaurante era un poco excéntrico para Alejandro, pero la comida y el vino no estaban tan mal. Alicia era muy buena en persuadir las personas y él tenía una actitud positiva. Siempre le gustaba a todos, bueno casi. Raúl no parecía amarlo mucho. Seguía ninguneandolo u mirandolo mal, si tenía que hacerlo. Alejandro intentaba de actuar como siempre, sin hacerle caso, pero adentro estaba enfadado con sí mismo porque lo había encontrado con las camareras, y aún más con él que no le hablaba. Seguía preguntándose porque le importaba tanto su opinión.

Sabes porque...anda, lo sabes desde años.
Una voz desde su consciencia seguía repitiendo las mismas palabras.

Todo ese machismo, una chica diferente todas las noches, esa vida no es la tuya. No te gusta, solo lo haces para demostrar que eres normal. ¿Y que? ¿Donde te ha traído esa normalidad? No estas felíz y no encuentras un sentido a tu vida.

Suspiró.
—¿Que pasa Ale?— preguntó Alicia. Después de la entrada ya habían convecido el joven y guapísimo chef y propietario en convertirse en un cliente de su agencia. Ahora aprovechaban de la comida, aunque ella seguía coqueteando con el joven chico.
—N-nada— respondió él volviendo de sus pensamientos.
—Se te ve un poco raro, ¿verdad Raúl?
—No se, no lo conozco bien.
—Bueno, él es muy guapo— Alicia empezó su análisis de Alejandro —Es joven y simpático, le guata hablar y estar con la gente...sobretodo con las chicas, a las fiestas siempre...
—Estoy un poco cansado— él la interrumpió. No le gustaba cuando ella hablaba como si él no estuviera y sobretodo no quería que Raul oyera eso.
—Claro, esta mañana vi la rubia que salió de tu casa. ¡Si no duermes, no descansas!
Le pareció ver la cara de Raúl aun más molesta, no sabía que decir. Sólo quería volver a su casa, ponerse en su cama y dormir.
—Mira, yo creo que me iré, no me...— empezó Ale, pero llegó el chef del restaurante que con una escusa la llevó a la cocina y él se quedó sentado con el hermanito de ella. No lo miraba, seguía observando los demás. Alejandro decidió permanecer callado y seguir comiendo. Cincos minutos después, levantó la mirada y encontró los ojos negros de Raúl. Sintió como si estaba vacío, como si de repente algo faltara a su cuerpo. Observó su rostro. Su piel estaba un poco mas rosada de la suya, no se parecía a su hermana, sólo el color del pelo era el mismo. El lo tenía corto, con un mechón de dos centímetros mas largo arriba. Su nariz no era pequeña, pero tampoco demasiado grande por ese rostro...

...ese hermoso rostro. Y mira lo labios...¿quizas sean suaves? Parecen suaves...

Así que mi hermana no se equivocaba cuando decía que has visto más mujeres tu que un ginecólogo..
Alejandro sintió su cara volverse roja
—Yo...bueno...ella es exagerada.
—No se, la escenita en la discoteca no te da mucha razon.
—Yo...bueno esas chicas me provocaron y...
—Está claro, somos primitivos y no podemos retener los instintos.
—¡Yo no soy así!—  su voz sonó más alta de lo que quería, pero se sentía muy molesto y enfadado. ¿Quién era ese para juzgar su vida privada?
—¿Y como eres?
—Yo...no lo se...— miró la mesa —Sólo no quiero sufrir...y así es todo más fácil...
Lo escuchó suspirar y luego sintió la mano de él acariciar la suya.
— Pero ¿como podemos enteder que hay algo bueno, si no hemos sentido lo malo de la vida? ¿Que ha llegado la felicidad, si no hemos estado tristes? ¿Que estamos bien, si no hemos sufrido?
Alejandro se quedó sin palabras, mirando el mar negro que había en los ojos de ese chico. Se sintió como si las olas lo acunaran, alejandolo de las dudas de su vida.
—¡Chicos!— Alicia llegó soriendo y mirando el dueño — Juan quiere enseñarme un local nuevo de su amigo Pablo.
—Yo estoy casado Ali...me voy a dormir— dijo Raúl.
—Oh, vale...le diré que iremos otro día.
—No seas tonta, tu vete....yo llamaré un taxi.
—No hace falta, yo puedo acompañarte a casa.
—Perfecto! Gracias chicos— cogió sus cosas y se fue a la cocina, desapareciendo entre las mesas.
Alejandro se dio cuenta de que Raúl todavía estaba acariciando su mano cuando se detuvo y la alejó. Sólo en ese momento se había dado cuenta de que sensación maravillosa le había dado esa mano.

Veinte minutos después, estaban aparcando cerca el portal del edificio donde Alicia vivía. Ninguno de los dos había dicho algo desde que habían pagado la cuenta. Alejandro se quedó sentado en su coche, mientras Raúl bajaba.
—Bueno, creo que nos veremos mañana a esa fiesta.
—S-si...hasta mañana— Ale lo miró acercarse al portal. Ese chico tenía un cuerpo perfecto. De repente, él dio la vuelta y lo miró molesto. Ale bajó la ventanilla.
—¿Que pasa?
—Pasa que no tengo las llaves— Alejandro río, mientras él intentaba llamar su hermana que pero no contestaba.
—Sube— dijo Ale, sonriendo.
—¿Donde vamos?
—A mi casa, ¿u prefieres dormir sobre la acera?
Raúl lo miró molesto, sin contestar.
—Como imaginaba—  respondió el chico, encendiendo su coche.

La fuerza de tus palabras - Alejandro y RaúlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora