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—¡Hola chicos!— dijo Alejandro viendo Jean y Mario en el comedor —Este es Raúl, el hermano de Alicia, necesita un lugar donde dormir esta noche.
—¿Y Alicia?— preguntó Mario.
—Ha salido con un chico y se ha olvidado de dejarme las llaves— contestó Raúl
Mario no pareció muy feliz de esa respuesta
—Me voy a mi habitación a estydiar
—Pero ¿desde cuando estudias?
—Desde ahora— respondió él, cerrando la puerta de su habitación.
—¿He dicho algo malo?— Raúl estaba confundido.
—No, sólo que le gusta Alicia, pero ella nisiquiera lo mira.
—Pero ¿no es un poco mayorcita por él?
—¡No puedes mandar al amor!
—Bueno Raúl, yo soy Jean, encantado
—¿Francés?
—¡Claro!
—Ohhh, me gusta Francia. Una vez estuve en Niza, pero me gustaría ver mucho más.
—Yo vivi en Paris, no hay lugar mejor en el mundo.
—¡La ciudad del amor!
—Ven a visitarme, yo te enseñaré los lugares mas preciosos— Jean tenia su sonrisa encantadora y se había acercado mucho al chico, demasiado. Alejandro los miraba, muy molesto. Sabía que Jean era gay, nunca había sido un problema, pero ahora si.
—Bueno, te enseño mi habitación— los interrumpió.
—¿Que?— Raúl lo miró como si se hubiese olvidado que estaba ahí —S-si, claro.
Entraron en la habitación del chico. Era muy grande, había también un pequeño sofá. Alejandro cerró su puerta tras entrar.
—Puedes dormir en el sofá.
—Vale...mira ¿tu amigo es gay?
—¿Que amigo?
—Jean.
—No es mi amigo, sólo es mi compañero de piso.
—Bueno, pues, ¿tu compañero de piso es gay verdad?
Asintió con su cabeza.
—¿Y tiene pareja?
—No, cada noche trae un chico diferente.
—Como tu...
—¡Yo no soy como él!— Alejandro se acercó a él, enojado. Jean era un buen compañero de piso pero no respetaba de ninguna manera a los chicos que traía. Lo había visto hacer cosas terribles, y aunque no le gustaba juzgar los demás, sabía que no se portaba bien.
—¿Y como eres?— Raúl se acercó más, enfrentandolo.
Alejandro sintió su respiro cortarse y sus latidos bloquearse. La mirada de él era firme, de repente se sintió nervioso y su corazon empezó a latir más fuerte y él, convencido de que Raúl habría oído ese ruido tan fuerte, empezó a alejarse de espacio. Pero él no se lo permitió, agarrando su mano.
—Yo creo que eres diferente de lo que pareces a los demás. Creo que tu actitud oculta tu verdadera alma, pero tus ojos te traicionan.
Alejandro lo miró por un tiempo que pareció una eternidad. Pero luego, se alejó de espacio.
—Puedo dormir yo en él sofá— dijo tumbandose en el sofá sin quitarse nada, sin mirarlo. Escuchó Raúl suspirar. Unos segundos después su atención fue llamada de un ruido. Volvió la cabeza de espacio, sin poder creer lo que veía. Raúl se estaba quitado su ropa, hasta quedarse solo en calzoncillos. Alejandro abrió completamente sus ojos.
—Pero ¿que haces?
—Yo no voy a dormir con la ropa puesta, ¿te molesta?
—Y-yo...— las palabras murieron en su boca. Observó el cuerpo del chico. Era perfecto, mejor que el suyo. Una espalda fuerte, unos adominales de piedra que acababan en una uve que conducía a...

Oh, mierda...no puede ser real...su pene tiene que ser tan grande....y mira su culo...ahora puedo morir en paz...ya vi la perfección.
¿Te gusta?— Raúl sonreía con picardía
—Porque a tu amiguito ahí— señaló sus paltalones con una mirada —Parece que si...
Alejandro sintió su cara volverae roja como un tomate, dio la espalda al chico, deseandole una buenas noche.

Una hora después, Alejandro seguía despierto, mirando el sofá. No podia dormir, no podía sabiendo que Raúl estaba en su cama. Se dio la vuelta de espacio, sin hacer ruido. Quería mirarlo, observarlo. Lo admiraba un poco, admiraba su coraje de ser quien sentía ser, el coraje de ser diferente. Él siempre había odiato ser diferente, sentirse equivocado sólo porque era diferente. Una lágrima recorrió su rostro. Y otra. Y otra. No pudo no empezar a sollozar. Unos minutos después sintió el chico levantarse y acercarse. Se sentó a su lado, mirando su cara. Secó sus lágrimas sin decir nada, sin cansarse, acariciando su mejilla. Cuando las lágrimas habían acabado, Alejandro se encontró con la cara en el pecho de Raúl.
—Lo siento.
—¿Desde cuando lo sabes?
—Desde los dieciocho.
—¿Y cuantos años tienes ahora?
—Veintisiete
—Oh...Alejandro...¿pero porque?
—La única vez que lo dije a alguien mi vida se ha vuelto en una mierda...así que me mudé y sólo intenté ser normal.
—Pero ¿quien dice que no lo eres? ¿Quien ha decidido que algo es normal y lo demás no?
Alejandro levantó su cara, encontrando la mirada de Raúl. Se acercó, quería besarlo, lo quería desde la primera vez que se había perdido en sus ojos en el aeropuerto. Cuando faltaban unos centímetros etre sus bocas, Raúl se levantó y se fue a la cama
—Será mejor intentar de descansar un poco.

La fuerza de tus palabras - Alejandro y RaúlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora